Si hay una palabra que pueda definir a Pepe Dámaso es generosidad. Como artista y como ser humano, es tanto lo que ha dado a esta tierra y a sus habitantes, que sería muy difícil describirlo en unas pocas líneas. Con Pepe no valen los tópicos, porque cualquier lugar común lo trasciende.
Es, sencillamente, grande como creador y como hombre y esa grandeza lo ha llevado a materializar el mayor acto de amor por sus islas: donarnos su obra y su colección artística, que es como decir darnos su existencia entera.
Todo el que, en algún recodo del camino, se ha encontrado con Pepe Dámaso, sabe de qué hablo.
En cada catálogo de su obra que dedicaba regalaba un dibujo. En cada palabra que ha pronunciado a lo largo de estos años, en público y en privado, ha regalado lecciones de vida, conocimiento de hombre que, aún sabiéndose único, asombra con la humildad que solo los verdaderos genios tienen.
En mi vida he tenido la enorme suerte de poder aprender de muchísimos artistas, hombres y mujeres relevantes, llegados de muchas partes del mundo.
Entre ellos, Pepe Dámaso me ha dejado siempre una honda huella, la profunda y certera impresión de estar ante alguien esencialmente bueno, que no malgasta una sola de las palabras que pronuncia, porque todas están cargadas de verdades inmortales, de respeto por sus raíces, por el lugar en el que ha nacido y ha desarrollado la mayor parte de su arte.
El legado que nos ha querido dejar a todos los canarios es, como él, universal. Un tesoro incalculable que tenemos el deber de proteger y cuidar para las generaciones futuras y que comprende no solo su propia obra, sino otra mucha de diversos artistas, grandes como él, entre los que se cuenta nuestro recordado César Manrique, con quien le unió una enorme amistad y cuya relación epistolar se va a convertir en patrimonio de todos los canarios, que podremos admirar así, además del artista, al hombre comprometido.
Mi relación con Pepe Dámaso siempre ha sido de sincero cariño. No podía ser de otro modo, porque a Pepe es difícil no quererlo. Divertido, ocurrente, cultísimo, cercano… Nuestro primer encuentro tuvo lugar hace ya 30 años cuando, siendo concejala del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, en 1985, precisamente César Manrique fue el autor del mítico cartel que aún se recuerda. Allí estaba, también, Pepe Dámaso.
No puedo olvidar, tampoco, cuando, en una de sus visitas a La Laguna, siendo yo alcaldesa, estuvimos en el antiguo Convento de Santo Domingo y, con su especial sensibilidad, me trasladó su admiración por el edificio y por la ciudad en la que está enclavado.
Hoy, que el Gobierno de Canarias es el depositario de su legado, y que el artista ha manifestado su voluntad de que su obra se reparta por cada una de las ocho islas, incluida La Graciosa, me encantaría, y sé que sería un enorme honor para los laguneros y laguneras, que la sede de su Museo en Tenerife estuviera ubicada en la única ciudad Patrimonio de la Humanidad, que tanto ama el artista.
Agaete, Canarias, el Mundo… la patria de Pepe Dámaso es tan grande, tan extensa como lo es su obra. Tan importante como él mismo. Pepe el de Elvira, José Dámaso para la historia, ha vuelto a sacar del alma su amor de canario profundo para hacernos un regalo que no se puede medir y que se explica solo cuando entendemos que estamos ante un hombre que ha sido capaz de plasmar su belleza de corazón en cada una de sus obras.
Escribo, sin temor a equivocarme, que mi agradecimiento es hoy el de todos los hombres y mujeres de Canarias.
Gracias, Pepe, porque no habrá palabras que puedan expresar ni abarcar la grandeza de tu arte, de tu espíritu desprendido y de tu condición de canario de bien.
Ana María Oramas, diputada de Coalición Canaria-Nueva Canarias