En una habitación diminuta vivió encerrado durante buena parte de su vida el lanzaroteño Pedro Nolasco Perdomo Pérez (Haría, 1906- Las Palmas de Gran Canaria, 1971). Cuando entró a su escondite era un joven conductor de guaguas de 30 años y al salir, tenía 63, cojeaba y estaba enfermo de los pulmones.
Durante 33 años no pudo ver la luz del sol. Perdomo fue perseguido por las fuerzas del régimen franquista, pero la valentía de sus once hermanas, todas nacidas en el norte de Lanzarote, le ayudó a sobrevivir oculto entre paredes y agujeros.
El lanzaroteño fue uno de los bautizados como "topos" del franquismo, aquellos españoles que permanecieron ocultos en zulos, habitaciones y agujeros durante décadas huyendo de la represión del régimen franquista para evitar ser represaliados, fusilados y acabar muriendo en un campo de concentración, tirado a un pozo vacío o lanzado por la sima de Jinámar, como ocurría con parte de los presos en Gran Canaria.
"A mi hermano le buscaban por ser de izquierdas", relató su hermana Antonia Perdomo Pérez en una entrevista recogida en el libro Los Topos y reproducida por la web Historia de Haría.
Un lanzaroteño emigrado a La Isleta
Corría el año 1936 y una parte del ejército español, con el general Francisco Franco a la cabeza, había iniciado un golpe de Estado contra el Gobierno de la Segunda República. El golpe desembocó en la guerra más sangrienta que había vivido el país, la guerra civil española, y en cuarenta años de dictadura.
Cuando estalló la guerra, Nolasco Perdomo y la mayoría de sus once hermanas ya vivían en el barrio de La Isleta (Las Palmas de Gran Canaria), donde como ellos se refugiaban cientos de lanzaroteños que huían del hambre y las penurias de la época. Él estaba afiliado a la Agrupación Socialista de Las Palmas de Gran Canaria y había sido vocal del Comité Ejecutivo.
Tan solo seis días después del intento de golpe de Estado, este hariano se vio perseguido por las fuerzas franquistas que le acusaban de participar en un tiroteo en el que murieron dos soldados. El enfrentamiento se había producido entre tres militares que apoyaban el golpe y un grupo de obreros que se opinían a la sublevación militar. Aquel día Perdomo huyó y se escondió en la vivienda de una de sus hermanas, que residía en un barrio de Las Palmas de Gran Canaria.
Una recompensa de 3.000 pesetas por su paradero
Dos meses después de la muerte de aquellos dos militares, el lanzaroteño fue condenado por un tribunal militar en rebeldía y la prensa local publicó su fotografía junto a una recompensa de 3.000 pesetas para quien ayudara a dar con su paradero. El juicio militar celebrado le condenó a cadena perpetua junto a otros tres acusados, mientras que otros cinco detenidos fueron fusilados.
Nolasco Perdomo logró escaparse a un precio muy alto: el de su libertad. Cuando pudo salir a la calle 33 años después, explicó sobre el motivo que le llevó a esconderse: "El miedo, nada más que el miedo".
Nunca se supo si realmente estuvo implicado en aquel incidente, pero la persecución del régimen le costó una vida de encierro.
Un agujero en el suelo y un escondite en un bidón
Los primeros meses se escondió detrás de un gallinero en la casa de su hermana Antonia. Sin embargo, un vecino lo vio y avisó a las fuerzas franquistas. Pedro pudo escapar gracias a su hermana y a los vecinos que le ayudaron a huir y a refugiarse durante unos días. Según contó Antonia, luego, vivió durante unos años en casa de otra hermana, Catalina, que acabó enfermando y murió.
Cuando el vecino denunció a Pedro, para obtener las 3.000 pesetas que pedían por su paradero, la Guardia Civil llevó hasta el cuartelillo a Antonia, que juró por dios que su hermano había ido hasta el puerto de Agaete: "¡Bien sabe Dios mío que he jurado en falso porque no quisiera ver a mi hermano que lo llevaran como llevaban a aquellos pobrecitos a tirarlos a la sima!".
"Fue difícil en los primeros momentos, en que muchos piensan que pudieran haber sido los más fáciles, pero luego, se iba uno acostumbrando", confesó el conejero a un periódico local en los años 60. Durante aquellos meses sus hermanas fueron acosadas y apedreadas por las fuerzas franquistas que querían dar con el paradero del lanzaroteño.
Tras la muerte de Catalina, su hermana Manuela lo acogió en su casa en La Isleta. Pedro vivía en una pequeña habitación, pero Manuela abrió un hoyo y agujero en la parte baja de la pared para situaciones de emergencia en el que metió un bidón para que su hermano se ocultara en caso de que llegara visita, delante del agujero ponía una vieja cocinilla. "Como los agujeros de los ratones, pero más grande", explicó su hermana Antonia. Aquel hueco en la pared sirvió de refugio a Pedro Perdomo cuando las fuerzas del régimen asaltaron las casas de las once hermanas en busca de Perdomo. Después de dieciséis años, Manuela también murió.
La radio y periódicos antiguos
Al morir su hermana, Pedro siguió huyendo, lo hizo hasta la vivienda de otra hermana. En casa de Rafaela, también en el barrio de La Isleta permaneció diecisiete años oculto en la calle Alcorac, número 31. "Allí se metió en un cuartito y pasó el resto de su vida", narró Antonia Perdomo, quien costeaba los alimentos que su hermana Rafaela le cocinaba, a escondidas de sus hijos.
La luz de la habitación en la que pasó una década y media estaba colocada de forma en que no se viera desde la calle, de día pasaba el tiempo leyendo la prensa y escuchando la radio, mientras que alguna noche salía a coger aire con miedo a ser visto y acabar detenido o muerto.
Rafaela, con la que vivió los últimos dieciséis años, no siempre podía permitirse comprar el periódico del día, así que en ocasiones conseguía ejemplares viejos, que Pedro leía en su pequeña habitación y que alternaba con revistas de los años cincuenta que iba releyendo, una y otra vez. A veces, incluso redactaba alguna quiniela a su nombre.
En aquel entonces, Perdomo vivía de la comida que su hermana le llevaba a aquella habitación secreta, de remedios caseros y de medicinas que se vendían sin receta.
El "topo" de Haría, el segundo del país en salir a la luz
"En una ocasión estuve enfermo. Creí enloquecer. Perdí la memoria y no sabía dónde estaba", narró Perdomo en 1969, según recogieron los medios de la época. No fue hasta ese año que se atrevió a salir a la calle después de que el régimen franquista aprobara una ley donde prescribían las responsabilidades políticas anteriores a 1939.
Perdomo había leído en la prensa el caso del alcalde republicano de Mijas (Málaga), Manuel Cortés Quero, conocido como "El topo de Mijas", que vivió 30 años oculto en un hueco en la pared de su vivienda, gracias a su esposa, que le alimentaba. Manuel Cortés fue el primer español que salió a la luz tras prescribir los delitos políticos, el lanzaroteño Pedro Perdomo, el segundo.
Escuchar la historia de Manuel Cortés Quero no solo animó a Pedro Nolasco Perdomo a abandonar la clandestinidad, sino que ha inspirado diversas obras como la película La Trinchera Infinita (2019).
El día que fue libre
"Sin decir nada a mi familia, muy temprano, tomé un taxi y le dije al taxista que me llevara a Las Palmas. Al llegar a la Comisaría, ante el funcionario de Policía, apenas podía hablar", explicó Perdomo, según los recortes de prensa de la época. Entre titubeos se presentó ante los agentes y pidió acogerse a la prescripción de su delito. No fue hasta ese año que pudo volver a caminar por la calle.
A pesar del miedo a que pudieran apresarle, Perdomo esperó en la comisaría, donde recibió un documento de identidad provisional y salió a la calle entre lágrimas. Dos agentes lo acompañaron de vuelta a casa, mientras su hermana Rafaela lloraba.
Cuando logró salir en libertad, Perdomo paseó por las calles de la capital durante horas, reconociendo los pedazos del ayer en una ciudad completamente diferente a la que recordaba. Durante semanas su casa se convirtió en una especie de celebración de la resurección, donde amigos y familiares que lo daban por muerto celebraron su vuelta a la vida. Otros, sin embargo, pensaban que había huído a Francia.
Este lanzaroteño murió tres años después de salir de aquellas paredes. Sin embargo, nunca pudo vivir tranquilo. Tras las entrevistas que dio en los primeros días, nunca más quiso hablar sobre el incidente que lo llevó a huir ni de sus años en la penumbra.
El mismo año que salió a la calle, con 63 años, comenzó una nueva batalla, esta vez por encontrar empleo. Nadie quería dar trabajo a una persona que estaba tan cerca de la edad de jubilación. Él quería devolverle a sus hermanas todo el dinero que habían invertido en mantenerlo con vida. Pedro Perdomo murió en 1974, pero su carcelero, Francisco Franco no falleció hasta el 20 de noviembre de 1975.
Para elaborar parte de este reportaje se han tenido en cuenta recortes de prensa de la época de 1969 de los diarios La Provincia, El Eco de Canarias y Diario de Las Palmas, así como información de la Fundación Pablo Iglesias y parte del libro Los Topos.








