Una vez más, la realidad superó a la ficción, en un relato que lleva por nombre COVID19 y que ha sumido a Lanzarote casi en un cero turístico. Aún cuando las cifras de positivos en nuestra isla está muy por debajo de otros lugares, esta pandemia nos enseña lo que es la globalización: lo que ocurra allá, afecta aquí. Esa es la realidad, para desgracia de muchos trabajadores, empresarios y la economía insular.
En este contexto, numerosos artículos y opiniones hablan estos días de diversificar nuestra base económica, de la oportunidad de repensar el futuro inmediato o de la fragilidad del modelo turístico. Buenas intenciones que se suceden, como ante cualquier periodo turbulento, como ya ocurriera entre 2008-2012 con la crisis financiera que vio caer a Lehman Brothers y la economía de muchas familias. Ahora, con la nueva etapa de incertidumbre se predica un nuevo reseteo, lo que me parece bien, siempre que no nos fustiguemos en exceso porque, con nuestros errores, hemos hecho muchas cosas bien durante las últimas décadas.
Así lo refleja la última encuesta turística que publica el Centro de Datos del Cabildo de Lanzarote, midiendo la satisfacción del turista en el caso de Lanzarote en un 8,85, la cifra más alta de toda Canarias con una media del 8,7. Los turistas nos dan una nota cercana al sobresaliente, lo que no es fácil, pero debemos aspirar a la excelencia, a la matrícula de honor del que seguirá siendo nuestro motor y principal fuente de ingresos: el turismo.
Porque apostar por otros sectores económicos, por la diversificación es necesario, ¿quién renunciaría a ello?, pero desde el realismo de saber que somos un destino turístico de primer orden que reúne condiciones naturales, logísticas y know how inmejorables para seguir siéndolo.
Y no es fácil estar en el top ten. Atender con calidad, seguridad y mimo a los tres millones de visitantes que tuvimos en los últimos años tiene un mérito extraordinario. Sin embargo, no caigamos tampoco en la autocomplacencia, pues entre ella y el pesimismo se encuentra el término que nos permitirá reconocer los aciertos, muchos, y aprovechar las numerosas oportunidades que seguimos teniendo.
Más aún cuando las circunstancias obligan a superarnos, a hacer las cosas, ya no bien, sino con excelencia. Como ya hiciéramos en otros momentos de nuestra historia. Allá por los sesenta, con el tándem César - José Ramírez, Pepín, y el compromiso de los Antonio Álvarez, Luis Morales, Jesús Soto… actores de nuestra obra más querida, Lanzarote, y que tan bien ha plasmado el documental Las manos, del cineasta Miguel Morales, confirmando que el compromiso colectivo es tan esencial como el liderazgo individual.
Ellos, junto con el apellido Rijo y la desalación de agua, cambiaron nuestra historia desde una actuación de “calidad superior o bondad” que hicieron “digno de singular aprecio y estimación” lo hecho. Para lo que cuidaban hasta los más pequeños detalles y ponían lo mejor de cada uno al servicio de la isla.
O como en los 90, con la apuesta decidida por interiorizar que nuestro territorio es finito, y que, en muchas ocasiones, menos es más. No abusar de nuestro medio natural, protegerlo, poner límites al crecimiento urbanístico y puente de plata al mucho talento que tenemos. También entonces se transitó por la excelencia, lo que nos hizo ganarnos la admiración de muchos en un terreno siempre complejo como el planeamiento, bajo el liderazgo incipiente de Pérez Parrilla, Fernando Prats y el propio César Manrique, todavía entre nosotros hasta el fatídico 25 de septiembre de 1992.
También ahora es necesario, con otros actores, en otro momento, pero con la obligación de no olvidarnos que nada es para siempre y que acechan los competidores en tiempos convulsos. Sólo hace falta ver una de Callejeros Viajeros o acudir a alguno de esos canales temáticos para comprobar que el riesgo es cierto y hacer de la excelencia nuestra marca.
Es un camino que llevará su tiempo, porque ni Roma se construyó en un día, ni Lanzarote, como nos recuerda Juan Marrero Portugués en su obra César Manrique y Pepín Ramírez, dos líderes canarios en su contexto histórico al hablarnos de los Centros Turísticos: el proceso de creación fue lento y, en ningún caso, fue “la ocurrencia de un día”. Pero tenemos mucho camino recorrido y experiencia para que la ex-ce-len-cia alcance todos los rincones de la isla, y, especialmente Arrecife, pues ningún espacio reúne tantas oportunidades para la propia capital y la isla que el puerto y su innegociable transición a la excelencia urbana. Ya sucedió así en el pasado, pues “inicialmente el desarrollo de Lanzarote estuvo ligado al desarrollo de Arrecife, del que siempre había dependido”, como señala el propio Marrero Portugués.
Y miro al pasado sí, pero para tomar nota de lo que se hizo bien. Huyamos de una nostalgia errónea que puede sumirnos en algo “que se llama soledad” o melancolía, que tan bien describiera Joaquín Sabina, y que no ayuda a afrontar los retos presentes y futuros, sino que, muchas veces, nos inmoviliza pensando que podemos estar traicionando determinados postulados o dogmas de fe, no siempre vigentes. Dejemos que fluya todo el talento y amor a esta tierra, que tanto nos ha dado, y volverá Lanzarote y la excelencia a ser la misma cosa.
Marcos Bergaz