LOS VERANEANTES "DE TODA LA VIDA" SON TESTIGOS DEL CAMBIO QUE HA EXPERIMENTADO LO QUE COMENZÓ SIENDO UN ENCLAVE DE PESCADORES

Famara, ¿paraíso perdido?

Érase una vez una extensa y bonita playa que descansaba bajo un imponente risco. En ella faenaban pescadores que iban construyendo con tablones y láminas de metal sus refugios y almacenes para ...

24 de agosto de 2006 (15:00 CET)
Famara, ¿paraíso perdido?
Famara, ¿paraíso perdido?

Érase una vez una extensa y bonita playa que descansaba bajo un imponente risco. En ella faenaban pescadores que iban construyendo con tablones y láminas de metal sus refugios y almacenes para resguardar sus aperos. Estos trabajadores del mar, cada vez más conscientes de la tranquilidad y las posibilidades que brindaba La Caleta, fueron trasladando hasta allí a sus familias en verano, y los primitivos barracones se convirtieron, allá por los años '30, en acogedoras casas blancas con las puertas y ventanas de un azul tan intenso como el mar. Ésta es la historia de Famara, un núcleo vacacional que partió de un pequeño asentamiento de pescadores que han ido delegando este privilegioso lugar en varias generaciones.

Famara ha cambiado. Los que ahora vigilan a sus hijos desde la pequeña cala del pueblo recuerdan cómo eran allí los veranos hace varias décadas: un conjunto de casas en primerísima línea de playa y un pueblo con suelo de fina arena de jable. Un paraíso para unos chinijos que prescindían de sus zapatos durante dos meses. "Recuerdo que cuando llegaba septiembre intentábamos meter los pies en los zapatos del año anterior y ya no cabían, íbamos siempre descalzos", rememora Soraya. La construcción del muelle les pilló por sorpresa allá por los años setenta, y algunos todavía hoy se quejan de que impida llegar la arena hasta la cala. Hasta ese momento sólo contaban con el llamado "trampolín", un recuerdo entrañable de lo que a los diez años significaba la heroicidad y la superación de la tierna infancia. "El trampolín era nuestra iniciación a los tiros de cabeza al agua, cuando subías allí era un logro tremendo", recuerda Soraya. "Además, uno de los escalones tenía la huella de Manrique ya que pisó allí cuando se estaba haciendo".

Ni carreteras, ni luz, ni agua. Hay quien recuerda ir hasta los pozos para cogerla, e incluso ver venir a los camellos cargados de cántaros desde Teguise. Demetrio nació en Famara hace 76 años. Entre sus recuerdos está la convivencia de pescadores y veraneantes en la playa, aunque "esto ya no es lo que era" asegura el pescador: "Nos dijeron que iban a limpiar el charco, que iban a construir refugios para los pescadores, y hasta una cofradía... ¿Tú lo has visto? Pues yo no, siempre prometen y luego no cunmplen nada". Para Demetrio, todo ha cambiado. "Antes aquí en invierno no se oía nada", explica. "Luego, en junio, iban llegando los veraneantes".

La Caleta mantiene la familiaridad de siempre. Cualquier veraneante "de los de siempre" identifica a cada uno de los que disfrutan allí del sol y el agua, y se sabe al dedillo la historia de cada casa. "Esa de ahí es la Casa del Cura", explica Miguel Ángel. "Era de un particular pero la cedió al párroco de Teguise, y ahora está cerrada". Es una de las propiedades que la Asociación de Vecinos de Famara solicitó introducir en el catálogo de bienes inmuebles protegidos, dentro del Plan Rector de Uso y Gestión. "El dueño era un señor muy distinguido, de Teguise", explica Juana. "Tenía mucho dinero pero vivía solo, y como mi padre le conocía, nos mandaba llevarle puchero", recuerda la hermana de César Manrique.

Historias y anécdotas que luchan contra el olvido a través de aquellos que nos las pueden hacer llegar de nuevo. "Cuando éramos pequeños no existía el muelle, ni la mitad de las casa de ahora", explica Carlos. "Ahora ya no conozco ni a la mitad de la gente que está por aquí, hay demasiados coches, barcos e incluso apartamentos". Es la visión de los que conocieron la Famara de antes. Los que se bañaban en una kilométrica playa exenta de surfistas y de coches, los que danzaban descalzos a sus anchas y los que no veían como la basura se acumulaba en el pueblo. "El cambio ha sido radical, y más en verano", explica Gonzalo. "Pero entiendo que la gente venga a Famara porque éste es un pueblo bonito, mientras respeten las cosas de antes y tengan consideración con la gente del pueblo, no pasa nada". Sin embargo, hay quien achaca la situación en la que se encuentra hoy la localidad a esta saturación. "Está todo muy descuidado, no hay limpieza, los coches entran hasta la cala arrastrando los barcos... Antes esto no pasaba", se queja José Miguel. Para este veraneante "de toda la vida", como él mismo dice, el problema es que no se está adaptando el pueblo a la cantidad de gente que viene. "He pasado aquí mi niñez y me da mucha pena ver como se está haciendo cada vez más incómodo".

Agosto es un mes especialmente intenso. A los lanzaroteños con una segunda residencia en Famara se le une el gran número de visitantes que llegan a este reducto de paz desde otras islas, la península, e incluso el extranjero. Pero los inviernos en Famara también han cambiado. "Ha pasado de ser un pueblo desierto y sin vida a ser un pueblo donde mucha gente joven viene a vivir entre septiembre y junio", cuenta Soraya.

Movimiento Vecinal

Famara ha construido un fuerte movimiento vecinal en torno a una Asociación. "El Ayuntamiento de Teguise nos tiene abandonados", asegura Miguel Ángel Ferrer, miembro del colectivo. "Nosotros tratamos todas las inquietudes que preocupan a la gente de Famara, sobre todo a la que vive aquí todo el año". La pesca furtiva, los quads, las motos de agua, las antenas de móviles, la iluminación y la limpieza son algunos de los temas que más les preocupan. "En invierno hay una sola persona para limpiar el pueblo, la zona de San Juan, y una playa de cinco kilómetros", explica Miguel Ángel. "La playa, al ser del Norte, recibe mucha basura, y la excusa que pone el Ayuntamiento es su ubicación, pero yo creo que precisamente por eso, por ser más sensible, debería haber un mayor servicio de limpieza". Miguel Ángel califica a Famara de "ciudad sin ley". "La gente atraviesa el pueblo con vehículos a toda velocidad y apenas hay seguridad, solo de vez en cuando pasa una patrulla de policía local, pero se van enseguida".

La Famara de César Manrique

La memoria de Famara encierra recuerdos de un veraneante muy especial. Desde niño, César Manrique acudía, verano tras verano, a la casa que todavía su familia conserva a pie de playa. "Durante un par de veranos mi padre nos llevó a otras playas, y nosotros siempre le decíamos que queríamos volver a la Caleta", explica su hermana Juana. "Este lugar era fantástico para los niños, íbamos siempre descalzos y podíamos salir por la noche, aunque no hubiera ni luz ni nada". La arena de la playa de Famara fue el primer material de trabajo para Manrique, que con ella realizaba las primeras esculturas. "Mi hermano estaba encantado aquí, modelaba figuras de mujeres desnudas en la playa, y las chicas, como éramos más pequeñas, nos escandalizábamos y decíamos ‘¡parece mentira que César haga eso!". Juana recuerda a su hermano en la playa, transgresor, provocador. "Se ponía un pantalón corto y había señoras que decían: ‘no hay derecho a que César se esté bañando así, con un pantaloncito corto nada más", explica Juana entre risas.

La casa de la familia Manrique comenzó a construirse en el año 1935. Desde entonces, cuatro generaciones han veraneado en ella. Juana habla con nostalgia de aquellos días en los que la arena asomaba a la puerta de la casa. Ahora habla de masificación, pero a pesar de todo, Famara sigue siendo un lugar especial. "La vida aquí es muy sana, es como la de antes, mucho más informal, ¡y hasta vestimos más a lo loco!", exclama Juana antes de dirigirse hacia el agua y zambullirse en ella, como hace siete décadas.

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