Violencia de género y educación

Antonio Hernández
4 de abril de 2017 (19:41 CET)

Terrible balance el de este comienzo del mes de abril en Canarias donde hemos vivido el asesinato de dos mujeres víctimas de violencia de género a manos de sus parejas.  Estamos ante una lacra social que hunde sus raíces en la desigualdad y en unas pautas de conducta que se hace preciso modificar en el seno, no sólo de la escuela, sino también de las familias, del barrio y del entorno laboral.

Podemos estar de acuerdo todos  de los importantes pasos y avances que hemos dado en materia de igualdad, con la equiparación  de derechos entre hombres y mujeres en todos los órdenes de la vida, haciendo hincapié en la creciente participación de las mujeres en la vida laboral, política, académica o cultural. Sin embargo la violencia de género nos sorprende un día sí y otro también.

En cambio, cuando conocemos un nuevo caso de violencia de género se acude con mucha facilidad a la responsabilidad de la escuela. Y no dejando de ser del todo cierto, sí que sería interesante incidir que, si existe un espacio público y de convivencia donde se haya trabajado esta preocupación, es justamente en las aulas desde un punto de vista transversal a lo largo de todas las etapas educativas. Es en los centros educativos donde se fomenta  una auténtica igualdad a través de la coeducación, donde se han incorporado valores de educación en igualdad en los materiales curriculares a través de la eliminación de los estereotipos de género.

Desde nuestro actual sistema educativo, la LOMCE, se trabaja en la prevención de la violencia a través de la prevención de conflictos y la resolución pacífica de los mismos, así como para la no violencia en todos los ámbitos de la vida personal, familiar y social, y en especial en el del acoso escolar. A esto le añadimos el desarrollo de los valores que fomenten la igualdad entre hombres y mujeres, así como la prevención de la violencia de género. Por tanto la LOMCE contempla la incorporación de la educación cívica y constitucional de forma transversal en la educación, tanto en la obligatoria como en la postobligatoria, debiendo estar presente en todas las asignaturas.

Somos conscientes que es fundamental educar en la igualdad entre mujeres y hombres y en el respeto de los derechos y libertades fundamentales, desde la infancia hasta la educación de personas adultas, pero también es importante implicar a las familias generando acciones que doten de los instrumentos que permitan la detección precoz de la violencia de género que se pueda producir en el ámbito familiar y en el seno del entorno escolar.

Es bueno insistir en que en la escuela se transmiten valores de respeto a la dignidad de las mujeres y a la igualdad entre hombres y mujeres.  Se proporciona, en definitiva, una formación integral que les permita conformar su propia identidad, así como construir una concepción de la realidad que integre a la vez el conocimiento y valoración ética de la misma.

El Plan Estratégico para la Convivencia Escolar, presentado recientemente por el ministro Méndez de Vigo a las comunidades autónomas, recoge además la importancia de valorar y respetar la diferencia de sexos y la igualdad de derechos y oportunidades entre ellos y rechazar los estereotipos que supongan discriminación entre hombres y mujeres, así como rechazar la violencia, los prejuicios de cualquier tipo, los comportamientos sexistas y resolver pacíficamente los conflictos.

Dicho todo esto es cierto que la convivencia en la escuela es siempre mejor que la del entorno en el que se ubica, aunque existan algunas prácticas violentas que no por minoritarias se deben pasar por alto, y ya se está actuando como es el caso del acoso escolar o buylling. Hay, además, un componente de género en esa violencia minoritaria que nos obliga a diseñar programas de prevención para alumnos y alumnas.

En definitiva, para mejorar la convivencia y favorecer la igualdad y la cohesión social hay que educar en valores pero, también, seguir trabajando en la mejora de las expectativas de los jóvenes con el aumento de la tasas de graduados, seguir reduciendo las tasas de abandono escolar, en este caso más preocupante en los varones, lo que supone un riesgo de exclusión social que pone en peligro la cohesión social.

A modo de conclusión, debemos apoyarnos en unos retos para seguir convenciendo a nuestros jóvenes de la necesidad de formarse para reforzar la autonomía personal que permita afrontar las responsabilidades familiares desde la igualdad donde los modelos femeninos y masculinos que se ofrecen en la escuela sean referentes de igualdad para formar una ciudadanía abierta que transforme las formas de convivencia y, trasladar la misma inquietud a toda la sociedad, que, en definitiva, es la responsable final en construir nuevos modelos y soluciones compartidas.

Antonio Hernández Lobo, director del Área de Educación de la Delegación del Gobierno en Canarias 

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