¿Qué futuro queremos para nuestra comunidad?

19 de junio de 2025 (15:50 WEST)

Cuando llegué por primera vez a vivir a Canarias, tenía 22 años. Era 1998 y me instalé en Mogán. Aún existía la peseta, se vivía bien, la gente era solidaria y se respiraban muchas ganas de hacer amistades. 

Recuerdo el concierto de Orishas en el Festival Atlántico de Maspalomas en 1999: la belleza de estar todos juntos, los grupos de amigos que llegaban con bolsas llenas de bebidas para compartir. Había una atmósfera colectivista que me sorprendió enormemente. Los conciertos eran gratuitos, los ventorrillos eran parte del evento y estaban gestionados por vecinos. Todo tenía un aire festivo, comunitario y cercano. 

Yo venía de Milán, una ciudad industrial, centrada en lo privado, donde los conciertos de Michael Jackson o Pink Floyd solo podíamos verlos desde fuera del estadio porque eran demasiado caros para los jóvenes. En Canarias descubrí otra forma de vivir: el capitalismo y el individualismo todavía no lo dominaban todo. 

Desde hace más de diez años vivo en Lanzarote. Mi mujer y mi hijo son canarios al 100% (y mi hijo también 100% italiano). Somos hijos de la integración, y valoramos profundamente las bellezas culturales de ambos países. 

Con la asociación PAWAC – Peacebuilding Also With Arts and Culture, con sede en Tinajo, hemos llevado a cabo una investigación científica sobre el uso de las artes para el cambio social, la cohesión comunitaria, la prevención y la transformación de conflictos. Actualmente trabajamos para realizar un estudio global que analiza más de 35.000 investigaciones internacionales. Una de nuestras preguntas clave aquí es: ¿qué convierte a un festival, un concierto o una romería en un evento que mejora la calidad de vida de la comunidad, y qué características pueden, en cambio, deteriorarla? 

Estoy convencido de que, si se realizara un estudio serio de psicología social sobre la romería canaria —y me encantaría liderarlo— podríamos demostrar que estos eventos son fundamentales para el bienestar y la cohesión comunitaria. Seguramente ayudan a aliviar tensiones y conflictos dentro del entorno vecinal. Aunque hoy por hoy esto es solo una hipótesis científica, creo que podría confirmarse. Y en Canarias hay muchos ejemplos de celebraciones que refuerzan el tejido social. 

Sin embargo, últimamente veo surgir cada vez más eventos que, lejos de unir, corren el riesgo de fomentar la fragmentación, el clasismo y la compartimentación social. Se observa también una preocupante tendencia a crear recintos feriales cerrados y controlados, que alimentan la desconfianza y la polarización. 

Se habla mucho de canariedad, de defender la cultura canaria, pero en la práctica muchas decisiones institucionales van en la dirección contraria, incluso por parte de quienes proclaman el regreso a las raíces. 

Pondré algunos ejemplos conejero, sin ánimo de señalar. El Carnaval de Día de Arrecife, uno de los eventos más bonitos del año, al trasladarse a un recinto ferial pierde esa capacidad de unir. Porque comunidad es también entrar en los bares de los vecinos, encontrarse en las calles que compartimos cada día, no encerrarse en un corral controlado por la policía. ¿Es eso lo que queremos? 

Otro ejemplo: el nuevo Lava Fest de Lanzarote. Entrar en un recinto cerrado ya es incómodo, aunque entendemos que hay que pagar a los artistas y que ese coste no debe recaer sobre toda la comunidad. Pero, ¿qué otro precio estamos pagando? Los ventorrillos son una simulación gestionada por una única empresa. Y el público se divide: quienes pagan el doble pueden acercarse al escenario, el resto queda atrás, sin posibilidad de convivencia. Prácticamente ni se ven. 

Esto no es solo una crítica. Es un dato psicosocial que refleja una tendencia clara sobre hacia dónde va nuestra sociedad. Desde nuestra asociación sugerimos a las instituciones que reflexionen con seriedad sobre los criterios que se utilizan para seleccionar y permitir determinados eventos. Porque estas dinámicas fomentan la disgregación social y el aumento de los conflictos comunitarios. Y estos son solo algunos ejemplos. Podríamos seguir. 

Pero la pregunta queda abierta para todos nosotros, vecinos y vecinas: ¿Qué futuro queremos para nuestra comunidad? ¿Cómo queremos vernos dentro de 10 o 20 años? 

Además de pensar en el impacto del turismo, es necesario reflexionar sobre cómo queremos vivir en comunidad, sobre el modelo de convivencia que deseamos para la Lanzarote del futuro y para nuestros hijos. 

Esta es una llamada a la acción. A todas las personas a quienes les resuenen estas palabras, les pido un favor: empiecen a compartir sus reflexiones, a escribir, a decir lo que piensan a sus vecinos. Solo así plantaremos alguna semilla de mejora. Y tal vez, con suerte, algún cambio positivo será posible. 

Desde PAWAC estamos dispuestos a ayudar. Y, sobre todo, interesados en reflejar juntos qué futuro queremos construir. 

 

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