Paulino Rivero y la relación Canarias-Estado

17 de enero de 2014 (16:23 CET)

Tenemos un Gobierno canario que no nos lo merecemos o quizás sí, porque le votamos. Coalición Canaria quedó en el nada indecoroso segundo puesto en las últimas elecciones autonómicas solo superado por el PP. En Canarias, por si alguien no lo sabe, la ideología es un tema aparte, y los partidos se mueven en una aparente confrontación de discursos electorales que se cierran bajo llave en un lugar alejado de la memoria en cuanto llega la hora de sentarse a la mesa a repartir el pastel, dando paso a pactos y alianzas de, a priori antagónicas fuerzas, que disfrazan su común amor por el color violeta de los billetes de 500 euros con argumentos como que es lo mejor para la estabilidad del municipio, cabildo, gobierno…y bueno, ya habrá tiempo, en los albores de nuevos comicios de volver a reeditar nuestra enemistad.

Esta anomalía daría para una tesis doctoral, además bastante extensa, pero hoy quiero escribir sobre nuestro Gobierno canario y sus últimas actuaciones.

Las Islas Canarias se encuentran en una coyuntura social, política y económica bastante complicada, igual que la práctica totalidad del planeta, algunos por el advenimiento de la crisis y otros porque la crisis nunca llegó, porque nunca se fue; yo casi diría que Canarias está en el segundo grupo en términos históricos; en todo caso, este concepto abstracto denominado crisis tiene hechos, acciones, y por ende reacciones.

Uno de los pilares básicos que avivan el fuego de la crisis en estas siete peñas en las que nos ha tocado vivir es el Gobierno de España. Desde Madrid se gesta una actitud para con nuestra comunidad dual, a veces atentando directamente contra nuestras voluntades y otras veces sumiéndonos en el más profundo de los olvidos.

De todas ellas tenemos algunas flagrantes como la vulneración de nuestra soberanía en el tema de las prospecciones petrolíferas, la desventaja del ciudadano canario en comparación con el resto de comunidades en los Presupuestos Generales del Estado, la omisión de la opinión del ejecutivo canario de la privatización de AENA, la no inclusión de las evidentes especificidades canarias en la Ley de Costas o la reforma de la Administración Local, la falta de respeto con los vecinos de Ojos de Garza por AENA, la ausencia de Lanzarote, Fuerteventura y La Palma en la ruta Cádiz-Canarias, y un largo y doloroso etcétera que a veces se adereza con desplantes del Ministro de Industria al Presidente de Canarias, insultos  explícitos a los canarios como el gilipollas del diputado Fernández, o que la Ministra de Fomento hable de un puerto en el sur de Lanzarote refiriéndose a Fuerteventura.

Debido en parte a este panorama tan poco halagüeño, los resultados no son otros que encabezar la mayoría de los rankings de cosas negativas y cerrar el de las positivas, ya sea paro, pobreza, salario/ horas trabajadas o fracaso escolar. Es paradójico que, sin embargo, Canarias sea uno de los destinos, sino el primero, de llegada de turistas a nivel mundial, batiendo récords, y que, entre otras cosas alberguemos cuatro aeropuertos con ricos y suculentos beneficios de los que vemos prácticamente nada.

A poco que generemos habilidad para el análisis nos daremos cuenta de que algo no funciona de forma correcta en las Islas Canarias y la necesidad de una defensa de los malogrados intereses del Archipiélago parece evidente; con un ejecutivo autonómico de corte autonomista ( me niego a considerar a eso nacionalismo), cabría esperar incluso hasta que se pusiera en jaque la estabilidad del Gobierno central con contramedidas de rechazo frontal a la implementación de sus políticas y un replanteamiento de las relaciones Canarias- Estado. Por el contrario, nuestro Presidente del Gobierno, Paulino Rivero, y su gabinete han hecho gala de una tibieza jamás recordada en momentos de tanta tensión como los actuales.

Se han centrado en la reforma del Régimen Económico y Fiscal que ya en estos años atrás ha demostrado no ser un elemento de verdadera ampliación del tejido empresarial interinsular y a los datos me remito. En el camino, Rivero ha hablado con la boca pequeña de la cogestión de los aeropuertos, y ha estado ausente en otras tantas ocasiones donde un representante público de su calibre debe demostrar sin paliativos el respeto que merece este ninguneado pueblo. La incapacidad manifiesta le ha impedido alcanzar siquiera la reforma de un Estatuto de Autonomía anquilosado.

El colmo del servilismo y la poca altura de miras fue la presencia de nuestro Presidente del Gobierno en el acto de conmemoración de la Constitución Española, una celebración al que solo asistieron representantes de Gobiernos Autonómicos gobernados por el Partido Popular (y no todos), mostrando el resto su rechazo a la política de recortes de derechos y libertades, así como se evidenciaba la gran separación de posturas con respecto a Madrid y de forma velada la necesidad de reformar una Constitución que parece empieza a quedarse pequeña, incluido para nosotros. Sin embargo, Rivero se presentó allí en un cuadro típico de Síndrome de Estocolmo, rindiendo pleitesía a la Carta Magna y a Madrid.

No solo quedó la cosa ahí, sino que mediante correos a Mariano Rajoy y al Rey de España, Rivero mostró una preocupación porque la supuesta ideología de su partido, el nacionalismo, creciera en las Islas Canarias (?). En una falta total de visión política del asunto y en el momento en el que la desafección de la ciudadanía con respecto a la Casa Real crecía agigantadamente fruto de corruptelas y gastos ostentosos,  Rivero pone al Rey en primer plano como si fuera un interlocutor válido en unas relaciones Canarias-Estado que no busca ni redefinir, ni cambiar, sino afianzartal y como que se encuentran, y que responden a la metáfora padre autoritario-hijo acomplejado.  

Los recientes encuentros con Rajoy y Juan Carlos I entran dentro de esa misma dinámica del mendigar;  y que conste que lejos de estar en contra del diálogo, considero que debería fomentarse más, por ambas partes, de lo que realmente estoy en contra es de que el contenido de dicho diálogo sea para que Rivero se convierta en peón en el mantenimiento de la unidad de España, y se saque adelante un REF, que no es, ni de lejos, la principal preocupación de una ciudadanía huérfana de un cuerpo político firme que ponga pie en pared al abuso y el ostracismo en el que está sumida.

 ¿Se imaginaría el lector cuál hubiera sido la respuesta de otros presidentes con los que Coalición Canaria tiene la intención de concurrir en las europeas como Íñigo Urkullu, si se olvidara las especificidades vascas en la promulgación legislativa o bien se ninguneara su soberanía política como ente autonómico? Posiblemente sería muy distinta a la política claudicante y benévola de nuestro Presidente.

Paulino Rivero además se diluye en la escena estatal en el momento en que es necesario posicionarse, como cuando las competencias autonómicas y locales parecen tambalearse en la vorágine centralizadora e incluso el tema catalán comienza a ser una realidad, que de forma directa o indirecta afecta a todos, y que es consagrado con el silencio o el discurso intermedio de un Presidente a la deriva.

Desconozco los porqués de esto, pero tiendo a pensar que son más fruto de la incapacidad o la falta de una estrategia ideológica definida, que  de un cúmulo de políticas tomadas concienzudamente, ya que de ser real esto último el señor Rivero quedaría retratado en un muy mal lugar en la foto de la historia democrática de nuestro pueblo.

Siempre me he mantenido contrario al discurso de la profesionalización de la política, porque puede llegar a ser un argumento tecnócrata, sin embargo en este caso haré una excepción, y abiertamente expongo la necesidad de que el Presidente de las Islas Canarias dé un salto cualitativo y cuantitativo en sus acciones y en todos los ámbitos sobre los que esta se proyecta, especialmente en su relación con Madrid, y en la fórmula en que maneja la realidad archipielágica y la defensa de los intereses nuestros en relación con las políticas del Ejecutivo Central.

Creo que los canarios nos merecemos que la persona que represente nuestros designios abandone el papel secundario y seguidista que ha relegado a un territorio como el nuestro a la delicada situación en la que nos encontramos.

Por Borja Rubio 

 

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