Esta semana, entre las noticias que hemos podido ver y leer, se trató en el Congreso de los Diputados la famosa ley de vivienda.
En paralelo, en uno de estos medios, Cáritas explicaba que existe una pobreza estructural cronificada en Canarias. Se señalaba que uno de cada tres canarios está en situación de exclusión social. Repito, uno de cada tres. Y apuntaban que una de las causas principales era el problema de acceso a la vivienda.
La vivienda, como sabemos, no es un simple techo, si no que es algo que está en el centro de nuestra vida y de nuestra sociedad. Marca totalmente tu bienestar y te define también dentro de dicha sociedad, dejando en estos momentos a mucha gente fuera.
Vi también otra noticia que compartió en redes la compañera Aceysele de Drago. La situación que sufre Juan Miguel, un señor de Gran Canaria que lleva un año viviendo en una caseta ya que no puede pagar un alquiler tal y como están los precios hoy en día.
Es jubilado, tiene una pensión de 515 euros y padece una enfermedad que le provoca la pérdida progresiva de masa muscular. Decía, entre sollozos, que no quiere que le regalen nada, que solo quiere poder pagar, ya no un piso, sino una habitación, y poderse cocinar un potaje de berros.
Es evidente que la vivienda también está marcando el tipo de sociedad en la que vivimos, y no quiero una sociedad de “sálvese quien pueda”, o de “ya te apañarás”, me niego a creer que la nuestra es así, aunque a veces me exploten en la cara este tipo de noticias.
La vivienda está generando una fractura social que cada vez se evidencia más, esa fractura tristemente es en pro de muy pocos y en detrimento de la mayoría. ¿Cuándo hemos perdido la visión de que es más fácil que te desahucie el banco o tu casero que de que te ocupen la casa? por ejemplo.
Cómo esos pocos han conseguido colar un debate en la sociedad que no existe. Cualquier persona que quiera informarse mínimamente se da cuenta de que no te pueden allanar la morada así como así. Es más, si la mayoría —más del 90 %— vivimos en alquiler o somos propietarios de una sola vivienda, cómo vamos a tener problemas de ocupación, es absurdo.
En otro artículo hice referencia a los amantes del hormigón, porque ahora existe el mantra de que hay que construir vivienda social, que no se construye y que es la solución. Quién en su sano juicio cree que con la construcción de 40 o 100 viviendas se soluciona el problema, es otro pasarratos que no soluciona nada. No se puede asumir ni económica ni ecológicamente fabricar tanta vivienda nueva como para resolver el problema, el hormigón es un agente contaminante muy potente que antes de solucionar el problema nos generaría otro peor. No se puede permitir.
Y esperar a que, como dicen algunos, la oferta y la demanda reajusten el mercado, es otro de esos mantras falsos. No hay ningún país ni sociedad donde haya evidencia de que eso funcione, podemos morir esperando. No necesitamos construir más, somos de los países con más vivienda por persona de la Unión Europea, necesitamos hacer hogar todas aquellas viviendas que hoy por hoy son mercancía, muchas vacías y cerradas por pura especulación. No voy a hablar hoy del uso antisocial de la vivienda vacacional, y de cómo ha arrancado del mercado miles de hogares.
Mucha gente está en contra de que el Estado intervenga el mercado inmobiliario, pero la realidad es que ya está notablemente intervenido, y cómo no, a favor de los rentistas. Es un mercado subsidiado por la administración con deducciones fiscales o ayudas directas. Se le cobra menos IRPF a un rentista que a cualquier trabajador, simplemente por no hacer nada, por abrir la mano, y como siguiente intervención, al Estado se le ocurre el típico bono de alquiler, que mete más dinero de todos en los bolsillos de los rentistas y que además, encarece aún más los precios. Necesitamos que la intervención sea social y no mercantil.









