Las personas menos escuchadas en torno al debate sobre los menores que emigran solos, son los propios niños y niñas que, por ejemplo, llegan a Canarias. Y si los escucharan, se oirían sus lágrimas, sus sueños, sus dificultades o el por qué de un movimiento no siempre deseado. Se escucharía el estruendo del desarraigo. El sordo sonido del silencio de la soledad aterradora. El nuevo lenguaje incomprendido. Las nuevas normas y las miradas no siempre amables que les acechan por si cometen un error.
Asistimos al intento de polarización social en torno un falso debate entre el odio y la solidaridad cuando lo que hay que poner encima de la mesa es la responsabilidad. Con la experiencia acumulada como Trabajadora Social en la atención y protección a las personas migradas quiero ofrecerles una aproximación a lo que algunos de ustedes llaman MENA.
MENA es una etiqueta que el estado español, y por ende la Unión Europea, utiliza para catalogar a los Menores (M) Extranjeros (E) No (N) Acompañados (A) que llegan a nuestro territorio a través de la única vía viable para sus posibilidades: en patera e ingresando en el
Estado de forma irregular. Así, utilizamos la palabra MENA para definirlos y no ver más allá de una categoría que es instrumentalizada en muchas ocasiones para fomentar el odio entre la población local.
Con mis 15 años de experiencia en el trabajo social puedo afirmar que los “MENAs” son ante todo niños, adolescentes o jóvenes que vienen de forma irregular, pero sin su padre y sin su madre. Con ello, pregunto a los señores y señoras que promueven el odio, y a todos aquellos que siguen sus doctrinas, si han estado con uno de esos niños cuando llora por querer volver con su madre; si han estado cuando se despierta durante la noche porque sufren las pesadillas de un viaje en patera en el que ha estado a punto de morir; o si han escuchado sus vivencias cuando en sus países de origen los han utilizado como niños soldados. Porque ante cualquier etiqueta que les pongamos no debemos olvidar que son personas. Y no, no vienen porque quieran disfrutar o delinquir, sino porque la alternativa que les queda es ser un niño de la calle, un adicto al consumo de sustancias o ser un niño soldado. Vienen porque es la oportunidad para algo distinto y necesario que se abre ante sus vidas.
¿Y que se encuentran en España? En resumidas cuentas, un sistema de acogida que no está preparado para sus expectativas. Una realidad totalmente distinta a lo que le han vendido, que conlleva a la frustración, al duelo de alejarse de sus familias, y a las presiones de no poder cumplir con las obligaciones sociales que le marcan desde su salida. Alguna vez se han preguntado ¿Cuánto tiempo pasan estos chicos y chicas sin ver a su familia? ¿Cuánto lloran por no poder estar presente en los fallecimientos de sus familiares, o la presión que reciben de sus allegados para que le envíen dinero para poder sobrevivir?
España no les brinda una vida fácil. No tienen una paga de 150€ ni viven como reyes. Estas mentiras que se dicen de ellos sólo buscan generar odio. Y soy consciente de que algunos de ellos cometen delitos, pero para eso está la justicia. Además, la delincuencia no es un problema exclusivo de los “MENAs”; la delincuencia juvenil es un problema estructural que en España se debería haber abordado desde hace muchos años, y que viene dada por una justicia restaurativa planteada de forma ineficaz.
En definitiva, animo a la reflexión de la sociedad canaria, caracterizada por su solidaridad.
Porque los “MENAs” no son los culpables de una política migratoria débil y sin estrategia; no son los responsables de que en sus países no se les ofrezcan condiciones de vida dignas; no son los responsables de que sus riquezas sean esquilmadas; porque toda persona tiene derecho a buscar una vida mejor; porque en su caso, ¿tú qué harías?
Por Daisy Villalba Perdomo, Trabajadora Social y miembro de Nueva Canarias.