Siguiendo con el símil de que las necesidades de regeneración democrática están flotando en el viento, y pueden ser percibidas por la mayoría (excepto, me temo, que por algunos políticos), hoy voy a hablar de un aroma (aprovechando que comienza el curso), que quizás no sea percibido por todos de absoluta necesidad, pero que para mí es la quintaesencia de la democracia y que fija el baremo de su calidad. Me refiero a la educación. Estoy de acuerdo que otras medidas son de carácter más urgente, pero sin calidad educativa no hay calidad democrática.
Repasemos un poco la historia y veamos que las democracias occidentales surgen, a grandes rasgos, en el siglo XIX y que el inicio de la escuela pública es también de esa época. Lógicamente se trata de educación y de democracias que no son universales, sino restringidas, por ejemplo, por cuestiones económicas o de sexo. Si seguimos haciendo historia vemos que a medida que avanzamos se amplía la participación en ambas. Así llegamos a la época actual en que las dos son universales. Pero ahora falta un paso definitivo: el de la calidad. Ni nuestra educación, ni nuestra democracia son de calidad.
Si echamos un vistazo a nuestra educación pública obligatoria, vemos que se trata de encerrar a nuestra infancia y juventud en unos centros educativos (adjetivo opinable), donde se les enseña una serie de conocimientos útiles y les robamos el tiempo con otros muchos completamente inútiles o, al menos, prescindibles. Esta educación la ejecuta unos profesionales capaces, esforzados, con cariño por su trabajo, y otros, poco competentes, cuyo único camino sería el reciclaje obligatorio o el abandono de esta actividad. Todo ello lo organiza y supervisa unos políticos (a los que nadie ha llamado para que salven a la patria), que se pueden evaluar con los resultados obtenidos. Ni logran diseñar un sistema educativo adecuado, de consenso y duradero, (aunque algunos han hecho más esfuerzos que otros), ni cumplir su función de que el que hay se ejecute bien. Pero parece ser que todo eso no es problema, porque el resultado final del proceso no desagrada. Si lo fuera no seguirían machacando siempre sobre lo mismo y buscarían otras alternativas. Es un alumno alienado y con poca capacidad de reflexión y, por tanto, apto para no cuestionarse el sistema. Tras la educación, vienen la mayoría de los medios de comunicación, que transmiten el pensamiento dominante y acaban de moldearlo en un ser humano individualista, atrapado por el consumismo y que se traga todo lo que le echen.
Frente a este modelo educativo de toda la vida, caben otros y, con seguridad, mejores. Por ejemplo, uno donde se cambie por completo el enfoque y se diseñe pensando en el ser humano y en las únicas propiedades que tenemos, para que conociéndolas, logremos avanzar hacia un mundo más feliz: me refiero a nuestro cuerpo y nuestro tiempo.
Conocer nuestro cuerpo (con el que les aseguro que he vivido desde que nací), en sus aspectos físico, mental y social, para que conociéndonos, podamos ser más felices, sepamos cómo son el resto de seres humanos y, entre otras cosas, conozcamos las motivaciones que nos incitan a actuar. Y conocer la forma de emplear nuestro tiempo: tiempo de trabajo, de ocio y de ciudadano activo política, social y económicamente. Se trata de obtener la preparación básica para insertarnos en el mundo laboral de aquellos trabajos que no necesitan de una preparación específica. No tanto de conocimientos, sino cualidades útiles para todo trabajo, como desarrollo de la inteligencia, de la observación, de la capacidad de reflexión, responsabilidad, disciplina, organización, capacidad de aprender, iniciativa, trabajo en equipo, etc. Con respecto al segundo ampliar nuestro campo en actividades que nos hagan felices (o al menos se intente), principalmente del mundo de la cultura, el arte, el deporte, las aficiones, los viajes...(Campo cuyo desarrollo daría una gran cantidad de puestos de trabajo). Y en el tercero aportar nuestro grano de arena para que este mundo mejore, siendo un ciudadano activo que participa en la organización de nuestra convivencia. Pero debe tratarse de un conocimiento sin transmisión ideológica, reflexivo, con opciones alternativas y siempre con la posibilidad de creación de algo nuevo que nos mejore.
Así lograríamos matar dos pájaros de un tiro. Por un lado gente que sale con una preparación básica para la dedicación política específica y otra para que no se les pueda engañar fácilmente con una política solo de fachada.
En definitiva se trataría de una educación que nos ayude a desarrollar todas nuestras posibilidades y vivir con más plenitud y autonomía y dejar de perder el tiempo y aburrir soberanamente al alumnado, lo que se traduce en desmotivación, desinterés y, en bastantes casos, en indisciplina.
Ya sé que quienes lean esto pueden decir que estoy hablando de ciencia ficción o de utopías. Nada de eso. Sé que lo que propongo es muy difícil, porque la educación es la principal herramienta para cambiar el mundo y todos quieren apropiarse de ella e impregnarla de su ideología. Pero si algo tengo claro es que seguir insistiendo en lo mismo no nos lleva a ningún lado y la nueva ley de educación (LOMCE) es todavía peor que lo que tenemos. Sólo una educación que nos desarrolle como seres libres y autónomos, capaces de reflexionar y decidir por nosotros mismos, nos puede llevar a avances de progreso y felicidad.
Pero, como suele pasar casi siempre en la vida, las conquistas se hacen desde abajo, y hoy van apareciendo condiciones, que, además de nuestra inteligencia natural, pueden ir marcando el camino hacia un cambio de modelo, por canales diferentes a la educación institucional. ¿De verdad creen ustedes que sin el empuje de la gente los políticos estarían hablando de regeneración democrática?
Acabo copiando una frase dicha por un revolucionario francés hace más de dos siglos: El secreto de la libertad radica en educar a las personas, mientras que el secreto de la tiranía está en mantenerlos ignorantes.