La resistencia

Para algunos es un punto negro en medio de un puerto deportivo de lujo. Para otros, un ejemplo de lucha y resistencia. Esa vieja construcción que ha aguantado una batalla de más de 15 años contra algunos de los empresarios ...

29 de enero de 2010 (07:32 CET)

Para algunos es un punto negro en medio de un puerto deportivo de lujo. Para otros, un ejemplo de lucha y resistencia. Esa vieja construcción que ha aguantado una batalla de más de 15 años contra algunos de los empresarios ...

Para algunos es un punto negro en medio de un puerto deportivo de lujo. Para otros, un ejemplo de lucha y resistencia. Esa vieja construcción que ha aguantado una batalla de más de 15 años contra algunos de los empresarios más poderosos de la isla tendrá sin duda defensores y detractores, pero lo que nadie puede negar es que es todo un símbolo, para bien o para mal.

Un símbolo de los que quisieron plantar cara al cemento. Un símbolo del despertar ecologista en la isla. Un símbolo, incluso, de la evolución y la transformación que ha sufrido Lanzarote en los últimos años.

Hace dos décadas, esa casa miraba al mar y estaba sola en medio de una costa inmaculada. Hoy, está atrapada entre un centro comercial y la trasera de varios locales y tiendas del puerto. Por eso, se podía ver como una mancha en el glamour y la modernidad, o como el último bastión de la resistencia.

Ni siquiera hay aún una sentencia definitiva sobre el caso, pero la familia Medina tendrá que entregar este viernes las viviendas. Y mientras lo hace, verá cómo continúan en pie los hoteles construidos a su alrededor en los últimos años, muchas veces a golpe de licencia ilegal.

Los casos son distintos, es cierto. El problema de la familia Medina no es la legalidad o la ilegalidad de la vivienda, sino la falta de escrituras sobre una propiedad con más de cien años de historia. Y desgraciadamente, esa falta de papeles no es la primera vez que juega en contra de muchas familias, que pierden los derechos sobre las casas que habitaron sus padres, sus abuelos o sus tatarabuelos, porque en aquellos tiempos no pensaron siquiera en acudir a un Registro de la Propiedad.

No han podido demostrar que son los legítimos dueños de esas viviendas, y ahora tienen que marcharse. Seguirán batallando en los tribunales, pero de momento ha vuelto a ganar el fuerte.

El desalojo de Berrugo sirve para la nostalgia, para mirar atrás, pero también para mirar al futuro. Y está claro que Lanzarote dejó de vivir hace mucho tiempo del campo y del mar, y que la agricultura y la ganadería nunca volverán a ser las fuentes de sustento de esta isla. Y por tanto, también está claro que el turismo es hoy nuestro motor económico y es necesario cuidarlo y adaptar la isla a esas necesidades. Pero para eso, es necesario que los propios lanzaroteños decidan cómo hacerlo.

Hablar de la resistencia de Berrugo recuerda a aquel grupo clandestino que luchaba contra los invasores de la serie "V". Aquellos extraterrestres que llegaron a la tierra prometiendo mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos, compartir sus avances y su tecnología, pero que en realidad lo que querían era controlar el mundo y hacerse con todos sus recursos naturales.

Puede que Lanzarote necesitara puertos deportivos o que siga necesitando la llamada oferta de ocio complementario, pero eso no deben decidirlo ni los cuatro empresarios de siempre, ni alcaldes como el ex regidor de Yaiza, José Francisco Reyes, que ya está respondiendo en los tribunales por sus actos, y llegó incluso a confesar ante la jueza, aunque luego se retractó, que recibió dinero de varios promotores vinculado a la concesión de licencias ilegales.

En los últimos años, el desarrollo se ha ido imponiendo por la fuerza y, en muchos casos, al margen de la legalidad. Mientras unos, tanto empresarios como ciudadanos de a pie con pequeñas propiedades en la costa o en zonas rurales, encontraban siempre el no por respuesta, otros se han encontrado siempre las puertas abiertas. Y casi siempre, han sido los mismos. Los mismos que se quejan ahora de la "inseguridad jurídica" de la isla, cuando durante mucho tiempo se han beneficiado de las decisiones de alcaldes demasiado "permisivos" con algunos.

Ahora, una treintena de establecimientos alojativos han visto anuladas sus licencias por los tribunales pero, de momento, los que no fueron frenados a tiempo y llegaron a construirse, siguen teniendo sus puertas abiertas como si aquí no hubiera pasado nada. Y es que es fácil tirar la casa de los Medina, de los Levas o de cualquier otro vecino, pero muy difícil derribar buena parte de la planta alojativa de la isla. Porque aunque se ha impuesto por la política de hechos consumados y con licencias que incumplían la legislación, ahora sería impensable echar abajo semejante cantidad de establecimientos.

Sin embargo, al menos sí sería necesario coger el toro por los cuernos y exigir la ejecución de alguna de esas sentencias, al menos en los casos más sangrantes, pero sobre todo establecer de una vez unas reglas del juego que sirvan para todos. Porque si los mismos de siempre, disfrazados de salvadores y benefactores, van a seguir decidiendo los designios de esta isla, Lanzarote entera debería echarse a la calle y tomar el relevo de la resistencia.

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