Gracias, Saramago

Hay amigos con los que uno puede discutir hasta quedarse afónico sobre política, fútbol o religión. Sin embargo, pese a las opiniones encontradas o gracias a ellas, los vínculos que nos unen a esas personas son más fuertes que ...

25 de junio de 2010 (13:30 CET)

Hay amigos con los que uno puede discutir hasta quedarse afónico sobre política, fútbol o religión. Sin embargo, pese a las opiniones encontradas o gracias a ellas, los vínculos que nos unen a esas personas son más fuertes que ...

Hay amigos con los que uno puede discutir hasta quedarse afónico sobre política, fútbol o religión. Sin embargo, pese a las opiniones encontradas o gracias a ellas, los vínculos que nos unen a esas personas son más fuertes que las diferencias. Y eso es lo que le debería quedar a toda la isla de Lanzarote de José Saramago.

Como casi todo el mundo, especialmente los que destacan como él lo hizo, tenía defensores a ultranza y también detractores. Y es normal que muchos no compartieran su ideología política, su defensa del comunismo o incluso su visión de la religión católica. Pero lo que nadie debería discutir es que era un genio de las letras, que consiguió la más alta distinción que puede recibir un escritor. Y tampoco se puede dudar de su compromiso con las causas que consideraba justas, ni de su amor a esta isla.

En ocasiones fue crítico, sí. Crítico con los que no entienden que una persona llegada de otra zona de España o de otro país pueda amar esta tierra tanto como cualquier lanzaroteño. Crítico con aquellos que bajo el discurso de la patria, ocultan la ley del dinero. Con los que no han tenido reparo en llenarse los bolsillos a costa de la corrupción o el cemento, sin preocuparles lo más mínimo el futuro de la isla. ¿Ellos quieren más a Lanzarote que Saramago?

El cariño compartido por algo o por alguien también termina uniendo. Y el amor de Saramago a Lanzarote, le unió a muchos vecinos que de verdad quieren a esta isla. Pero al mismo tiempo, le alejó de aquellos que sólo se quieren a sí mismos, y a los que les molestan los que vienen a quitar vendas de los ojos o a hacer ensayos sobre la ceguera. Los que pretenden anclar a la isla en otros tiempos, y seguir con las garbanzadas y las banderitas para mantener el poder. Y eso, choca de plano con la cultura.

Puede que no se compartan todas sus ideas, pero desde luego no cabe duda de que Saramago invitaba a pensar, a remover conciencias, a sacudir lo que estaba establecido. Y para eso, a veces hace falta gritar. Porque ni la historia se escribe con susurros, ni los cambios de la sociedad se consiguen con mensajes suaves a media voz. Él mismo lo dejó dicho: "Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan, y no hacemos nada por contrarrestarlos, se puede decir que nos merecemos lo que tenemos".

Y Saramago aulló. Aulló contra Estados Unidos, contra el capitalismo, contra las desigualdades de un mundo que esperaba cambiar. Y también aulló a veces en Lanzarote, contra la clase gobernante. Contra ésa que decidió no asomar siquiera la cabeza por el velatorio. Desde todo el mundo estaban mirando a esa capilla ardiente que se instaló en Tías, pero en la isla, hubo ausencias de partidos políticos y representantes públicos tan obvias, que no es necesario ni ponerles nombre.

Saramago no estaba en su tierra, pero aún así, para muchos de aquí tampoco era profeta. Quizá es porque en gran medida, sí era su tierra. Fue el sitio donde eligió vivir y morir. Y sólo por eso, cualquier representante público debería agradecer a Saramago su elección de Lanzarote.

Y es que incluso más allá de su figura cultural o ideológica, también fue una personalidad que acaparaba miradas y admiración, y su presencia convertía a la isla en todo un escaparate. Por eso, sería de necios no ponderar, al menos, el hecho de que un Nobel de Literatura que pasará a la historia, eligiera esta isla, dejando esos nombres unidos para siempre.

Saramago no era un hombre optimista, porque afirmaba que la realidad no daba motivos para ello, y porque consideraba que sólo desde el pesimismo se podía aspirar a cambiar el mundo, y lo dejó claro con frases como ésta: "Me gustaría escribir un libro feliz; yo tengo todos los elementos para ser un hombre feliz; pero sencillamente no puedo. Sin embargo hay una cosa que sí me hace feliz, y es decir lo que pienso". Y ése es el consuelo de los que le quisieron, y la desgracia de los que hubieran preferido que se callara.

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