Parece que siempre se aprecian en las sociedades dos tendencias. Por un lado, están los individuos solidarios, en los que su esfuerzo personal contribuye decididamente al bien común. Sus acciones, como la buena semilla, ...
Parece que siempre se aprecian en las sociedades dos tendencias. Por un lado, están los individuos solidarios, en los que su esfuerzo personal contribuye decididamente al bien común. Sus acciones, como la buena semilla, trascienden en el tiempo, dan fruto. César Manrique, por ejemplo, acertó en decir que vivimos en un lugar atlántico excepcional en donde el ecologismo debe ser pieza clave, además, nos dejó como legado los CACT y la FCM.
El ingeniero Manuel Díaz Rijo, trajo a la Isla la desalación de agua marina y posibilitó el desarrollo turístico. A José Torres, presidente de la Cámara de Comercio de Lanzarote, parece que le está correspondiendo señalar que las energías renovables y la innovación tecnológica deben tener más protagonismo en el próximo paso que como sociedad decidamos dar. Paradigma de ello, es la fotolinera inaugurada la semana pasada en el centro de innovación empresarial de la Cámara.
Pero, por otra parte, nos quedan los personajes insolidarios que se nutren y se aprovechan despreciablemente de lo que nos pertenece a todos. Normalmente, cuanto tocan algo lo convierten en miseria. Hace cincuenta años, la agricultura de Lanzarote la podríamos considerar como de milagrosa. El Jable, un desierto en toda regla, era cruzado de norte a sur sin dejar de observar el verde de la cosecha. La mayor parte de la Isla vivía de ese secano rabioso. Pero llegó un iluminado y orquestó la puesta en marcha del Complejo Agroindustrial de Teguise. Les tenía reservada una sorpresa a los hombres y mujeres que con voluntad mantenían el milagro agrario.
Al adquirir, a un artificial mejor precio, la cosecha de un solo año de la mayor parte de la Isla, trajo tres consecuencias: labradores y ganaderos que todavía hoy no han cobrado lo que se les debe, aniquiló a los intermediarios que sacaban el producto al mercado exterior y, como consecuencia de ello, hundió la agricultura insular (algunos camiones de cebollas llegaron hasta el vertedero de Zonzamas?). Posteriormente, este iluminado montó un partido político y, junto con sus secuaces, arrasó, cobardemente, con todo lo que se le puso a tiro. No hace falta dar más pistas de a quién nos referimos ni de sus correrías posteriores.
Hace trescientos años, la Constitución americana incorporó sabiamente la separación de poderes del Estado. Si todo funcionara, el poder Judicial debería pararle los pies a los excesos de los políticos. Lamentablemente, eso no es lo que se percibe. Muchos de los recursos que hoy hacen falta en educación y sanidad, ya nos fueron saqueados por delincuentes vestidos de políticos, vendedores de humo, piratas del Caribe. En estos momentos de incertidumbre económica, y ante las nuevas revelaciones del caso Unión, está en manos de los jueces y fiscales el ejercicio contundente, sin límites, de hacer que estos sátrapas paguen por las tropelías que hicieron en el pasado (alguna, incluso, quiso sepultar la Bahía de Juan Rejón para que el litoral de Arrecife, con los nuevos hoteles, se convirtiera en un escenario de CSI Miami?).
La tónica generalizada es la sospecha de que el caso Unión quedará en nada. Sin embargo, la entrega, la actuación con mano de hierro de los jueces para que estos ladinos que le han usurpado el futuro a muchos jóvenes preparados y en paro actualmente, no salgan impunes, hará albergar alguna esperanza de Justicia, de cambio. Si se logra, restablecerán el orden, harán que más personas decidan optar por la vía de la solidaridad para que nos beneficiemos todos.