"¡Le vi, le vi con mis ojos:
era el de siempre; era igual;
era el antiguo cacique;
era el cacique rural!..."
Luis de Tapia.
La palabra cacique significó originariamente "persona principal de un pueblo"y no tenía una connotación peyorativa, relativa al ejercicio de un poder arbitrario, ilegítimo y corrupto. La adquisición de este último significado es el resultado de los enfrentamientos ideológico-políticos que tuvieron lugar especialmente en el siglo XIX. Algunos de los significadosprincipales de la palabra cacique tiene que ver con el proceso histórico que condujo a la oposición y sustitución de un orden económico y político antiguo, el señorial o Antiguo Régimen, por uno nuevo, el capitalista.
Los caciques podían ser personas ricas que abusaban de sus riqueza u otras personas que podían abusar de su fuerza política. En definitiva, alcaldes, doctores, farmacéuticos y otros profesionales, burócratas diversos y terratenientes podían convertirse en focos de redes de seguidores o clientes a nivel local. Y ellos, a su vez, ser clientes de otros caciques poderosos situados en las ciudades o en los centros administrativos.
Mediante el establecimiento de relaciones particulares con estas personas, sus seguidores esperaban obtener recursos, materiales o instrumentales, tales como tierras, empleo, asistencia, protección, préstamos u otros beneficios de la administración estatal, medios para contactar con poderes más allá de la comunidad local, por ejemplo, mediante "cartas de recomendación" o "enchufes". Al mismo tiempo, los seguidores o clientes aseguraban diversas formas de servicios: lealtad a sus empleados, interés en el cuidado de sus bienes, simbólicos o materiales, suministro de información relativa a los asuntos locales, apoyo político...
La centralización política y administrativa que se llevó a cabo a lo largo del siglo XIX creó una serie de bienes que eran, a la vez, baratos e inagotables y, al mismo tiempo, muchas veces vitales para los ciudadanos: decisiones administrativas (autorizaciones, certificados, exenciones, etc.). En la administración de estas "decisiones" los funcionarios locales obedecían a los caciques y, al mismo tiempo, estaban protegidos por ellos. De este modo, la administración podía ser ineficiente de muchas maneras y el caciquismo crecía sobre la ilicitud de sus propias decisiones, unas veces por acción y otras por omisión.
En relación a la impresión de ineficacia que se derivaban de un tal ejercicio de la administración, Joaquín Costa, en su libro Oligarquía y caciquismo, escribe: "Cada región y cada provincia se hallaba dominada por un particular irresponsable, diputado o no, vulgarmente apodado en esta relación cacique, sin cuya voluntad o beneplácito no se movía ni una hoja de papel, no se despachaba un expediente, ni se declaraba una exención, ni se nombraba un juez, ni se acometía una obra, para él no había ley de quintas, ni ley de aguas, ni ley de caza, ni ley municipal, ni leyes de enjuiciamiento, ni ley electoral, ni instrucción de consumos, ni leyes fiscales, ni reglamento de la Guardia Civil, ni Constitución, ni política de Estado: Juzgados, Audiencias, gobernadores civiles, diputaciones provinciales, administración central, eran un instrumento suyo, ni más ni menos que si hubiesen sido creados para servirle".
En la actualidad, en muchos de nuestros pueblos se contrapone a menudo la palabra "cacique" a la palabra "hombre". "Ser hombre" implica tener "los pies firmes en el suelo", "plantarse en su sitio". "Ser cacique" implica abandonar este sitio e ir a "meterse debajo" del "amo, señorito o capitalista".Y es que, como dijo el poeta: "Que te compren no me extraña, / que te vendas... ¡eso sí!, / y lo que menos comprendo / es que no te extrañe a ti".
Francisco Arias Solis