Hace unos días se hizo viral un vídeo en el que un hombre en un cine, mientras se proyectaba nada más y nada menos que una película infantil, visiblemente alterado, insultaba, amenazaba y agredía a su mujer, en presencia del hijo menor de ésta.
Durante el transcurso de la escena, un boxeador profesional presente en la sala, intenta mediar pacíficamente y solicita al agresor que deponga su actitud. Lejos de hacerlo o de amedrentarse, el maltratador se encara de manera amenazante y comienza a gritar e insultar al boxeador, quien, tras algún amago de retirarse, de idas y venidas, termina por perder el control y la emprende a golpes y puñetazos. Si bien es cierto que algunas personas intentan interceder para que la cosa no pase a mayores y, otras, abandonan la sala apresuradamente con sus hijos, también otros testigos lo jalean y aprueban con un “bien hecho”. Finalmente, mientras continua golpeándole, varias personas se acercan y el boxeador desiste de su actitud, no sin antes haber dejado KO al agresor de la mujer. Visiblemente afectado, el boxeador se dirige al resto de presentes en la sala, y pide disculpas.
Como simple testigo de las cosas que suceden ante una mirada mínimamente atenta, relacioné esta escena del cine, sin saber bien por qué entonces, con otro suceso del que fui testigo unas semanas antes y que me causó cierta perplejidad. Estando en un parque infantil, un niño, para lograr subir al tobogán antes que el que le antecedía, le dio tal manotazo que obligó a su madre a intervenir: “¡no se pega, solo se pega si te pegan a ti!". En ese momento me vino a la mente el cuadro de las pinturas negras de Goya, “duelo a garrotazos”, e imaginé que esos pobres chinijos que no levantaban ni medio palmo del suelo, haciéndose cada uno acreedor del derecho a pegar al otro en el mismo momento en que se es golpeado, en un ejercicio de “legítima defensa, comenzaban a darse tortazos mutuamente en un bucle sin fin.
¿Es legítima la violencia contra la violencia? ¿Hay violencias más legítimas que otras? ¿Habrá evitado el boxeador que en un futuro el agresor machista y violento del cine no vuelva a maltratar a su mujer? ¿Qué pasa con los niños y niñas de hoy, adultos del mañana?, ¿buscarán otras vías de resolución de conflictos?, ¿estarán hechos de otra pasta y serán inocuos a la violencia que ven, y sufren, a su alrededor? ¿Qué habrán pensado los niños del cine y qué huella habrá quedado en ellos? ¿Y el niño del parque?, ¿cómo se sentirá sabiendo que a los golpes se responde con más golpes?, ¿hará caso a su madre? ¿Qué relación guarda el aprendizaje de estos hechos con las guerras presentes y con las que, seguro, vendrán? ¿Piensan que exagero?, ¿piensan que he perdido el juicio?, ¿de verdad que lo piensan?
Si es así, pido disculpas, pero es que tal vez, no queremos reconocer que los “incivilizados” del “ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”, no han desaparecido, porque ellos, en realidad, somos nosotros mismos.