“Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su origen, o su religión. La gente aprende a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar. El amor llega de forma más natural al corazón que su contrario”, decía Nelson Mandela.
Desde luego, algo estamos haciendo muy mal, como sociedad, a juzgar por los comentarios que podemos leer estos días en los digitales locales y en las redes sociales. ¿De verdad hemos llegado a tal grado de deshumanización? ¿Cómo puede haber comentarios tan dañinos, tal manipulación de la información y demagogia con un tema tan serio?
Mandela habla de odio “aprendido”, no innato, hacia el que es diferente. Y no le falta razón. Ese odio -racismo y xenofobia a fin de cuentas- es el que está mostrando estos días un sector de la población local hacia los migrantes que llegan a nuestras islas y están siendo reubicados en establecimientos hoteleros y apartamentos.
No cabe duda de que la medida es controvertida, delicada, cuestionable. No pretende este artículo juzgar la idoneidad de dicha acción puesto que para eso están los expertos en la materia. Bajo esta cuestión subyace una problemática mayor que, por supuesto, no está bien resuelta y tiene que ver con las políticas migratorias de la Unión Europea y la actuación de los Estados miembros.
Si unimos este malestar de fondo -entendiendo que llevamos arrastrando mucho tiempo la ineficacia de gobiernos (a todos los niveles) que no han sabido resolverlo- a la crispación general y el desgaste que está suponiendo la crisis ocasionada por la Covid-19, podría uno entender que el ambiente se tornara convulso. Pero, en todo caso, la respuesta de la ciudadanía disconforme con estas medidas adoptadas, ¿no debería ser contra los decisores?
Cómo se explica que el odio sea contra quien abandona su hogar para evitar morir de hambre. Hemos fracasado como sociedad si hemos enseñado ese odio, en lugar de enseñar a amar, volviendo a la cita del Premio Nobel de la Paz. Y lo que toca plantearse es cómo revertir la situación y desaprender ese odio.
Lo que está ocurriendo estos días es pasajero, transitorio y no por ello menos grave. Puede tener solución si la sociedad se moviliza, de forma organizada y utiliza herramientas legales y elementos de presión para conseguir medidas eficaces al más alto nivel. Pero el odio no se esfuma como el viento.
Marta Armas
Directora de Marmas Comunicación