Bajo el volcán

Amado Vizcaíno
5 de noviembre de 2021 (11:19 CET)

De vuelta a casa después de seis jornadas intensas de trabajo en la isla de La Palma, me gustaría contar lo vivido en estos días de bajo el Volcán dentro del equipo voluntario de Emerlan.

Un equipo desplazado a La Palma desde 18 octubre formado por tres vehículos 4x4 y nueve personas, a las que vamos relevando en función a los días libres que tenemos cada uno de nosotros, con el objetivo de estar ahí, al lado de nuestros hermanos palmeros.
Sin duda, una experiencia personal difícil, y no solo por trabajar bajo el miedo de no saber qué puede pasar en horas, incluso minutos, ya que cada día las noticias hacen que te replantees si debes estar ahí o no.

En las noticias ves cómo cuentan las decenas de temblores que ha habido las últimas horas, mientras anuncian nuevos terremotos de más intensidad, anuncian posible contaminación del aire por azufre, nubes de cenizas, explosiones del volcán, etc. A todas esas noticias hay que añadir el terrible rugir de una montaña que da más miedo cuando guarda un silencio momentáneo que cuando no para de rugir.

Estos silencios del volcán son acompañados por el silencio de los lugares, pueblos enteros silenciados con sus calles cubiertas de una ceniza negra en la que las únicas huellas que puedes encontrar son de algún gato o pájaro que anda por ahí como si de una película de
ciencia ficción se tratara.

Detrás de estos silencios sabes que pronto vienen explosiones y detrás de ellas más nubes de ceniza, más lava, más destrucción del pueblo palmero. Ves cómo la lava sale y sale… Las coladas no avanzan, pero sabes que pronto lo harán, aunque no sabes por dónde. Hasta que aparece y empieza a caminar lentamente, simplemente a unos metros por hora, unos días más rápido y otros más lento.

Un caminar lento, ruidoso y muy destructivo, se va acercando a las casas y poco a poco las devora, las tira como si fueran casas de papel, sin importar los sentimientos del pueblo palmero.

Va engullendo todo a su paso, casas, fincas, colegios y todo lo que se interponga en su camino... 

Un avance lento y horroroso que va dejando a familias sin nada más allá de sus memorias o de aquellos recuerdos que pudieron sacar antes de que el volcán decidiera que quería ir por allí. Lo más difícil de todo es ver la tristeza de las personas, hablar con ellos mientras los acompañamos a sacar pequeños objetos, algunos enseres o a limpiar de arena sus casas aún en pie con la esperanza puesta en que el volcán decida parar o al menos cambiar su dirección.

Lágrimas que corren por sus caras cubiertas de ceniza negra que llueve del cielo. Desesperación en cada rostro… Una señora me decía que ella entregaría su vida con tal de que el volcán parara de una vez, con tal de que la destrucción de su tierra palmera parara.
Personas que te cuentan la historia de sus casas y fincas labradas poco a poco por sus abuelos y padres durante años y años de sudor, para que en un minuto la tierra se lo tragara todo y dejara un desierto de roca humeante.

Ver cómo en una hora o en dos deben meter sus vidas en un camión, eligiendo qué coger y qué dejar dentro de sus casas para, con suerte, volver mañana, si la lava no ha decidido llevarse su vida durante la noche. Cada persona con su historia, unas diferentes a otras, pero todas unidas por el mismo dolor de la destrucción y la misma esperanza de que el volcán pare de una vez. Pero, a pesar de todo esto, los voluntarios volvemos a casa con la satisfacción personal de haber trabajado codo con codo con ellos, de hacerles ver que no están solos, que aunque no podamos parar el volcán sí podemos luchar contra las cenizas que intentan cubrir sus casas y ayudar a recoger sus vidas rápidamente o incluso dar un abrazo y consuelo. 

Para nosotros lo importante es ver ese brillo que tienen sus ojos al ver que, a pesar de todo lo que está pasando, estamos ahí a su lado. Voluntarios de todas las islas y de todos colores que estamos ahí a su disposición para lo que ellos necesiten y ellos lo saben.
Gracias es la palabra que te dicen una y otra vez. Fue la primera palabra que escuché a mi llegada a La Palma, gracias… Unos vecinos se acercaron a darnos las gracias por ir, según ellos los voluntarios sí estamos ahí, apoyándolos.

Me decían que ellos lo habían perdido todo pero que todavía quedaba mucha gente que necesita nuestra ayuda y que el pueblo palmero nunca lo olvidará. Y cierto es, muchos incluso nos decían que cuando todo pasara volviéramos a sus casas al menos para un café, que siempre seremos bienvenidos en sus casas.

Vuelvo a casa sin ganas, me invade una profunda tristeza por no poder estar ahí más días, pero los deberes personales son los deberes personales. No obstante y si no cambia nada pronto volveremos a seguir trabajando, a seguir colaborando. Me quedo tranquilo porque aunque yo no esté, sí estarán otros compañeros voluntarios.

Sin duda, tal como afirmo el general estadounidense Jimmy Doolitte "Nada es tan fuerte como el corazón de un voluntario"

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