Por Echedey Eugenio Felipe
Algo más de dos años han transcurrido desde la toma de posesión de los nuevos cargos públicos en cada una de las administraciones de Lanzarote y de Canarias y es momento, por qué no, de dedicar unos minutos a la reflexión. ...
Algo más de dos años han transcurrido desde la toma de posesión de los nuevos cargos públicos en cada una de las administraciones de Lanzarote y de Canarias y es momento, por qué no, de dedicar unos minutos a la reflexión.
Quedan casi otros dos años de legislatura por delante y éste es, a mi entender, el momento de corregir errores, mejorar formas y, si los hay, reforzar y consolidar aciertos.
Somos trabajadores públicos y como tales nos debemos a nuestros "jefes", aquellos que con su esfuerzo pagan nuestros sueldos. Nuestra labor está siempre, y así debe ser, bajo la atenta mirada de los ciudadanos y es a ellos a quienes debemos rendir cuentas. No porque en dos años las formaciones se vuelvan a someter a su examen (que también) sino porque para eso nos eligieron en 2011, tenemos un compromiso con Lanzarote y estamos en la obligación de cumplirlo.
Puedo decir hoy, dos años más tarde, que es un orgullo haber tenido la oportunidad de desempeñar la función pública para la que, primero los vecinos de Teguise con sus votos y luego el señor Alcalde con su confianza, me designaron.
Debo reconocer que este es un camino de altibajos: grandes satisfacciones o enormes decepciones, objetivos cumplidos o eternos atascos, quejas o felicitaciones, días en los que tienes la sensación de haber solucionado los problemas que se te plantean y otros en los que parece que tu trabajo no sirve para nada porque lo ralentiza todo la eterna burrocracia. En estos meses he podido sentir tanto la impotencia de no poder dar respuesta a personas a las que, incluso con toda la voluntad del mundo, ha habido que decirles que NO como la satisfacción de que con tan sólo un pequeño gesto, interés por los problemas y ganas de trabajar y de resolver puedes aportar tu granito de arena a hacer del entorno en el que vivimos un lugar mejor para las personas.
La labor municipal es complicada, y a veces hasta frustrante. La norma, aunque de obligado cumplimiento, puede llegar a ser estúpida ya que es muy sencillo para los señores de Madrid (o incluso de más cerca) redactar normas o reglamentos desde la comodidad de sus sillones de piel y a los 20º grados de sus aclimatados despachos pero LA REALIDAD ESTÁ EN LA CALLE. Al lado del vecino que no llega a fin de mes o de aquel al que alguien, sobre un mapa a veces hasta mal hecho en esos cómodos despachos, le marca una línea amarilla que, con formas más propias de otros regímenes, le sustraen derechos que como propietario debía tener. A esos les ponía yo los zapatos y los llevaba a recorrer los 23 pueblos de nuestro municipio y a escuchar los problemas de nuestros más de 20.000 habitantes. La política local es, sin duda, la mejor Escuela y muchos de esos senadores, diputados, ministros, secretarios de estado, vicesecretarios, directores, delegados provinciales, delegados insulares y demás asociados estatales deberían pasar por ella para que no se alejen tanto del sentir de la gente.
¿No se plantean estos señores que cuando tienen que usar policía o seguridad o barreras que los separen de quién en realidad los coloca ahí, es decir el pueblo, hay algo que está fallando en el sistema?
Yo mismo contesto a mi pregunta: No, ellos viven otra realidad. La de los rocambolescos edificios, los mullidos sillones de piel, los aclimatados despachos, los tropecientos cargos de confianza, los coches oficiales, los grandes hoteles. Y esa realidad es muy diferente a la del resto de las personas.
La ley de costas, el deslinde marítimo-terrestre en La Caleta, los límites del estado en la Graciosa o la ley de racionalización de la administración locales son solo pequeñas muestras de lo que ocurre cuando, los que desconocen, legislan y marcan rayas y normas desde sus despachos olvidando su cometido.
Estos señores olvidan que la regulación y la normativa deben ser una herramienta para la mejora de las sociedades y el desarrollo de las personas y que pierden su esencia cuando abandonan esa filosofía para convertirse en obstáculos o frenos a la evolución. Una evolución que debe ser ordenada, planificada, respetuosa con el medioambiente, acorde a nuestra realidad y ajustada, pero EVOLUCIÓN.
Los modelos de sociedad, de crecimiento y de futuro debemos decidirlos los ciudadanos y no cuatro iluminados desde un despacho de Madrid.
Hace ya algún tiempo entramos en Teguise, el nuevo grupo de concejales, y en Coalición Canaria, la nueva dirección, con el convencimiento de que las cosas podían cambiar y "vaya que si lo han hecho". El camino es largo y muchas veces son más los traspiés que las ayudas pero con dedicación, esfuerzo y mucho trabajo las cosas salen. Hoy, dos años después, me paro y reflexiono: hemos hecho cosas, cambiado formas y cumplido promesas pero aún queda mucho trabajo por delante y debemos hacer autocrítica de lo que nos ha quedado en el camino, lo que está a medias, lo que hicimos mal y corregir los errores. Y aunque queda mucho por hacer, serán los ciudadanos los que, en menos de dos años, valoren el trabajo, el esfuerzo o la dedicación que las personas que ponemos cara al proyecto nacionalista para Canarias hemos realizado en las administraciones.
Los políticos no podemos transformarnos en una clase a parte, somos personas, ciudadanos, que hemos decidido dar un paso al frente para aportar nuestro granito de arena para mejorar una sociedad de la que formamos parte. Con nuestros aciertos, nuestros errores, nuestras virtudes y nuestros defectos pero desde luego sin perder nunca el norte ni levantar los pies del suelo en el que pisamos. Alguien debería recordarle esto a algunos.