Que levante la mano el que no haya tenido un "hater" de esos que se esconden detrás de un perfil sin foto, con un nombre que parece contraseña de WiFi, y que solo aparece para escupir bilis y desaparecer.
¿La ves? No hay manos levantadas. Porque todos los que opinamos, escribimos o simplemente respiramos más fuerte de lo normal, tenemos uno. O veinte.
Y mira, yo soy muy de libertad de expresión, pero no confundamos libertad con cobardía digital. Porque opinar se puede. Disentir, también. Pero hacerlo desde las sombras, sin cara, sin nombre y sin argumentos, es como tirar la piedra y esconder la neurona.
Tú, anónimo, que te dedicas a comentar mis artículos de opinión como si tuvieras el Pulitzer bajo el brazo y una tesis doctoral en insultología, déjame decirte algo: no eres crítico, eres un cobarde con wifi. Porque cuando uno cree de verdad en lo que piensa, da la cara, firma con nombre y se aguanta la respuesta. Como hacemos los valientes. Como hago yo.
¿Sabes cuál es tu problema? Que te molesta que alguien diga lo que piensa, con estilo, con rabia si hace falta, y con un par de ovarios o cojones, según el día. Te jode ver que alguien escribe lo que tú no te atreves ni a pensar en voz alta. Y entonces haces lo único que puedes: ladrar desde el anonimato.
Pero mientras tú te escondes detrás de un teclado, yo me expongo. Me firmo. Me muestro. Y si no te gusta lo que digo, escribe tú tu artículo, cariño. Pero no me vengas con faltas de ortografía y complejos de inferioridad, porque ni soy tu terapeuta, ni tengo tiempo para leerte entre líneas de resentimiento.
Mucha gente de mi entorno y otros autores dicen que no debemos ni entrar a responder ni perder el tiempo en leer. Pero yo sí que respondo. Y lo hago a través de los artículos. Porque mientras tú usas el anonimato para escupir, yo uso mi nombre para firmar. Y eso, cariño, es lo que nos diferencia: tú eres comentario. Yo soy contenido.
Esto no es un debate, es una sentencia:
Si no das la cara, no das la opinión. Punto.
Y se acabó.