No es su primera vez en el banquillo de los acusados, y de hecho ya acumula dos condenas judiciales, una de ellas ratificada por el Tribunal Supremo. Sin embargo, el juicio al que esta semana se ha enfrentado el ex alcalde de Haría, ...
No es su primera vez en el banquillo de los acusados, y de hecho ya acumula dos condenas judiciales, una de ellas ratificada por el Tribunal Supremo. Sin embargo, el juicio al que esta semana se ha enfrentado el ex alcalde de Haría, Juan Ramírez, refleja toda una forma de entender la política, que ha imperado durante años en Lanzarote.
Los paralelismos entre Ramírez y otros políticos habituales de los Juzgados son cada vez mayores, sobre todo al escuchar el que ha sido su principal argumento de defensa durante la vista oral: que es una víctima de tramas de persecución en su contra.Era como escuchar a Dimas Martín durante las dos últimas décadas, o a José Francisco Reyes durante los últimos años.
Y es que al margen del tipo o incluso de la gravedad de los delitos de cada uno, hay dos cosas esenciales que les unen. Una, su particular manera de afrontar las imputaciones e incluso las condenas. Otra, el modo en el que entendieron la gestión pública, haciendo y deshaciendo como auténticos caciques, como si la isla o su municipio fueran un cortijo y pudieran actuar sin rendir cuentas a nadie ni someterse a normas ni leyes aplicables para el resto de los mortales.
En el caso de Reyes, se especializó en la concesión de licencias ilegales. Dimas, por su parte, ha tenido debilidad por la gestión del dinero público, ganándose ya una condena por malversación de fondos y una imputación por una larga lista de delitos en el marco de la Operación "Unión", incluyendo cohecho y asociación ilícita. Es decir, de formar parte de una organización creada para delinquir, con la presunta colaboración de cargos públicos del PIL, cuando ya ni siquiera estaba en las instituciones e incluso cumplía condena por otra causa en la cárcel de Tahíche.
Al lado de todo esto, Ramírez parecería un simple aficionado, pero aunque a menor escala y centrada en Haría, su forma de actuar no dista demasiado de la de Dimas Martín. Y sus debilidades iban desde la concesión de licencias, incluso a sí mismo, hasta la falsificación de contratos firmados por el Ayuntamiento. Incluso, Ramírez y Dimas comparten también el hecho de haber sido condenados por otro delito no relacionado con su actividad publica, sino con la venta de inmuebles. En el caso del ex alcalde de Haría, pesando sobre él una condena por estafa.
Repasar el historial de cada uno de ellos pone los pelos de punta, sobre todo por pensar cómo ha podido convivir Lanzarote durante tantos años con esa forma de hacer política, en la que ya no es que no se respetaran las leyes, sino tampoco las mas mínimas formas de decoro o de disimulo, quizá pensando que la Justicia nunca iba a llegar para ellos.
Sin embargo, para los tres ha ido llegando, con las primeras condenas y con las graves causas penales que aún tienen pendientes, pero eso no significa, ni mucho menos, que Lanzarote ya pueda descansar tranquila. Al contrario. Toda una era de políticos y de forma de entender la gestión pública está pasando por el banquillo y se esta sometiendo a los tribunales de Justicia, pero la lacra de la corrupción no ha terminado. Y el problema es que, además, puede haber "aprendido" de los errores. Pero no para corregir el rumbo, sino para perfeccionar los métodos.
El delito zafio del que se cree impune ya no sirve, e incluso a los que más han calculado sus movimientos les han temblado las piernas en el último año, pensando si dieron algún paso en falso que les pueda pasar factura. Si dejaron algún cabo suelto o, incluso, si alguien puede decidirse a tirar de la manta. Máxime sabiendo que, por ejemplo, el caso "Unión" aún mantiene una parte bajo secreto de sumario y la investigación sigue abierta, con muchos testigos e imputados pendientes de declarar ante el juez.
Sin embargo, es evidente que ni una ni veinte operaciones judiciales van a poder terminar con toda la corrupción que ha campado a sus anchas por la isla durante los últimos años. Y menos aún, si algunos se empeñan en darle cobijo, en alentarla o en seguir viviendo a su sombra.
Mientras no se ponga fin a eso, la esperanza seguirá estando en los tribunales, para que logren quitar las caretas y poner a cada cual en el lugar en el que le corresponde. Y hasta que llegue ese momento, la sociedad debería estar mas alerta que nunca, porque de la era del delito grosero y sin tapujos se ha pasado a la del guante blanco, en la que los objetivos no se conquistan con garbanzadas en busca de votos, sino con tentáculos de poder que se mueven en la sombra y que cualquier día se colarán hasta en el salón de nuestra casa.