Hay una parte importante de esta sociedad que vive encerrada en sí misma, presa de un feroz individualismo antisocial que merma al resto de los que conviven con ellos.
Es la clase de personas que dejan el coche aparcado sobre la acera, porque van a tardar "un segundo" en recoger al niño o en comprar tabaco; y no paran a pensar que en ese "segundo" pueden pasar por esa acera obstruida unos padres empujando un carrito de bebé, o un repartidor del supermercado con el carro cargado, o una persona en silla de ruedas.
Esas personas que no recogen la caca de su perro, o dejan la bolsa de basura a los pies del cubo porque tienen prisa, o porque el mecanismo del cubo es nuevo y no les merece la pena invertir un ratito de su tiempo para averiguar su funcionamiento; y no reparan en el mal olor que se genera ni en las manchas pringosas que deja en la acera y que pisarán, expandiéndolas, todos los transeúntes que pasen por allí.
El tipo de personas que ponen el volumen de la radio del coche o de casa muy alto porque les gusta escucharla así, o gritan en la calle; sin preocuparles que otras personas van a estar obligadas a escuchar esa música, y a lo mejor uno de ellos trabaja en turno de noche y duerme a esa hora, otro tiene gripe e intenta dormitar, y otro está estudiando porque mañana tiene un examen importante.
Las personas que no ponen los intermitentes conduciendo porque está muy claro que "van a ir para allá", o que van muy rápido porque "conducen muy bien"; y no paran a pensar que pueden provocar un accidente porque el resto de los conductores son adivinos, o porque en las distancias de reacción y de frenado no solo influye la pericia del que conduce, sino la velocidad a la que circula.
Y esas personas no son necesariamente malas, no son sádicos que actúan para causar mal a los demás premeditada e intencionadamente... Ni mucho menos. El problema es que esas personas no piensan en los demás, no caen en la cuenta de que sus actos tienen consecuencias, que pueden ser negativas, para otras personas. Es como si tuviesen la íntima certeza de que están por encima del resto: su tiempo vale más que el tuyo, su derecho prevalece sobre el tuyo, ellos son más importantes que tú... Esa gente hace ardua la convivencia, a veces imposible, suponen un desgaste continuo por vulnerar una y otra vez las normas más elementales de educación cívica. Y lo peor es que cualquiera que pasee por estas calles puede darse cuenta de que son muchos.