En la Sanidad, al contrario que en las guaguas, no es buena idea quedarse atrás. Desde hace ya muchos años las sociedades que nos rodean han comprendido que la red farmacéutica es un inestimable apoyo para mejorar el servicio asistencial de la población. Recientemente, Bélgica se sumó a los países donde los profesionales farmacéuticos pueden vacunar a la población en campañas estacionarias como la gripe o la COVID-19.
Otros estados han ido más allá. En el Reino Unido, el colectivo farmacéutico puede diagnosticar y tratar hasta siete afecciones comunes; en Australia, un peso importante de los cuidados paliativos recae sobre la farmacia comunitaria, revisando los medicamentos en el hogar y en la atención residencial, llegando a brindar apoyo a pacientes y cuidadores incluso en el duelo. En Estados Unidos, el papel del farmacéutico en los hospitales va más allá de la preparación de las dosis para los pacientes, haciendo todo el seguimiento farmacoterapéutico de las medicaciones. Y estos son solo algunos ejemplos que se dan en países donde las farmacias no tienen, ni de lejos, la capilaridad que cubren las boticas españolas, lo que podemos interpretar como una falta de visión estratégica por una parte de la Administración de nuestro país.
Mirando más cerca, en España hay comunidades en las que los farmacéuticos comunitarios pueden hacer bloqueos cautelares de medicación en caso de que haya problemas con la misma, o dispensan de manera excepcional cuando se da la necesidad. También realizan pruebas de VIH o colaboran en la recogida de muestras de test para la detección precoz de cáncer de colon o cérvix. En otras comunidades se ha establecido una dispensación colaborativa entre la farmacia hospitalaria y la farmacia comunitaria, con la implicación indispensable de la distribución farmacéutica, de modo que los pacientes con medicaciones hospitalarias tengan la opción de recoger sus fármacos en su oficina de farmacia de referencia, en vez de tener que acudir al hospital periódicamente, manteniéndose así la custodia farmacéutica durante todo el proceso y disminuyendo la huella de carbono. En los casos de desabastecimiento, cuando la solución es un medicamento extranjero, hay comunidades que hacen la dispensación a través de las farmacias comunitarias, evitando que haya que acudir a oficinas del correspondiente servicio de salud.
Todas estas mejoras están basadas en tres puntos fundamentales: el reconocimiento de las capacidades profesionales del farmacéutico, la necesidad de dar soluciones efectivas a un sistema sanitario cada vez más colapsado y, sobre todo, el poner la prioridad en la salud de la ciudadanía.
Hay quien quiere ver en este proceso de cambio que ya se da en gran parte de los países más avanzados y un significativo número de comunidades y ciudades autónomas españolas, un enfrentamiento en las competencias propias de otros colectivos como el de médicos o enfermería. Incluso quien llega a apuntar razones económicas, sin valorar lo que realmente supondría de ahorro la mejora sustancial de la salud de la población.
Canarias, en esta nueva etapa, tendrá que decidir qué parte del tren quiere ser, si la locomotora que tira del resto al avanzar, si un vagón del medio que se deja llevar, o si prefiere quedarse en una de las vías muertas de la estación para que nada cambie.
Estamos hablando de mejora en la atención primaria, en la prevención, en la adherencia al tratamiento, en las listas de espera, en investigación y, evidentemente, en la salud global.
Nosotras y nosotros, las farmacéuticas y los farmacéuticos, somos perfectamente conscientes de nuestra importancia, y también lo sabe la ciudadanía. Por eso estamos en permanente formación y por eso somos los sanitarios a los que, mayoritariamente, acuden los pacientes a consultar como opción más cercana e inmediata.
Como los buenos jugadores en cualquier deporte de equipo, hemos entrenado bien y estamos preparados para saltar al campo en cuanto el entrenador nos diga. Solo falta que el mister decida con qué estrategia quiere jugar y confíe por fin en nosotros.