Menos símbolos y más pragmatismo político

Diego Ruiz
28 de mayo de 2021 (17:41 CET)
Actualizado el 28 de mayo de 2021 (17:52 CET)

En virtud del artículo 20 de la Constitución Española de 1978, regulador del derecho a la libertad de expresión procedo a reflexionar en torno al sistema educativo en el territorio español. No siendo yo especialista en docencia, pero sí principal afectado en el entramado contexto social que enmarca a los jóvenes en un proceso de institucionalización y precarización temeroso. No obstante, empecemos por el principio. Trataré dos aspectos.

En primer lugar, todos hemos sido testigo hace unos días de la aprobación por parte del Gobierno de la Comunidad de Murcia de una medida tan necesaria como pragmática para las nuevas generaciones, -entiéndase el sarcasmo-. La moción aprobada y presentada por VOX consistente en que las escuelas públicas deberán abrir sus puertas al son del himno de la Nación - como single memorable para las nuevas generaciones- y, que todas las aulas estén decoradas de la imagen del Jefe del Estado, el rey Felipe VI, así como colocar banderas en todos aquellos centros educativos que carezcan del estandarte. Eso sí, todo ello en aras de fomentar la tan destruida y boicoteada unidad territorial española, a fin de que los jóvenes puedan entender la importancia de lo símbolos en su educación y los ponga en valor.

En ocasiones me resuelta infantiloide y carcas algunas de las normas que contiene la agenda política de nuestro país. Hace algunos años ya me decía un profesor de la Universidad que el sentido común nunca constituye el más común de los sentidos. Y cuánta razón tenia. Pero bueno, a lo que iba. La medida aprobada en Murcia pone de manifiesto la distancia existente de las verdaderas preocupaciones e intereses de las nuevas generaciones y el cometido de los representantes políticos, que hacen honor a su cargo cuando les apetece y cómo les apetece. Lo mejor es que arguyen como fundamento “la protección para la defensa y protección de los símbolos nacionales”. Sinceramente ¿creen que enarbolando una bandera, haciendo sonar un himno y poniendo una foto en el aula, las nuevas generaciones crecerán conscientes de los valores, principios y dificultades que conforman la latitud española? La respuesta la dejo a vuestra merced.

No sé si están un poco al tanto de la actualidad en el contexto social de los jóvenes, o viven en una realidad paralela, aún así conviene repasarla para valorar, si en realidad, lo que necesitamos son reforzar los símbolos de la unidad española (o no). En nuestro país, la edad discrimina a los jóvenes cada vez que puede. Es cierto, que en relación a las posibilidades que tenían nuestros antecesores no son la mismas, son mejores, aunque siempre perfectibles.

Todas las medidas que representan a la juventud son convenciones sociales, que responden a momentos de conquista de derechos, véase la jornada laboral de 40 horas semanales, la primera vez que se tiene capacidad para votar fijada en los 18 años, o 16 años como edad legalmente establecida para consentir una relación de carácter sexual, están sujetas a revisión cuando los tiempos cambian. Y, en efecto, los tiempos han cambiado. Por este motivo me resulta zafio tener que leer que son los símbolos o una bandera quienes nos darán de comer el día de mañana, o nos permitirán independizarnos y poder acceder a una vivienda. Máxime cuando España reúne cifras alarmantes en relación a tres criterios: el índice de desempleo por debajo de los 25 años se sitúa por encima del 40%, récord europeo; la temporalidad sitúa por encima del 70% la franja de edad de 16 a 24 años y los muy bajos salarios, considerando que el salario medio anual por grupos de edad, la cifra más baja es para quienes aún no han cumplido los 20 años.

Los jóvenes están mal tratados en España, lo apuntaba anteriormente, y lo resalto ahora, disponemos de un mercado laboral altamente dual y precarizado. El modelo de bienestar que comparten los países europeos otorga un papel central a la familia como proveedora de protección. No creo que deba de ser así por una simple razón, los y las jóvenes somos sujetos de derecho. Verbigracia, la inmensa mayoría de quienes no han cumplido aún los 25 años no accede ni a las prestaciones vinculadas al empleo ni tampoco a las prestaciones sociales no contributivas. De hecho el nuevo ingreso mínimo vital, por ejemplo, fija el límite de edad en los 23 años. 

Por no hablar de las ayudas destinadas directamente a jóvenes de apoyo al estudio, además de insuficientes, están condicionadas a la renta de la unidad familiar. Es decir, se da por hecho que la patria potestad se alarga mucho más allá de sus límites legales. Esto supone un sesgo terriblemente aceptado y que es extensible a una gran mayoría de jóvenes que dependen de estas auxilio económico para poder costearse sus estudios y poder pagarse sus gastos mensuales.

La mayoría de los jóvenes no consigue salir del hogar familiar hasta pasado los 30 años, los mismos a los que tienen ahora de media las mujeres su primer hijo. Ello impide un adecuado desarrollo de la personalidad tan necesario para transitar hacia la vida adulta. Pero lo importante, son resaltar los símbolos y la unidad territorial.

En segundo lugar, huelga resaltar que en el orden curricular de las nuevas generaciones no figuran nociones básicas del consentimiento y las relaciones sexuales. Del conocimiento del cuerpo y de unas prácticas saludables, respetuosas y voluntarias. Sobre cuáles son las enfermedades de transmisión sexual. Por otra parte, nociones elementales de sensibilización con el medio ambiente, de acercamiento a nuestro planeta como partes integrante del mismo. De ideas básicas de derecho cotidiano, véase qué es una hipoteca, qué es un crédito, qué es una fianza, qué es un contrato, qué es una jubilación, cuáles son los derechos humanos o qué es un divorcio, porque en algún momento de sus vidas tendrán que hacer frente a alguna de estas situaciones. De manera que unos conceptos básicos en estas materias dirigidos a los más jóvenes es clave para la salud de los mismos, el correcto funcionamiento de la sociedad, un mayor respeto a la diversidad, a la igualdad efectiva de hombres y mujeres y un mejor entendimiento y desarrollo personal.

En suma, una educación transversal que incluya todos los ejes de la sociedad y haga partícipes a los más jóvenes de las preocupaciones que en las mismas acaecen, respondiendo a las dificultades que presenten y los oportunidades de que carezcan, conseguiremos una población reforzada y próspera, aunque para ello es necesario que los representantes políticos se esfuercen por apreciar la realidad social de las nuevas generaciones y añadan en sus agendas políticas educativas más pragmáticas y menos fotos en la pared.

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