No deberíamos darnos por satisfechos con lo que llamamos lo inevitable. Para el que quiere, siempre hay una solución. También la edad madura nos ofrece muchas, muchas posibilidades, sobre todo cuando se va ...
No deberíamos darnos por satisfechos con lo que llamamos lo inevitable. Para el que quiere, siempre hay una solución. También la edad madura nos ofrece muchas, muchas posibilidades, sobre todo cuando se va retirando el apremiante afán de subir hacia lo alto en el terreno profesional. Cuando el afán de querer y desear discurre por cauces más tranquilos y la edad exige una mayor tranquilidad de ánimo, más de uno puede descubrir sus aptitudes y disposiciones hasta entonces latentes y desarrollar sus talentos ocultos, para, si lo desea, ponerlos a disposición de sus semejantes.
Contemplemos por una vez nuestra situación de forma completamente realista. Digamos adiós a todo lo que ha quedado atrás. Algunas cosas fueron buenas, otras menos buenas. De ello podemos aprender y practicar en circunstancias completamente diferentes lo que hemos reconocido. ¡Quitémonos de encima lo viejo! Ahora vale: ¡Adelante, hacia nuevos horizontes! Lo que significa: ¡Demos nueva forma a nuestra vida!
El contenerse y ser discreto y estar desinteresadamente a favor y por otras personas es una virtud que podría practicarse y perfeccionarse especialmente en la edad avanzada. Tan pronto como la persona de edad lo haya reconocido, esto se convertirá en su postura básica, y así tendrá en sus manos la llave de una vida plena ?también en la edad avanzada. Y la vida le «recompensará» a su manera: como hemos dicho, adquirirá mucha, mucha vida. Pues el seguir siendo útil a los demás en la edad madura es un ejercicio que da riqueza interna, especialmente a las personas de edad.
El esperar que nuestra vida nos sorprenda con contenidos nuevos, alentadores, sin nuestra participación, es casi siempre en vano. De esta manera no seremos felices ?sino por el contrario: las discrepancias creadas en nuestro mundo de pensamientos se desplomarán sobre nosotros, sobre la persona pasiva, quejumbrosa, en actitud de espera, deseando que nosotros les demos más y más vueltas, que les proporcionemos la energía de lamentarse, para que se vayan apoderando más y más de nosotros y nos puedan extraer nuestra energía. Sin embargo, así es como nos entregamos voluntariamente a aquellos cuyo afán consiste en arrastrarnos cada vez más profundamente a la oscuridad de la que nos hemos hecho acreedores. Y esto sería una vida «desperdiciada», es decir, despilfarrada.
*Jose Vicente Cobo
Vida Universal