El oscuro "Sol" de Lanzarote

En algo, sin duda, se equivocó el programa de Mercedes Milá. La residencia "Sol de otoño" no es en absoluto "clandestina", como sostenía el reportaje emitido el pasado lunes en Cuatro. Sin embargo, y pese a que todo ...

13 de enero de 2012 (13:48 CET)

En algo, sin duda, se equivocó el programa de Mercedes Milá. La residencia "Sol de otoño" no es en absoluto "clandestina", como sostenía el reportaje emitido el pasado lunes en Cuatro. Sin embargo, y pese a que todo ...

En algo, sin duda, se equivocó el programa de Mercedes Milá. La residencia "Sol de otoño" no es en absoluto "clandestina", como sostenía el reportaje emitido el pasado lunes en Cuatro. Sin embargo, y pese a que todo el mundo conocía su existencia, se ha permitido que siguiera abierta durante años, aunque ni siquiera tenía licencia.

Es más, ahora se ha hecho público que la residencia tiene una orden judicial firme de cierre desde noviembre de 2011 y el Ayuntamiento de Tías ordenó su precinto tras la emisión del reportaje, pero la inmensa mayoría de los ancianos continúa ahí; en una residencia ilegal, que además está siendo investigada por el trato que recibían los mayores.

El propio Gobierno de Canarias remitió las imágenes del programa a la Fiscalía, que ha abierto diligencias porque podría haber indicios de delito. Sin embargo, hasta el mediodía de este jueves, 25 ancianos seguían en esa residencia. ¿Por qué? La respuesta es tan sencilla como vergonzante: en Lanzarote no hay plazas para acogerles.

Sólo por eso, y al margen de las exageraciones o hasta el sensacionalismo de algunas valoraciones, el programa de Mercedes Milá ha puesto el dedo en una de las grandes llagas de Lanzarote. Una isla donde las instituciones han dilapidado dinero durante años, mientras abandonaban cuestiones vitales, no tenía hasta hace "cuatro días" una sola residencia pública. Y aunque ahora por fin las tiene, sus plazas siguen siendo más que insuficientes para atender las necesidades que existen.

Quizá al amparo de eso, se ha consentido que un centro operara durante años de forma ilegal. O quizá es que en Lanzarote la ilegalidad ya no escandaliza lo suficiente, considerando lo que se les ha permitido y se les permite hacer a algunos. Sin embargo, para la mayoría de los mortales, sería impensable abrir cualquier tipo de negocio (no hablemos ya uno dedicado a la atención de enfermos, ancianos o niños) sin tener todos los papeles en regla. Y es que eso, por más que algunos lo hayan bastardeado en esta isla, no es un capricho.

Las licencias, los permisos de actividad, los "papelitos" que el director de la residencia dice que le faltaban, son los que garantizan que se cumple con la ley. Los que permiten, en este caso, dar confianza a las familias que dejan allí a sus seres queridos. Y es que por más que una residencia sea privada, es la administración quien debe velar porque cumpla unas condiciones mínimas para atender a esas personas.

Curiosamente, mientras el reportaje generaba una oleada de indignación en la isla, quienes más han salido en defensa de la residencia son muchos familiares de los ancianos que allí están ingresados. Algunos han presentado denuncias y unos pocos han salido a criticar a la residencia, sobre todo por lo que vieron en ese reportaje, pero la inmensa mayoría de los que han aparecido públicamente, ha sido para justificarlo e incluso para pedir que no se lleve a cabo el cierre.

Aseguran que sus familiares estaban bien atendidos, que jamás vieron nada raro en la residencia y hasta que las imágenes se han "manipulado". Y pueden tener razón en que hay algunas exageraciones del reportaje (sobre todo en los comentarios de la propia presentadora), pero los vídeos de la cámara oculta muestran lo que muestran. Y eso, no es lo que ven los familiares cuando van de visita, en un horario previamente establecido. Y tampoco tienen por qué saber si la cantidad de personal es la suficiente, y la establecida por ley, o si, por ejemplo, la medicación la administra personal cualificado para ello (es decir, un médico o una enfermera). Por todo eso, tenía que haber velado la administración, y no lo hizo.

Que en el reportaje aparezca un anciano, no sabemos si quizá con alzhéimer o algún tipo de demencia senil, gritando "me quiero ir" o "sacadme de aquí", por más desgarrador que sea, no significa que le estén maltratando. Pero la cámara oculta sí muestra otras cosas incontestables. Por ejemplo, cómo una auxiliar le dice a un chico de prácticas (denunciante de estos hechos) que le suministre un sedante a varios ancianos (en un caso incluso deja claro que no sabe cuántas gotas, y primero le dice cinco y después diez). Y también muestra cómo un anciano vomita y pierde después la consciencia y, pese a que se escucha al propio director diciendo que quizá haya sufrido un "preinfarto" o una "pequeña trombosis", se resiste a llamar a un médico.

A eso hay que sumar cómo alimentan a algunos con jeringuillas, pese a que se dejaron de usar hace años (según el reportaje, además, utilizan la misma para varios, al igual que los cepillos de dientes) y cómo muchos están atados con cuerdas que no se usarían ni para amarrar a un perro (en los casos extremos en los que es necesaria esta medida con algunos ancianos, debe ser bajo autorización médica y con material homologado para evitar causarles daños).

Y mención aparte merece el tema de las supuestas "bromas". Y es que por mucho que se quiera analizar el tono con el que fueron pronunciarlas, hay que tener un sentido del humor muy particular para verle la gracia a frases como: "¡Qué cagona la tía! Mira lo que echaste, coño? ¡Mira! Cochina. Asquerosa"; "a él le gusta apestar"; o "parece que este hombre se hubiera comido a un perro muerto". Y eso, se ve y se escucha en los vídeos de la cámara oculta. ¿La respuesta del director? "Aquí se bromea mucho con los abuelos". Sencillamente, impresentable.

Ahora, la Justicia ha abierto diligencias y será quien tenga que investigar si hay o no delitos detrás de estos hechos. Pero mientras tanto, cada día, cada minuto que esos ancianos continúan en esa residencia ilegal, debería hacernos morir de vergüenza como sociedad.

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