"Ayudamos a Ucrania, y a ...?

Diego Ruiz
5 de junio de 2022 (20:26 CET)
Actualizado el 5 de junio de 2022 (20:49 CET)

La migración, desde que tengo uso de razón, siempre ha estado acechada con una mirada negativa, perturbadora y peligrosa. La historia de la humanidad viene acompañada de las migraciones. Por tanto la historia de la humanidad es la historia de las migraciones. De modo que, la migración no es un suceso, una crisis o una amenaza para el normal desarrollo de los Estados, como lo aprecia buena parte de la derecha europea. No supone, tampoco, una intrusión en la identidad y dignidad europeas.

La Guerra injustificada hacia Ucrania obliga a hacer introspección concluyendo que desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa en 2009 sucede que en el tiempo se ha producido dos fenómenos determinantes.

De un lado, el incumplimiento del mandato de solidaridad entre Estados Miembros, lo cual implica una injusticia en el reparto de tareas que permiten hacer frente al desafío de los flujos migratorios y, en su caso, atender los supuestos de asilo y reconocer las demandas de asilo y la protección asociada a la condición del estatuto de asilo.

De otro lado, el incumplimiento clamoroso del derecho europeo en algunos aspectos, sirva de ejemplo, los “programas de realojamiento” atribuidos a los Estados miembros en caso de urgente necesidad.

La Unión Europea ha expresado y lamentado en todas las lenguas de la organización que la solidaridad que, merecían y han obtenido, los y las ucranianos, en su mayoría mujeres y niños ( Ucrania impide la salida a los hombres de entre 18 y 60 años) que han huido del conflicto militar alentado por el dictador personalista Vladimir Putin, no se haya extendido a otras situaciones y otras personas que la merecían también.

El hecho de que más de 4,7 millones de ucranianos ( datos extraídos de la página web de ACNUR, que son actualizados semanalmente los viernes a las 12 horas CET) hayan entrado en terreno europeo y se hayan beneficiado de la Directiva de Protección Temporal, que significa que, técnicamente no son refugiados, sino que pueden circular libremente sin visa hasta un periodo máximo de 3 años en territorio Schengen al tiempo que su artículo primero obliga a los Estados miembros a acoger y ofrecer ayuda a los que huyen de terceros países, como este caso, y promueve un reparto solidario del esfuerzo que eso supone. Ello se traduce que tendrán acceso a toda la gama de ayudas sociales habituales para los que acceden a Europa en situación de conflicto (educación, acceso al trabajo, asistencia social y médica…).

Y, peso a todo, esta situación no ha supuesto ninguna catástrofe, no ha sacudido los cimientos de reparto de la Unión Europea, sino todo lo contrario, han sido los Estados miembros cercanos a Ucrania quienes se han mostrado disponibles para ofrecer ayuda y programas específicos (ofrecimiento de viviendas particulares, gratuidad en el transporte público, …).

Todos los flujos migratorios no están boicoteando los territorios donde aterrizan, sino que están siendo razonablemente atendidos y absorbidos con dignidad.

Y, llegados a este punto, me pregunto, si eso ha pasado con 4,7 millones de personas que han huido de la guerra de Ucrania, cómo no somos capaces de ofrecer el mismo reparto solidario a 1000 personas procedentes de Afganistán, o de la Guerra Civil Siria o del Desastre de Irak, que se encuentran hacinados en los conocidos “hot spot” o campos de internamiento en algunas islas griegas.

La razón la encontramos en ¿el contexto?; ¿en la cercanía cultural?; quizá ¿en la conciencia de compartir una amenaza que obliga hoy día a los ucranianos a huir basado en el antiguo sometimiento de la URSS, regida desde Rusia y en la que Polonia o Hungría juegan un papel relevante? ¿Pueden ser todas?, o puede que, ¿no sean ninguna?.

Con esta situación, la razón debe ser muy simple, que no simplista, se necesita el mismo reparto solidario y humanitario, sin que desafíe la capacidad de respuesta y gestión de la Unión Europea, y que se podrá materializar si la voluntad política aúna esfuerzos y promueve la acción común.

Bien es cierto que, el hecho migratorio exige una capacidad de gestión de los Estados miembros individualmente muy sacrificada. Razón por la cual, la respuesta debe ser supranacional, Europa debe dar esa respuesta eficiente y efectiva que permita distribuir razonablemente la responsabilidad compartida y hacer un ejercicio continuado de solidaridad con aquellos países de primera entrada. Esto es, Estados que lindan con la frontera sur, por tanto, Italia, Malta, Grecia, Chipre y España estarán más expuestos a una migración irregular si no se dotan de una capacidad de respuesta que permita hacer frente a los flujos migratorios de primer orden.

Sin embargo, en este caso, ha sucedido que, han sido paradójicamente los países que se sitúan en la frontera Este con Ucrania quienes mantienen un discurso más reacio a la acogida de migrantes en Europa (Polonia, Eslovaquia, Rumanía, Hungría) los que han tenido que asumir una tarea importante: ser la puerta de entrada de las personas que huyen de la guerra. No se me ocurre mejor forma para sintetizarlo que referirme a un refrán español que proscribe que , “cuando veas las barbas de tu vecino afeitar, pon las tuyas a remojar”.

De manera que, si se ha podido dar respuesta a países con discursos más reticentes a la migración, qué obsta para hacerlo con los de la Frontera Sur y que la Unión Europea dote a los Estados miembros de mayor respuesta defensiva y protectora en linea con el respeto a los Derechos Humanos y a la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea.

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