La integración es sinónimo de aculturación. Esta es la tesis que defendió el antropólogo Miquel Azurmendi durante su intervención ayer en las Jornadas "Hacia un Derecho unitario europeo en materia de extranjería" que se celebra estos días en Arrecife con la participación de jueces y magistrados de toda España.
Azurmendi pronunció un discurso completamente alejado de lo políticamente correcto en el que comenzó oponiéndose a dos tesis que actualmente dominan el mundo académico, especialmente el universitario. Por un lado, la idea de que nuestros Estados (occidentales) no pueden ser considerados verdaderos Estados de Derecho porque no reconocen los mismos derechos para los inmigrantes que para los nacionales. Y por otro lado, la concepción de que no es bueno integrar a los inmigrantes en nuestra cultura porque ellos tienen que conservar sus raíces y su forma de entender el mundo. Azurmendi se opone frontalmente a ambas posturas.
Asalto a la legalidad
En cuanto a la posición que defiende la igualdad de derechos entre los inmigrantes y los nacionales, el antropólogo dijo que los inmigrantes irregulares que llegan en patera "asaltan la legalidad, independientemente de que sean buena gente y de que vengan en muy malas condiciones, entran en tu casa sin llamar a la puerta". "Hoy los irregulares tienen los derechos que no tienen en sus países; de entrada, ser tratados como personas: no se les puede tocar, tienen derecho a un letrado, a asistencia jurídica y a sanidad gratuita".
Sin embargo, a los inmigrantes no se les reconocen determinados derechos políticos y sociales, como el derecho de reunión, sindicación y manifestación. Tampoco tienen derecho a votar. Pero Azurmendi niega que esto sea un motivo para descalificar nuestro estado de Derecho: "Mientras no haya una integración social, hablar de derecho a la participación política es una farsa".
Iguales ante la ley para poder ser diferentes
En cuanto a la posición de aquellos que defienden la no asimilación del extranjero y la "alianza de civilizaciones", el antropólogo afirmó que lo que hay que hacer, por el contrario,es "asimilar a los inmigrantes" y enseñarles los valores que inspiran nuestras constituciones, a pesar de que en el camino pierdan elementos de su cultura de origen. Recordó que "todos sufrimos un proceso de aculturación durante nuestra vida" en el que vamos cambiando y construyéndonos tan diferentes a nuestros padres como queremos.
En las sociedades occidentales se defiende que "todos somos iguales ante la ley para poder ser diferentes, esa es la garantía del pluralismo" de un Estado de Derecho. Según esta tesis, hay que asimilar a los inmigrantes para que sean todo lo diferentes que quieran ser, respecto de la educación y el mundo en el que se han criado. En este sentido, dijo que "los inmigrantes que llegan en pateras vienen porque quieren cambiar su estilo de vida, y no suelen ser la gente más pobre. Pagan una cantidad de dinero y están metidos en redes mafiosas con contratos de 20 años de sumisión completa a la mafia".
Mejorar la vida en África
Lo que hay que hacer, en su opinión, es mejorar las condiciones de vida de los africanos, evitar que el dinero se quede en manos de los monarcas, los líderes y las jerarquías, y convencer a los africanos para que no vengan a nuestros países.
Este lunes llegó a las costas de Lanzarote una patera a las 03:00 horas de la madrugada y esta mañana llegaba otra más. Azurmendi aseguró que no se puede decir que la masa de los españoles sean intolerantes. "Lo que todos pensamos es que deberíamos recibir a la gente en buenas condiciones. Lo importante es qué podemos mejorar".
El camino para la asimilación social
Una vez que los inmigrantes, irregulares o no, están en nuestro país, Azurmendi propone un camino para su asimilación social. Afirmó que el proceso de integración debe estar conectado a un dispositivo que ellos no tienen, el Derecho. Es decir, sus valores culturales deben ser amarrados a nuestras leyes.
Azurmendi apuesta por una integración a través de tres vías: En primer lugar, "una escuela que busque la verdad (la verdad como consenso, como transacción) y la convivencia". El antropólogo advirtió de que esa escuela no existe hoy en España ni en Francia, por ejemplo. En segundo lugar, "la participación en la deliberación política por parte de los ciudadanos, lo que implica el conocimiento del idioma español, en este caso, y de la historia más reciente del país". Y en tercer y último lugar, "un sentido de la Justicia capaz de discernir que los demás también tienen derechos; una solidaridad para modular nuestros derechos teniendo en cuenta el interés general". Lo que comúnmente se denomina educación en civismo.
Estos tres elementos deben desarrollarse, según Azurmendi, en el barrio, en la compra, en la cercanía cotidiana del día a día. Las autoridades decidirían, de acuerdo a unas leyes específicas, quiénes están preparados para votar, mediante un análisis individual de cada caso. Pero volviendo a la realidad, lo cierto es que ni siquiera los propios nacionales están integrados en el sentido que expuso el antropólogo. El debate sigue abierto.