Se sabe de sobra que Lanzarote no es una isla que cuente con bosques, aunque sí con una gran biodiversidad. Sin embargo, en cada municipio hay unos determinados árboles singulares que fueron plantados por los lanzaroteños hace siglos y que suponen un legado histórico, patrimonial y natural incalculable. Por ello, la Reserva de la Biosfera ha llevado a cabo un estudio preliminar sobre los ejemplares más significativos con el objetivo de crear un inventario en el que se refleja su estado, localización y observaciones.
Este inventario también sirve como una forma de rescatar relatos y memorias que los vinculan con la pertenencia a una isla en tiempos distintos, ya que muchos de estos ejemplares tienen más de un siglo de vida o características especiales, como el drago de La Florida o la higuera de Tremesana, en Timanfaya.
Según cuenta Rafael Paredes, biólogo del Gabinete de Estudios Ambientales (GEA) encargado de llevar acabo este inventario, el fin era "localizar árboles en el entorno que tiene un valor que trasciende y nos afecta a todos, que forman parte de nuestra identidad y patrimonio", todo ello a pesar de que estos ejemplares estuvieran o no en propiedades privadas.
Elaboración del inventario
El primer paso de este proyecto ha sido analizar información documental como archivos en los que aparecen árboles ya registrados como la higuera de Tremesana, "uno de los cien árboles importantes a nivel macaronésico".
"Lo que hicimos es valorar qué información documental hay, como por ejemplo en el Parque Nacional de Timanfaya, donde se ha hecho un análisis de los frutales que hay en el parque y originalmente se cree que llegó a haber alrededor de 5.000, pero de esos quedan aproximadamente unos 1.700, la mayoría centenarios que se plantaron después de las erupciones por diferentes familias y que tienen nombres y apellidos", explica Paredes.
Por otro lado, el proceso de elaboración se centró también en el análisis territorial, es decir, en observar los diferentes ejemplares que hay a lo largo y ancho de la isla. Por último, otro de los puntos fue la prospección social. "Nos dimos cuenta de que la mayoría de los ejemplares eran silvestres, como higueras o almácigos... de esta especie última hay uno en Tías que tiene una copa de más de 40 metros", afirma.
Sin embargo, el biólogo cuenta que estos árboles no germinaron solos, sino que alguien los plantó. "La mayoría son frutales como higueras, almendreros, olivos o moreras, y la mayoría guarda relación con la gente", apunta. Fue aquí cuando Rafael Paredes propuso a sus colaboradoras, la geógrafa Famara Guadalupe, y la oceanógrafa Gara Goñi, orientar el trabajo en buscar a personas y averiguar qué contaban sobre estos árboles. "Reconocimos que la importancia estaba en la vinculación con la gente", continúa.
Algunos de estos árboles singulares son "institucionales", o lo que es lo mismo, que no fueron plantados por particulares, sino por las administraciones. Algunos ejemplos son el ombú (Phytolacca dioica) que está frente a la ermita de Yaiza, el drago (Dracaena draco) de La Florida o los ficus de la plaza de Haría.
Uno de los árboles que debería haber aparecido en este inventario por su singularidad fue la palmera inclinada de Masdache, la cual fue talada por unos vándalos en octubre de 2022. Este árbol se hizo muy popular en redes sociales, algo que provocó una gran fama y su trágico final.

La higuera de Tremesana y las moreras
La higuera de Tremesana, que se encuentra dentro del Parque Nacional de Timanfaya, pertenece a la familia de Inés Caraballo Medina. Según contó en una entrevista por la celebración de los cincuenta años del parque, los Medina eran originarios de uno de los pueblos que fue sepultado por las erupciones de 1730-1736. Tras ello, su familia se fue a vivir a Las Breñas.
Desde muy pequeña iba con su abuelo montada en una camella hacia esta higuera donde "pasaban un par de noches". Además, recordó cómo los niños eran quienes cogían los frutos más cercanos al suelo.
"No sé explicar cómo es dormir debajo de una higuera con aquel silencio... cuando estás abrigada con mantas, cae una hoja seca y arma una escandalera, quiere decir que el alrededor es silencio puro", aseguró.
Otra de las historias que nacen de árboles tan populares como lo son las moreras (o morales) y que reflejan la importancia de estos es la que Agustín Jordán Romero, carpintero de ribera. En un texto titulado El moral y yo, detalla el significado que tuvo en su vida este árbol desde niño. "Cuando lo descubrí de chinijo se convirtió en mi árbol preferido de mi infancia y con los años se convertiría en el árbol de la felicidad", comienza.
"En verano, en cuanto llegaba el tiempo de la mora, allá íbamos. Mis abuelos vivían en el pueblo de Haría. Cerca de su casa había dos morales, uno en una finca como a unos cien metros de casa de mi abuela y otro, nuestro preferido, estaba justo enfrente de casa de mi abuela. Estaba en una finca vallada, el moral era de un señor llamado Benito y nosotros éramos amigos del menor de sus hijos, Juan Salvador", prosigue.
"Cuando salía de casa para ir al moral el corazón no me cabía en el pecho, era todo emoción. Allá íbamos mis hermanos Isidro, Alicia y yo. Recuerdo a mi hermano colgado en una rama, mi hermana en otra y yo dando vueltas en círculos de las ramas bajas, con la cara, manos y todo lo que se pudiera manchar de color morado casi rojo. Íbamos con un cacharro para llevar moras para casa, a la tardecita y cogíamos hasta que oscurecía... volvíamos felices a casa", recuerda.
"Si le tuviera que cambiar el nombre al moral le pondría el árbol de la felicidad", afirma. "El tiempo pasó, crecí y por casualidades de la vida me volví a topar con el moral. Me hice carpintero de ribera y la madera de moral es muy buena para hacer cuadernas, rodas y demás piezas de los barcos. La madera restante se usa para las partes curvas y gruesas en carpintería y las partes rectas para hacer instrumentos como chácaras o timples", cuenta.
"El moral no solo es el árbol de la felicidad, sino también el de la generosidad. Hace unos años planté un moral en mi huerto, ya tiene tres años y ha crecido mucho en este tiempo. Este verano dio su primera cosecha y cada vez que lo miro vuelvo a mi infancia", finaliza.
Una conservación y difusión que pasa por los colegios
En palabras de Paredes, este listado provisional debería pasar a ser uno definitivo y su difusión debería pasar por los centros educativos de todos los municipios. "Deberíamos ir a cada municipio a hablar con los mayores y a los colegios para que los niños hablen con sus padres o abuelos e intentar recuperar esa identidad que se establece entre el árbol y la gente e, incluso, reconstruir esas identidades que se han perdido", argumenta.
"Los árboles singulares de Lanzarote en esta isla tienen la enorme facultad de estar muy vinculados con la gente. A medida en que se han ido abandonando muchos de ellos, mueren porque cumplen su ciclo biológico... los frutales pueden ser eternos si les das el tratamiento adecuado, pero si no es así, desaparecen. Con la nueva sociedad, a través de colegios o asociaciones, se puede recuperar la Lanzarote que soñó César Manrique", concluye.



















