Más allá de los discursos encorsetados de los diferentes grupos políticos, elaborados de cara a sus parroquias, lo que se pudo observar en los días que duró el Debate de la Nacionalidad Canaria es que existen dos modelos de entender (o querer hacer) Canarias. Paradójico es el hecho de que, en un evento que dícese ser el debate de la "nacionalidad", sólo en unas pocas ocasiones se formulasen las palabras "país" o "nación", todas ellas venidas de la boca de Noemí Santana (Podemos) y Román Rodríguez (Nueva Canarias). Sólo este último consiguió que el Presidente Clavijo, en su turno de réplica, pronunciase tímidamente la palabra "país" para referirse al archipiélago.
Y es que en Canarias arrastramos un déficit de definición de lo que somos, ya sea por desavenencias entre la intelligentsia canaria, que históricamente ha necesitado del arbitraje de Madrid para llegar a puntos de acuerdos, o por la utilización instrumentalista de la realidad geográfica, por ende, ser territorios isleños y estar fragmentados, entre otras consideraciones. Esta última, a mi modo de ver, es lo que ha propiciado que los canarios estemos en continuo pleito, piques, riñas o como quieran llamarlo. La geografía, y la cartografía y los discursos que emanan de la misma, ha sido un artefacto poderoso para crear una realidad o identidad que se aleja del sentido de nación, puesto que hemos preferido enaltecer a la isla, al territorio insular, por encima del demos, del conjunto de la ciudadanía que configuramos Canarias. Expondré un símil que me parece oportuno.
En la Antigua Grecia había un conjunto de ciudades-Estados con soberanía propia. Si bien se pronunciaban a favor de una comunidad griega (Hellas), mayormente en conflictos bélicos, de ningún modo se entendía como una nación conjunta, sino que formaban una agrupación cultural y étnica. Para que se pueda configurar una nación al modo occidental, y así lo explica Anthony D. Smith en su obra "Identidad nacional", se necesitan que converjan una serie de factores: unas instituciones comunes; la existencia de un solo código de derechos y deberes para todos los miembros de la comunidad; un espacio social definido; y un territorio bien delimitado y demarcado, donde se puedan identificar sus miembros y al que sientan que pertenecen. Así, Canarias, bien podría cumplir los aspectos de nación considerados anteriormente, si no fuera por el hecho de que el pueblo y el territorio no son congruentes, es decir, el "homeland" (la patria, la cuna) no se funde mutuamente con el pueblo. Si en la Antigua Grecia un espartano no tenía derechos en Atenas; en Canarias, un canarión será siempre un canarión aunque haya vivido la mayor parte de su vida en Lanzarote. Como señala Juan Hernández Bravo de Laguna, Catedrático en Ciencias Políticas en la Universidad de La Laguna, en Canarias carecemos de "naturalización" de ser canarios en todas las islas.
Aunque soy escéptico en considerar que exista una identidad exclusiva insular, no puedo negar que tanto las políticas como los discursos hacen que la insularidad cobre fuerza en detrimento de lo común. Un ejemplo, más allá de las retóricas insularistas de los partidos políticos, es la gestión del patrimonio cultural, etnográfico y arqueológico, en definitiva, de la historia de Canarias. La competencia en estas áreas está en manos de los Cabildos Insulares, lo que provoca que haya una disparidad en la conservación y divulgación de la misma. Se puede observar de manera explícita en la comparación entre el Risco Caído de Gran Canaria, que aspira a ser Patrimonio de la Humanidad, y el yacimiento de Zonzamas en Lanzarote, enterrado durante años sin saber muy bien qué hacer con él. Además, siguiendo la tesis del Dr. en Prehistoria José Farrujia de la Rosa, lo que ha devenido de la descentralización del patrimonio histórico es el hecho de que se ha intentado interpretar los hallazgos etnográficos de manera distinta en cada isla, construyendo realidades diversas las unas de las otras, como por ejemplo, el cuestionamiento de la homogeneidad del pueblo aborigen. La consecuencia directa que tiene descentralizar hacia los Cabildos Insulares cuestiones de tan alto calado para la construcción nacional (como la organización del territorio o la conservación de los Parques Naturales) es que inconscientemente (o conscientes de ello) se está generando "una comunidad esencial" alrededor de la isla, dejando a la Comunidad Autónoma como organismo que poco o nada influye en la vida de las personas. Una comunidad que aspire a ser una nación necesita poseer un cierto número de valores y tradiciones comunes entre la población, y un alto grado de centralización hacia una institución común. En nuestro caso, bien podría ser el Gobierno de Canarias quien abanderase la tarea de ser la institución "esencial" de todas las canarias y canarios.
Es incuestionable que los canarios sentimos nuestra tierra, poseemos un apego inverosímil a nuestras islas, puesto que, como bien dice Godfrey Baldacchino, las islas "son plataformas para el surgimiento de la identidad nacional y para la afirmación de la especificidad cultural", lo que hace que elaboremos un estado mental muy conectado al territorio. No obstante, la dificultad radica en hacer valer ese espíritu isleño (en el sentido de Nicolás Estévanez), con una comunidad nacional que se superponga al interés insular. Cuando valoremos que lo verdaderamente importante son las personas que conformamos esta tierra, el demos por encima del lugar, podremos hablar de nación, país, nacionalidad o Comunidad Autónoma. Mientras tanto, sólo seremos un conjunto de ciudadanos fragmentados en siete islas que no saben muy bien qué son, quiénes fueron y qué aspiran ser. @ayoze_uam
Ayoze Corujo Hernández. Politólogo por la Universidad Autónoma de Madrid. Máster en Análisis Político por la Universidad Complutense de Madrid.