Me levanto

24 de marzo de 2020 (20:15 CET)

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Bueno, como todos los días me levanto, medito un par de horas y me desayuno. Por primera vez en mucho tiempo no me ocupa o preocupa que no hayan guardas de Medio Ambiente en Chinijo. Un respiro profundo. Pero me tranquiliza todo lo que ha quedado vivo de estos años de humano saqueo. Y me entristece lo que inútilmente falta.

Subo al ordenador para ver las noticias y ale ale aún está internet. Leo con interés el artículo de Vicent Navarro en Público y el de Saúl García en Diario de Lanzarote. Y luego trato de contrastar la noticia del despliegue militar de la OTAN (básicamente soldados yanquis) por los aledaños de Rusia. No sé, tocada de huevos, porque en caso de liarse no parece que vaya de soldaditos la cosa.

Presto atención a Cuba que siempre que hay lío gordo, ya sea huracanes, guerras frías o salud, es referencia y la vida los sitúa en la frontera del lío. De casi todo son los que más saben. Hasta de reírse y bailar en las peores situaciones. Saben mucho de aislamientos, pero sobre todo de solidaridad.

Antes, por supuesto, fui mirando las plantas y están en estado de frenesí ajenas al lío y en pleno despertar primaveral con la rociadita de ayer. Las que les toca, otras esperan el verano y otras el invierno; distintos ritmos, pero ahí están todas. Y los semilleros, qué emoción cuando una casi imperceptible puntita verde comienza a asomar después de días de espera.

Veré si esto del coronavirus me sirve de alguna experiencia cuando lleguen los bichos a por ellas. Ahí yo seré el gobierno y ya no es tan fácil. Por no decir imposible, ser justo. Tengo todo un bagaje ideológico que va desde qué planta tiene más derechos hasta qué bicho es más despreciable. O a la inversa.

Ese bagaje es la clave del asunto. Y a él le dedico buena parte de mis introspecciones. La frase de Einstein de 'No se pueden solucionar los problemas con la misma mentalidad que se crearon' es para mí uno de los momentos claves de la humanidad. En términos de filosofía y ciencia.

Entonces siento que soy un árbol común que se comunica con el mundo a través de las raíces (dicen que las células neuronales que tienen están en sus puntas) y ahí se sienten parte de la tierra y se arraigan en ella y se comunican con el resto de árboles y crean una forma de pensar, adaptada a esa forma de sentir. Lo de arriba, el follaje, es solo para él su aparato reproductor que tiene, por supuesto, sus placeres y disgustos.

Pero no se ha enterado de la fotosíntesis. No sabe de dónde realmente le llega la energía vital, la que construye su ser. Su auténtica esencia y conexión con el mundo. Siente el sol, pero solo como algo sexual. Primario.

Medito para conectar con mi fotosíntesis que no es la del árbol,  pero es. Y este cuerpo, hasta la última célula, bacteria o virus, se siente profundamente agradecido de ese descubrimiento. De esa conciencia. Luego vuelvo a las raíces, a las neuronas.

Me gusta asomarme a la habitación y mirar la carita de Sasa profundamente dormida. Ahora ya no me tumbo a que me acurruque; sé que en esos momentos de sueño no sabe de dónde vengo, si me he lavado las manos bien y esas cosas y se va a sentir incómoda. Pero igual que gasté el miedo, estoy lleno de anteriores abrazos, caricias y besos. Ternuras. Al final ese siempre es el camino. La ternura y la belleza. 

En plan científico diría que es el gran logro de la evolución. Pero es nuevo y está pujando por ver si se instala en eso que llaman competencia por la vida. Soy de los que cree que prosperará, precisamente porque la ternura y la belleza no compiten. Son. Y ya está por todos lados. No sé si me explico, ¡joder! y por qué lloro tanto. 

No me gusta ir al supermercado porque me entran unas ganas locas de abrazar a la gente, de acercarme, de tocarlas, vamos lo que siempre hice. Pero lo que se me hace insoportable es cuando descubro unos ojos esperando eso de mí.

Recuerden que flotamos, que flotamos. Que para que el mar no nos trague solo tenemos que respirar tranquilos, relajarnos. No se trata de dar más manotazos al agua o tratar de agarrarnos a ella. Y con el aire es al revés, para que no nos asfixie tenemos que dejarnos hundir, soltarnos, no agarrarnos a él.

Él ya está en nosotros. Y ahora más limpio. Y recuerden: hay ternura y belleza por todos lados, solo tenemos que forrarlas de solidaridad. Y desde ahí, vivir, y cuando toque, morir. Y eso es así porque, aunque no recuerden cómo fue, sino por lo que les cuentan, algún día nacimos.

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