Los números de la tragedia

A veces tienen rostro. A veces vemos sus grandes ojos. Su gran expresión de tristeza, súplica, o incluso alivio y satisfacción por haber concluido un viaje que a muchos les cuesta la vida. A veces nos conmueven. Sus ojos ...

11 de agosto de 2006 (07:33 CET)

A veces tienen rostro. A veces vemos sus grandes ojos. Su gran expresión de tristeza, súplica, o incluso alivio y satisfacción por haber concluido un viaje que a muchos les cuesta la vida. A veces nos conmueven. Sus ojos ...

A veces tienen rostro. A veces vemos sus grandes ojos. Su gran expresión de tristeza, súplica, o incluso alivio y satisfacción por haber concluido un viaje que a muchos les cuesta la vida. A veces nos conmueven. Sus ojos consiguen asomarse a nuestras almas curtidas, y nos acercan por un instante, aunque sea pequeño, a un mundo que en nada se parece al nuestro. Y entonces, en ese instante, algunos de nuestros inmensos problemas del día a día se vuelven un tanto absurdos.

Pero la mayoría de las veces, los miles de hombres, mujeres y niños que se lanzan al mar en busca de una vida mejor no tienen rostro. Son sólo números, y una amenaza que pone en peligro nuestro primer mundo, nuestro orden establecido. No somos capaces de conmovernos con sus historias ni con su miseria. Son sólo números.

Quizá el mayor y más duro ejemplo de esto se vivió hace sólo unos días en Lanzarote, cuando el cuerpo sin vida de un hombre anónimo apareció en nuestras costas. Ni siquiera se sabía su nombre, ni su edad o su país de origen. No se pudo llamar a su madre, a su hermano, a su esposa o a sus hijos para darles la triste noticia, porque ni siquiera se sabía quiénes son, ni si existen. Un documento de identidad aparecido en la playa, junto a la patera en la que se supone que intentó alcanzar Lanzarote, era la única pista con la que se contaba inicialmente, pero no se podía asegurar que el documento fuera suyo, y había que esperar a la autopsia para conocer más datos. Mientras tanto, en su país de origen, alguien seguirá esperando una llamada o una carta que no llegará nunca.

Todo esto lo sabemos, lo hemos visto. Hemos visto cómo levantaban su cadáver, abandonado durante cinco días a merced de las olas y golpeado por las rocas. Le encontraron en la playa. En una de las Islas Afortunadas con las que soñaba. Quizá hasta nos hace reflexionar, y dedicarle unos minutos de nuestros pensamientos, o unas líneas en este espacio de opinión, pero en unas horas, en unos días o como mucho en unas semanas, le habremos olvidado. Ya es algo. A la inmensa mayoría, ni siquiera les dedicamos un segundo. Son sólo números.

La tragedia es menos tragedia cuanto más de lejos nos toca. Y aunque no lo parezca, África está lejísimos. Casi tan lejos como Oriente Próximo. De vez en cuando nos paramos a pensar en esa pobre gente del Líbano. Quizá en esa familia que vimos en una fotografía: una madre con un bebé en brazos, un padre cargado de bolsas y un niño caminando en medio de los dos, agarrado de sus manos. No hay sangre, ni cadáveres, pero esa imagen puede resultar casi igual de dramática, si uno imagina por un momento la angustia de esa familia, de esos padres que se ven obligados a abandonar una ciudad bombardeada, dejando todo atrás y quizá sin saber hacia dónde se dirigen ni qué encontrarán al final de ese viaje.

Sencillamente, es aterrador. Es aterrador el mundo en el que estamos viviendo. Y no ya porque haya guerras, hambre, miseria y sufrimiento, sino porque nos estamos acostumbrando a que todo eso exista. Al menos, mientras no exista demasiado cerca de nuestra realidad y de nuestro mundo.

Los problemas de Estado, llámese Estados Unidos, Francia o España, son otros. Los problemas de Lanzarote son otros. Y, sobre todo, los problemas de nuestra vida cotidiana son otros. Si la situación es muy grave, tal vez pueda afectarnos lo que le sucede a alguien situado fuera de nuestro círculo más cercano, pero es como ver una película. Nos puede emocionar y hasta arrancarnos unas lágrimas, pero poco después de terminar los créditos finales, habremos pasado página.

De vez en cuando recordaremos una escena, o el mensaje que nos dejó película, pero será difícil que nos haga cambiar un ápice nuestra vida. Será difícil que nos acostumbremos a ver siempre personas e historias detrás de los números, porque para algunos son sólo números hasta los que tienen más cerca. Pero si todos, desde el último trabajador hasta el principal mandatario político, nos esforzáramos por poner siempre rostros a esos números, quizá consiguiéramos ganar alguna batalla.

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