Tras la caída del muro de Berlín, un muro construido para evitar la fuga de ciudadanos que buscaban escapar del hambre y la miseria, de la opresión y el autoritarismo, el socialismo (y la izquierda en general) quedó ideológicamente huérfana. Sus preceptos básicos basados en el marxismo habían sucumbido ante el imparable ascenso del liberalismo democrático y sus valores de tolerancia, respeto y democracia.
Como cualquier otra ideología, el socialismo tuvo que buscar nuevos principios ideológicos para profundidad a sus ideas y volver a la lucha política. Así, la izquierda comenzó a desarrollar durante la primera década del nuevo siglo lo que hoy conocemos como la "ideología de género". Esta no es más que una reedición de los principios marxistas: el oprimido ya no es el obrero, es la mujer y el colectivo LGTB; el opresor ya no es el capitalista, es el varón heterosexual; y la lucha de clases es ahora una lucha de sexos. La superestructura marxista ya no es el Estado, sino el heteropatriarcado que lo domina todo y a todos los niveles. La sociedad sin clases es sustituida por una sociedad sin géneros, donde no existe diferencia entre hombres y mujeres. Pero no se equivoquen, no hablamos de una igualdad real, sino del cambio del modelo de hombre heterosexual al que se le acusa de ser violento por naturaleza ("el violador eres tú") y un opresor sin piedad, por un modelo de hombre sin virilidad que se considera culpable por el simple hecho de ser hombre y que debe dar un paso atrás para permitir el empoderamiento de la mujer aunque eso conlleve ser discriminado legal y socialmente.
Esta visión de la sociedad se extiende a todos los ámbitos sociales, desde la educación hasta la definición de los valores sociales y morales, y considerando cualquier otro constructo como una herencia de ese heteropatriarcado al que hay que someter y destruir. Es decir, se trata de acabar con el sistema actual en su totalidad para implementar otra visión acorde a sus ideas, aunque eso suponga someter a cada individuo, a cada miembro de la sociedad mediante la imposición.
Para lograr implementar esta visión de la sociedad y alcanzar lo que algunos han llamado "el pensamiento único" (Pablo Iglesias, fan de Gramsci, hablaba de ello al referirse a la "Hegemonía cultural"), la izquierda comenzó una lucha por dominar todos los ámbitos de la sociedad y su cultura, empezando dominar la moral y terminando por decidir la educación de las futuras generaciones. La lucha moral comenzó en España durante el mandato de Zapatero, el cual aprobó, por ejemplo, la Ley de Violencia de Género. Esta Ley establece que cualquier agresión dentro de la pareja conlleva la detención, en la gran mayoría de los casos, del hombre solo por ser hombre, dado que en caso de ser agredido el mismo por parte de la mujer, la ley no determina la detención de la misma en la gran mayoría de los casos. Oponerse a esta idea es inmoral tal y como puede sentir cualquiera que no comparta esta visión de la violencia machista. Algo similar sucede con el debate de la inmigración ilegal, en donde cualquier discrepancia con la postura moralista de la izquierda es tachada de racista, conservadora o ultraderecha. En ambos casos, si observamos bien, el debate se anula desde la estigmatización del discrepante. A esto se le llama la "dictadura moral" y significa que la moral se utiliza como un arma contra la oposición ideológica. La izquierda lleva años determinando qué es moralmente correcto y qué no lo es, y cualquier oposición a sus preceptos es considerado una postura aberrante y sin principios. Pero la moral, como cualquier otro aspecto de una sociedad desarrollada, no es absoluta y no debe estar sometida a la consideración de que una idea es inmutable y virtuosa per se y solo porque nos agrada. La moral no pertenece a nadie. Por otro lado, esta dictadura de la moral se ha camuflado bajo la defensa de los principios del liberalismo democrático y sus valores de tolerancia, respeto y democracia. La izquierda siempre dirá que está defendiendo los valores democráticos y los derechos humanos. La misma izquierda que construía muros para evitar la fuga de ciudadanos.
Durante los últimos 10 años, estos preceptos ideológicos moralistas defendidos desde la visión social que tiene la izquierda y desde los principios que fundamentan su corpus ideológico han dominado el relato social. La derecha ha sido expulsada de todos los ámbitos de la cultura y la sociedad. Cualquier postura de la derecha sobre la violencia de género que no tenga encaje en su visión es tachada de inmoral. Lo mismo pasa con la concepción de la sexualidad, el sexo, las relaciones familiares, la inmigración, etc. La derecha ha sido señalada, estigmatizada y acusada de someter a la sociedad a un sistema opresivo (heteropatriarcado) comparable a una dictadura en cubierto. Y esto ha sucedido hasta nuestros días, siendo el último campo de batalla, la educación.
El famoso "pin parental" tiene solo un objetivo, entregar a los padres la capacidad de decidir si están de acuerdo o no con aquella enseñanza extracurricular (educación complementaria en forma de talleres, charlas o seminarios) en materia de sexualidad, valores democráticos, derechos humanos, etc. Así, cualquier padre puede evitar que su hijo sea inculcado con valores que no comparte. ¿La respuesta de la izquierda? Los padres homófobos, racistas y machistas criaran hijos homófobos, racistas y machistas. ¿A que les suena esta respuesta? A la estigmatización directa del discrepante. Se da por hecho que cualquiera que se oponga a ciertas actividades complementarias será machista, racista y homófobo, por lo que se asevera que se están violando los derechos de los niños contemplados en los acuerdos internacionales y en la normativa estatal. El problema radica en que esta argumentación es errónea.
Para empezar, antes de la existencia de estas charlas han surgido individuos con valores de tolerancia y respeto en cuanto a la democracia o la sexualidad de otras personas en familias con rasgos machistas, homófobos o racistas. Por tanto, no tiene por qué darse esta causalidad Padre machista-hijo machista. Además, el artículo 26.3 de la Declaración de los Derechos Humanos dice así: "Los padres tendrán derecho PREFERENTE a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos". ¿Por qué? Porque la historia ha demostrado que cuando el Estado domina la educación, el adoctrinamiento está servido. Sucedió en la Alemania nazi, en la extinta URSS y en otros tantos países de carácter totalitario (también sucede en Cataluña). Por eso, en países como EE. UU. los padres deben dar permiso para ciertas actividades de carácter "moral". Esto es así porque en la dicotomía Estado-padres, el Estado es un ente todopoderoso al que los padres no se pueden enfrentar. Es mucho más fácil decir "No, papá" que "No, Estado". Si el Estado domina la educación en su plenitud sin que se pueda intervenir en los aspectos moralistas por parte de los padres, el Estado determinará la moral de las siguientes generaciones. En el libro "Los hijos del Führer", F. J. Aspa nos desgrana la educación nazi durante el III Reich y como Hitler les decía a sus enemigos políticos lo siguiente: "Tú no piensas como yo, pero tus hijos ya me pertenecen". En el mismo libro, Aspa expone que, a pesar de existir oposición ante la manipulación en las escuelas, los padres (y algunas organizaciones) no llegaron a enfrentarse al sistema porque ir contra el sistema significaba ser señalado por el sistema. ¿Casualidades? No. En cambio, si otorgamos a los padres la capacidad de intervenir, el Estado sigue manteniendo el poder legal y coactivo suficiente como para penalizar cualquier comportamiento de esa índole, y los padres tendrán la capacidad de frenar cualquier tipo de adoctrinamiento, venga de la derecha o de la izquierda. Y esto es lo que no interesa desde la dictadura moral que defiende la izquierda.
Por eso estoy de acuerdo con el pin parental, porque si tengo que decidir entre el Estado y las familias, elijo lo segundo. El Estado ha demostrado en reiteradas ocasiones que un dominio absoluto de ciertos ámbitos deriva en una dictadura totalitaria o autoritaria. Y en este caso, si nos atenemos a las sucesivas denuncias de padres molestos por el tipo de charlas, talleres y demás actividades complementarias que se pueden rastrear en internet, podemos contemplar que existe un problema que hay que afrontar, no negar. Y este problema sucede tanto desde una manipulación por parte de charlas conservadoras donde se insta a los niños a la virginidad hasta el matrimonio como una forma de protegerse de las ETS, como de la izquierda que enseña valores morales afines a sus preceptos ideológicos.
Cuando una ministra de Igualdad dice que las charlas deben servir para educar en el feminismo y una vicepresidenta (C. Calvo) dice que el feminismo solo es de izquierdas, es que mi argumento no anda muy errado.