Festividad de Nuestra Señora de Los Remedios

5 de septiembre de 2022 (12:10 CET)

Allá por 1664, se construye en la aldea de Yaiza una ermita pequeña, bajo la advocación de la Virgen del Rosario, cuando dicha aldea contaba con aproximadamente cuarenta habitantes. Aún se conserva el altar primitivo, que preside un gran cuadro dedicado a la Santísima. Para la construcción de dicha ermita, don Domingo Viera donó seis fanegadas y media de tierras, en el valle de Fenauso. Dicha ermita sufrió más tarde una gran transformación convirtiéndose en un templo de considerables dimensiones y así se conserva en la actualidad, dedicado ahora a la advocación de Nuestra Señora de Los Remedios. La ya mencionada transformación o nueva construcción, finalizó en el año 1695, pero los habitantes de Yaiza seguían acudiendo a misa los domingos a la parroquia de la Ilustre Villa de Teguise. Don Domingo Viera era abuelo de doña Gregoria Gopar Viera, viuda de don Manuel Curbelo, quien costeó todos los gastos.

En aquella época, al no existir el Registro Civil, las parroquias se ocupaban de todos los documentos de la población: partidas de nacimiento, bautizos, bodas, entierros, etc. No era de extrañar que conjuntamente en las partidas de bautizos se registraran otros documentos que hicieran las funciones de actas de propiedad, una especie de escrituras. Todos estos documentos, dada la escasa población de la aldea, continuaban haciéndose en la parroquia de la Villa de Teguise. Por este motivo los habitantes solicitaron al obispo que destinara a un sacerdote para que se estableciera y viviera en Yaiza, solicitud a la que el señor obispo de la diócesis accedió, fundando así la parroquia de Yaiza en 1728, facilitando con esta medida que la vida de los aldeanos fuese más llevadera. Fue nombrado párroco el reveremdo don Andrés Lorenzo Curbelo Perdomo, natural de Maso, pueblo que quedó sepultado bajo la lava de las erupciones de 1730 a 1736. Don Andrés, más tarde, fue el único cronista que narró todo lo acaecido en las ya mencionadas erupciones.

En 1728 se decidió la advocación de Nuestra Señora de Los Remedios por deseo de los vecinos, presidiendo desde entonces el altar mayor del templo, situado en la nave central. Se cuenta que dicha imagen de la Virgen de los Remedios, fue donada por don Domingo de León Cabrera, mayordomo de la iglesia, quién compró dicha imagen con el dinero que le envió su esposa para el rescate, ya que don Domingo se hallaba cautivo en Argel desde hacía diez años. Como con la ayuda de los padres de La Merced fue rescatado sin que tuviera que realizar pago alguno, don Domingo, en agradecimiento, compró la mencionada imagen, por la que pagó cuarenta duros de la época, la misma cantidad que su esposa había recibido por la venta de su caballo.

Desde entonces en la parroquia de Yaiza y bajo la advocación de La Virgen de Los Remedios, han venido acaeciendo distintas vivencias, todas en honor a La Señora.

Puedo mencionar algunas que han quedado en la historia menuda, en los recuerdos de las gentes del pueblo, así como muchas tradiciones. Una de las que me gusta mencionar y que hasta los años setenta del pasado siglo veinte se conservaban era, por

ejemplo, el hecho de estrenar vestido para ese día tan especial, costumbre de riguroso cumplimiento, sobre todo en niños, pero especialmente en las jóvenes. Me llega a mis oídos la bonita historia de doña Candelaria Armas Rodríguez, esposa de don Enrique González que apreciaba, y le tenía muchísimo cariño, a una jovencita, pues la tenía en su casa. Pasado el tiempo, dicha joven se convertiría en su nuera, las vueltas que da la vida. Como iba diciendo, en cierta ocasión, por vísperas de Los Remedios, la llevó a Arrecife con la intención de comprarle tela para hacerle un vestido, pues en aquellos tiempos, comprar un vestido ya confeccionado no era posible, no existían comercios que trabajasen prendas listas para vestir. Recorrieron los pocos comercios que había en ese entonces y no encontraron tela del agrado de la señora. La jovencita le decía a doña Candelaria, que no era necesario comprarle tela alguna. Pero la señora le respondía ¿cómo que no es necesario?, una jovencita no se puede quedar sin estrenar un día tan importante como es la festividad de Los Remedios. Así que regresaron a Yaiza y doña Candelaria, sacó unas colchas que tenía guardadas y le hizo un vestido precioso, que fue la admiración de toda la gente en la procesión. También hay que decir, que no todo el mundo podía estrenar, aunque solo fuese una vez al año, pues la economía de muchas familias no se lo podía permitir. Pero de todas maneras todo el mundo iba a la misa con sus mejores vestidos.

La devoción de La Virgen de los Remedios no atrae a tantos peregrinos como otras

devociones en la isla, pero sin embargo la fe, el respeto y el amor de los feligreses de Yaiza municipio hacia su patrona es infinito. Aún hoy en día se da, como antaño, que vecinos que por circunstancias económicas tuvieron que irse a vivir a otras islas o incluso a Arrecife, venían y vienen el ocho de septiembre a honrar la imagen de la Virgen de los Remedios. Recuerdo el caso de los hermanos Ángel y Mateo Eugenio Quintero, que vivían en Arrecife, no dejaban de asistir a dicha misa ese día tan solemne, vestidos de chaqueta y corbata, emocionados con lágrimas en los ojos, para cargar el trono y sacarlo en procesión. Quizás, además de movidos por la fe, porque tenían la esperanza ciega en aquel lema, escrito en latín "Hic omnia remedia" que nos advierte que allí, en el templo, todo tiene remedio.

Era de costumbre y tradición que una vez terminada la misa y la procesión, todos los familiares venidos de fuera, celebraran en las casas de las respectivas familias la comida festiva: un buen puchero o un sabroso pescado, cocinado al horno de leña casero. Generalmente ese almuerzo especial era acompañado con pan casero, amasado a mano y cocinado en horno de leña. Se reservaban, sobre todo en los hogares más humildes, un cesto de higos picones, como un manjar exquisito que servirdo de postre o conduto, palabra con la que habitualmente se referían al postre, hacía las delicias de toda la familia.

Quiero destacar que en aquellos tiempos el día de la festividad de Nuestra Señora de Los Remedios, lo más importante, yo diría que lo único importante, era el momento de la misa. Menos importancia daban los vecinos a los actos que se celebraran por la tarde con motivo de la festividad. Lo primero era la Virgen, los actos diríamos paganos quedaban en segundo plano, aunque los vecinos participaban gustosamente, pues la vida era muy dura y la fiesta permitía, aunque solo fuera por unos momentos, olvidar fatigas y pesares. La festividad de Remedios propiciaba un poco de diversión y momentos agradables de celebración con los amigos y familiares.

Quiero finalizar estos recuerdos con un poema recitado a finales de los años cincuenta por una niña de la escuela de Yaiza, Blanca Rosa Níz Díaz (lamentablemente desconocemos su autoría). Era habitual por aquel entonces que, para actos puntuales, como la llegada de un personaje importante, los niños y las niñas recitaran algún poema que aprendían de memoria. El texto que transcribo dejó especial recuerdo en este cronista, aún retengo en mi memoria, ver la emoción reflejada en los rostros de las personas, allí presentes en el acto, oyendo, a una huérfana recitar tan bella y hermosa poesía. Y, qué mejor que dejarlo de broche final para este trabajo dedicado a Nuestra Señora de los Remedios.

La flor de la huérfana

Si todas te llaman madre

y al decirlo se envanecen

cuando sus flores te ofrecen

palpitando de placer,

con cuanto mayor motivo

te lo podré llamar yo,

puesto que ya se murió

la que me diera a mí el ser.

Sí, se murió

mi querida madrecita.

Se murió, la pobrecita,

penetrada de dolor.

Yo, cual nave combatida

por los vientos y las olas,

voy cruzando triste y sola

de la vida el ancho mar.

Sólo tú, Virgen Bendita,

puedes darme un gran consuelo,

ser mi madre desde el cielo,

ya que niña la perdí.

Yo en retorno te prometo,

ser piadosa y obediente

y cual tú, pura inocente

resignada en el sufrir.

Admite la pobre ofrenda

que la huérfana te ofrece,

sé que mucho más mereces,

pero yo no tengo más.

Es una rama de espino

con sus dardos punzadores,

simbolizan mis dolores,

es himno de mi orfandad.

Esteban R. Rodríguez Eugenio, Cronista Oficial del municipio de la Ciudad Histórica, de Yaiza.

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