Cómo ella conoció a César Manrique

16 de diciembre de 2019 (11:36 CET)

La década de los años ochenta llegaba a su final. El venía de contemplar los alrededores del lugar donde se iba a levantar el Mirador. Ese día estaba solo y pensativo, seguramente estaría realizando sus cábalas sobre el emplazamiento más adecuado para su creación, quizás se prestaba a terminar de dibujarlo en su imaginación, o a lo mejor comenzaba a diseccionar el proceso a seguir en la construcción para conseguir su más perfecta integración con el paisaje, sin renunciar al vértigo que provocaba el acantilado del barranco; o puede que estuviera reflexionando sobre aspectos que se escapan a nuestra capacidad de comprensión, pues: ¿quién podía estar en su mente en los momentos de proyección de su creatividad hacia el mundo?   

Sea como fuera o fuese, era ya cerca de la hora del mediodía cuando se produce el primer encuentro.  A un lado, con los brazos en la cintura y de espalda al barranco, estaba él con rostro severo y mirada sumamente crítica hacia el letrero de grandes dimensiones, que coronado con el logo de una cola famosa colgaba de la fachada del local y; al otro lado, justo en el umbral de la puerta, apareció Conchita con creciente curiosidad por el hombre que se acercaba. Nada más llegar a la puerta del restaurante, él se arranca con tono impetuoso interesándose por la propiedad del negocio para, una vez identificada, cuestionarle: ¿cómo una mujer canaria tan guapa podía tener el mal gusto de colocar semejante anuncio que afeaba todo el Valle?. Ella, después de la prédica recibida, solo pudo responder con su abierta y franca sonrisa con un escueto: "pero, ¡pase usted!".

  Ni que decir tiene que a las pocas semanas desapareció el letrero en cuestión, siendo sustituido por otro diseñado en hierro forjado que, desde ese momento, anuncia las comidas de "Casa Conchita".  

Una vez iniciados los trabajos de construcción por una empresa local contempla, en unos de sus viajes, cómo se estaba  ejecutando el desmonte y se arrojaban los escombros ladera abajo del barranco, por lo que manda a parar la obra sobre la marcha. Es entonces, cuando comienzan las peregrinaciones -un día sí y otro también- del contratista a Casa de Conchita para qué por favor intercediera ante el autor del proyecto, a los efectos de poder continuar con los trabajos con el ofrecimiento de qué en adelante los ejecutaría siguiendo sus expresas instrucciones. Al final se reanuda la construcción del mirador, si bien es verdad después de algunas piadosas rogativas de Conchita pues ella tenía mucha ilusión en verlo terminado.   

 Lo que vino a continuación fueron las idas y venidas a la isla de La Gomera, las frecuentes visitas a la obra, así como las comidas de los famosos potajes de berros y, claro está, de las ricas torrijas en la cocina del restaurante, ya que nunca quiso hacerlo en el comedor. En esa época, un hijo de Conchita que estudiaba en Tenerife al regresar por vacaciones se lo encuentra comiendo junto a los fogones, por lo que acude a recriminarle a su madre: "¿cómo se te ocurre a este hombre tan conocido darle de comer en la cocina?", a lo que ella totalmente resignada responde: "que voy a ser hijo mío, si dice que es el sitio donde la comida le sabe mejor". 

Con el tiempo tuvieron conversaciones regadas por el entusiasmo de ella en contarle costumbres y tradiciones de su querido Arure. También le habló del ingrediente secreto de su potaje de berros y de la elaboración de los ramos de frutas en ofrenda a la Virgen de la Salud y San Salvador. Él, por otro lado, no se cansaba de transmitirle la belleza que apreciaba por todo Valle Gran Rey que tenía intención dejar plasmada en su obra, así mismo le contó la quietud que experimentaba en los atardeceres del Charco del Conde. 
 

 En aquellos encuentros compartieron complicidades y se hicieron promesas. Un día le anunció: "Cuando se vaya a inaugurar el mirador tú serás la madrina y yo vendré personalmente a recogerte en mi coche". Los avatares del destino le impidieron cumplir con su palabra, pues falleció antes de su inauguración. Ella siempre recuerda que cuando recibió la noticia sólo pudo decir: "¡qué pena, qué pena!", a la vez que se dedicó esa tarde a rescatar de su memoria los buenos ratos compartidos para poder sustraerse a la tristeza del momento.  

 
El Consejero de Turismo del Gobierno de Canarias de aquellos años, Don Miguel Zerolo Aguilar, principal valedor de la obra y sabedor de la promesa, se encargó de que la misma no se rompiera al telefonear a Conchita para anunciarle: " que el día de su inauguración pasaría por su casa a recogerla personalmente para dar entero cumplimiento al deseo de César".  

Llegó la fecha señalada y apareció por el pueblo un flamante deportivo descapotable conducido para la ocasión por el Consejero de Turismo, que trasladó a Conchita hasta el Mirador del Palmarejo (hoy, muchos lo llaman el Mirador de Manrique). Ese día, en el acto de inauguración en su condición de madrina, se la pudo contemplar radiante y simpática entre las autoridades presente aunque sin dejar de rememorar, con algo de nostalgia, ¡cómo ella conoció a César Manrique!.  

   

Firmado por Eugenio Pérez  

 

 

 

 

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