De rejo a rejo. Mi forma de entender el panteísmo

1 de mayo de 2019 (00:25 CET)

Sobre Dios. A veces siento que somos instrumentos del lenguaje (incluido el matemático), que el pensamiento y la palabra son códigos que tienen su propio ser y nosotros sólo somos apéndices de esa cosa que siente una fascinación extraordinaria por sentir, observar, expresarse, escucharse y aprender (recibir información).

Imagínate un pulpo con miles de millones  de millones de millones de rejos. Tienes que imaginarlo. Un pulpo que tiene un cerebro inmenso o tres. Infinidad de tipos de rejos  con mini  cerebros en la punta conectados al suyo. O simplemente algoritmos de información para seguir creando rejos más complejos que terminen desarrollando esos cerebros o sistemas de comunicación alternativos.

Un pulpo que vive en una dimensión pero hace penetrar esos rejos en otras (imagínate la cabeza en el agua y los rejos fuera), distintas dimensiones "espaciales". Unas totalmente ajenas a las otras. Rejos finísimos tubulares que se van entrelazando entre ellos para crear otros más potentes e inclusivos en el nuevo medio, a la vez que van dotando de más capacidades sus cerebros y tomando conciencia de  particularidad.  De forma que, para ellos, ya serán  rejos individuales similares a los otros, pero separados.

Porque el final de cada rejo, su base, su origen, lo que le une al pulpo se pierde al entrar en la dimensión que le separa del cuerpo (cabeza) del pulpo. Supongamos que le es absolutamente imposible franquear esa dimensión. Digamos que él sólo puede ser consciente de lo que es desde la superficie hasta su punta: un rejo. Un pulpo que de esa manera explora y crea en otra dimensión, que recibe información particular de cada rejo y que envía información global a todos. Desde el más fino y elemental hasta el más complejo y entrelazado.

En algunos casos, incluso esa información la envía de forma particular. Así, uno se explica un poco como grandes rejos que dan saltos intelectuales, científicos, artísticos o evolutivos sobre todos los demás de forma casi repentina. A otros, pequeños, elementales, les hace imperceptibles giros para cambiar de base su información. Y dar salida a futuras combinaciones totalmente nuevas.

Todo lo que sucede en el mundo con todas sus variables puede ser explicado con este cuento; sólo habría que cambiar rejos por cintas de ADN en plan raíces o fractales y no trabarse con la discontinuidad física de esa tira entre, por ejemplo, una madre y una hija. Porque está ahí. 

Esa sería una forma de imaginar a eso que llamamos DIOS. Un pulpo curioseando entre universos de distinta dimensión. Si fuera así, ¡jo qué grande seria todo y qué pequeño y plano lo que vemos (el universo)! Porque todo eso podría ser en un "charco" de un mundo aquí pegado al nuestro. ¿Cuántos pulpos, charcos y mundos quedarían? Tal vez un fractal en expansión de dimensiones absurdas, para un puto rejo. Que tiene la función de verle un poco el rejo al asunto.

Y ahora, ¿qué? ¿Va a venir otro rejo a invalidarme lo que este pueda sentir o percibir? Porque, si conoce me va a dejar en paz, y si no conoce es un rejo tollo. Habrá que esquivarlo. Y me preguntas, ¿de qué se alimentaria ese pulpo? Pues de información, cantidades ingentes de información. Tal vez así uno pueda entender su puta curiosidad, la de uno. Así que si tú fueras pulpo, ¿qué le pedirías al rejo? ¿Que pique o que de gustito, que esté mamao o que te informe, que sea insensible o que sea sintiente?

Tal vez, los agujeros negros sean cuevas de pulpos. De dioses. ¿Y quién creó toda la materia y energías donde esa vida se da, esos pulpos, universos y  dimensiones? Eso es lo que se pregunta Dios.

Y ahora imagina que tú puedes viajar por todos esos "tubos" porque eres parte indisoluble de ellos y llegar a lugares y sensaciones indescriptibles, hasta que, en un momento, llegas a uno y por instinto exclamas ¡Dios! Y no preguntas nada porque estás en la mismísima nada. Y no quieres saber nada más porque estás en el mismísimo centro del huracán de la información donde no existe ni el 1.

Creo que es lo que llaman la gloria. Aunque es probable que sea un fallo del sistema. Pero, ¡qué fallo, Dios! Y sigamos celebrando el centenario.

LO MAS LEÍDO