Mavi Marcos ha vuelto a casa. La lanzaroteña, que estuvo 25 meses en la cárcel de Ecuador, condenada a ocho años de prisión por tráfico de drogas, logró este sábado su primer permiso y pudo salir de Tahíche, donde cumple ahora la condena. En su casa, en Arrecife, le esperaba su madre, Toñi, con un plato de hígado encebollado, su comida favorita. El fin de semana visitó a su familia, a sus hermanos, cuñados y sobrinos y, por supuesto, al equipo de balonmano San José Obrero, donde jugaba antes de marcharse a Ecuador.
El miércoles volverá a la prisión lanzaroteña, donde ella se siente casi como en casa, tras la pesadilla vivida en Quito, donde "las agresiones y las palizas eran casi el pan de cada día" y donde ingresó con 97 kilos y llegó a pesar 40. "Ahora estoy en una nube", afirma a La Voz, a menos de un día de volver a perder su libertad.
El drama de Mavi comenzó el 25 de noviembre de 2008. "Me fui de vacaciones a Ecuador. Cuando ya estaba en la cola de embarque para volver a España se acercaron tres tipos, me preguntaron mi nombre y me dijeron que estaba detenida", relata, mientras sigue defendiendo su inocencia. "Yo la droga que supuestamente me encontraron en la maleta ni siquiera la vi. En el juicio no se presentó ninguna prueba, más que mi documentación y la cámara de fotos", defiende. "Sé que tengo la etiqueta, y que muchos no me creerán, pero no me importa, porque yo sé que fue así", indica.
Tras ser detenida en el aeropuerto de Quito, acusada de llevar seis kilos de cocaína en la maleta, le esposaron y le llevaron a los calabozos de la Interpol, donde permaneció hasta el 6 de diciembre. "No me permitían hacer llamadas y yo tenía que avisar a mi madre de que estaba detenida. Empecé a pegar patadas a las puertas, y bajó un policía para decirme que me callara. Me preguntó cuánto dinero tenía, le di lo que llevaba y me dejó llamar. Era de madrugada en Lanzarote y así se enteró mi madre de por qué no había vuelto a casa", relata.
Antes, incluso, de pisar la cárcel de Ecuador, Mavi pensaba que tenía los días contados. "Estaba segura de que me iban a matar. Yo pedía a Dios, pero estaba segura de que no llegaba, de que de ahí no iba a salir".
Y cuando ingresó en la cárcel, el mundo se le vino encima. "Entras, te cachean y te preguntan cuánto dinero tienes. Depende del dinero y no del delito, te ponen en una u otra zona de la cárcel, porque hay que pagar la celda. No cuesta lo mismo dormir en el barrio chino, donde están los más conflictivos y hay droga a tutiplén, que en el intermodular, que es un poco más caro, o donde están las peluconas, las más ricas de la cárcel, normalmente narcotraficantes", cuenta esta lanzaroteña.
"Pensé en quitarme la vida"
Mavi llegó a compartir celda con seis internas, en una prisión que tenía capacidad para 350 presas y que acogió hasta 800. En este habitáculo no tenía ni baño, ni ducha. "La celda era de cuatro pasos de ancho por cuatro pasos y medio de largo. Yo, de puntillas, cambiaba las bombillas, así que la altura era mínima. El primer año casi no salí de la celda, todo me daba miedo", señala. Y no era para menos. "Estaba segura de que no iba a salir de ahí, de que me iba a morir. Las condiciones eran infrahumanas, sin sanidad, sin higiene y expuesta a que te metieran una paliza. Tuve una compañera en la celda, que era mayor y sufría de diabetes, y como no tenía dinero acabó falleciendo a mi lado".
Esta lanzaroteña temió muchas veces por su vida, ya que asegura que en la cárcel de Quito no hay funcionarios, sino guías penitenciarios, que son ex presos que por su buen comportamiento han logrado un trabajo. "A mí no sé ni cuántas palizas me han dado, tengo marcas por todos lados. Una de las veces me partieron las costillas y no tenía la ayuda de nadie, porque sin dinero no eres nada. Pensé en morirme, en quitarme la vida, pero luego me acordé de mi madre, de su lucha y me dije: Mavi, no puedes darle este disgusto, tienes que volver a Lanzarote. Fui fuerte y conseguí salir de ahí", cuenta satisfecha.
El dinero en la cárcel
Pese a las condiciones en las que vivió Mavi en la cárcel de Quito, incluso le quedaron fuerzas para rebelarse contra los guías penitenciarios. Aunque, precisamente por ello, pasó cuatro días en los calabozos. "El director nos reunió a todas para decirnos que iba a venir a visitarnos el presidente de Ecuador, Rafael Correa, a conseguir el voto de las presas unos días antes de las elecciones. Nos pidió dos dólares a cada una para poder pintar la cárcel. Yo y otras presas nos negamos, porque con ese dinero pagábamos la bombona de gas durante un mes, porque claro allí no te dan de comer como en la prisión de Tahíche, cocinas tú en la celda".
Las condiciones de Mavi mejoraron cuando pudo pagar 500 dólares por "alquilar" una celda para ella sola durante un año. "El dinero se lo dabas al director, así funciona todo. Había una chica, que estaba en la cárcel porque su padre, un político, había robado dinero del Fondo del Estado. Ella tenía hasta antena parabólica en la celda, su plasma de 21 pulgadas, su nevera. Incluso, compró dos celdas, tiró el muro que las separaba y se amplió la habitación. Ella sí podía hablar por el móvil. Si a mí me pillaban, me daban leña", asegura la lanzaroteña.
Es más, para poder hablar con su madre, Toñi, que aguardaba desde Arrecife su llamada, Mavi le pagaba a una interna para que le dejara el móvil. "Mi compañera se ponía en la puerta de la celda para avisarme si venía algún guía penitenciario. Cuando venía me decía: "vamos al patio". Y yo a mi madre, para no colgarle el teléfono rápido y que no se preocupara, tenía una contraseña con ella que era "me duele la cabeza". Con eso, sabía que tenía que colgar", relata.
De toda esta terrible experiencia, Mavi ha aprendido a valorar a las personas que realmente le quieren y han luchado por ella contra viento y marea. "Yo no sabía que me querían tanto y que tenía tanto apoyo. Mi familia y mis amigos han sido mi salvación. Estoy muy feliz. Dios, al lado de mi madre, se queda corto", agradece."Salí de allí por la lucha que llevó a cabo mi madre, muchos amigos y también políticos y, evidentemente, por el dinero, porque tuve que pagar una multa de 2.000 dólares para abandonar Ecuador", explica, sin olvidar también a sus tres compañeras de la cárcel de Quito, a María, Yadira y Sandra. "Aquí tienen su casa".
"Tahíche para mí no es una cárcel"
El concepto de prisión ha cambiado mucho para Mavi. Para ella, Tahíche "no es una cárcel". "Tengo mi pequeño trabajo dentro de prisión, donde soy monitora en el gimnasio. Además, aquí hay cursos, actividades, vamos, que no se puede comparar con Ecuador", afirma. "Aquí duermes calentito, tienes tres comidas, trabajo, estudios, servicio de lavandería una vez por semana... Cuando entré no besé el suelo como el Papa de milagro", asegura.
"Cuando ingresé en Tahíche, tanto la Junta de Tratamiento como el director del centro se portaron de forma impresionante conmigo. Yo, de verdad, estoy encantada. Aquí entra gente con problemas de drogas y salen desintoxicados. En Ecuador, al drogadicto le dan drogas para que se quede tranquilo", explica.
La comparación con Ecuador es tan extrema, que Mavi cree, a veces, que vive en un piso de estudiantes. "Mi compañera de celda es colombiana, me apoya en todo, somos como compañeras de piso. El jueves vamos al economato a comprar algún capricho, como una coca-cola o unas galletas. Es como ir al instituto. Vas, estudias, compras, haces actividades, juegas al parchís o a fútbol y te vas a tu piso de alquiler", afirma con una sonrisa enorme en el rostro.
Su próximo sueño es tomarse las uvas este año junto a su familia. Para ello, espera lograr un permiso de seis días. Y, además, confía en "lograr la condicional" a partir de febrero. "Por la ley de Ecuador debería cumplir cuatro años de prisión y ya llevo tres. Pero, para ello, seguimos esperando que la embajada de Ecuador envíe los papeles. Pero yo, con paciencia, aquí, en Tahíche, estoy muy bien y tengo a mi familia muy cerca", afirma.