El concurso de microrrelatos de Radio Lanzarote se cierra con más de un centenar de historias

El veredicto del jurado se dará a conocer a finales de septiembre

2 de septiembre de 2022 (10:11 CET)
Actualizado el 20 de noviembre de 2023 (09:01 CET)
XIII edición del Concurso de Microrrelatos
XIII edición del Concurso de Microrrelatos

El concurso de microrrelatos de Radio Lanzarote-Onda Cero se ha cerrado con más de un centenar de historias que se han recibido en esta XII edición que rinde homenaje al cincuenta aniversario de Radio Lanzarote. 

Los relatos serán leídos en el espacio de "Lectura en la Radio" de Radio Lanzarote (90.7), y publicados en La Voz de Lanzarote. Tanto la publicación como la lectura estarán supeditadas a las disponibilidades de espacio y tiempo de ambos medios.

Del fallo del certamen, que se hará público en la segunda quincena de septiembre, se encargará un jurado formado por periodistas de Radio Lanzarote-Onda Cero y La Voz de Lanzarote, que elegirán tres relatos ganadores y siete finalistas.

El ganador del primer premio conseguirá una cena para dos personas en el restaurante del Castillo de San José, mientras que el segundo premio es una de las experiencias insólitas para dos personas de los Centros de Arte, Cultura y Turismo del Cabildo de Lanzarote. Por último, el tercer premio es una comida para dos personas en el restaurante del Monumento al Campesino. Todos los premios son para personas adultas.

Cumpleaños

Medio siglo en el planeta azul. Y cada año, entiendo menos. Añoro ver el mundo a través de aquellos ojos. Mis recuerdos de la infancia, se diluyen con el tiempo. Ya es hora de conquistar aquellos sueños. Escucho mi corazón. Siendo niño, alcanzaba a ver lo mágico. Los sentidos se fueron transformando, la percepción de las cosas también. Pero la magia, al igual que los recuerdos, se fue diluyendo con el paso del tiempo. Intento escudarme en el valor de la experiencia. Pero cada vez, entiendo menos. Hora de conquistar aquellos sueños. La radio me da la oportunidad.

La cita

Aún recuerdo nuestra primera cita. Íbamos en el coche de tu hermano de camino al cine. Estaba nerviosa. Sé que tú también porque le dabas golpecitos al volante con tus largos y finos dedos mientras me sonreías. Me miraste y me dijiste que la canción que sonaba en la radio era tu favorita. Nunca la olvidaré porque a partir de ese día se convirtió también en la mía. Aún recuerdo nuestra primera y última cita. Íbamos en el coche de tu hermano de camino al cine. Sonaba nuestra canción favorita. Lo único nuestro que me acompañará eternamente.

Abuela

Mi abuela me contaba que cuando era pequeña jugaba a saltar por encima de las piedras que había cerca de la era. Me explicaba que siempre fue revoltosa y que su madre solía enfadarse con ella y le castigaba mandándola a limpiar los suelos de la casa. También me decía que en casa había una pequeña radio que había traído su padre de otro país. Y que mientras limpiaba el suelo le encantaba tararear las canciones que sonaban. Todas esas canciones resuenan aún en mi cabeza, aunque ella ya no se acuerde de tararear ni tampoco de su nieta.

La vida secreta de los objetos

Nadie entiende por qué dejo la radio puesta aunque no esté en casa. Algunos creen que es para ahuyentar a algún ladrón. No saben que los objetos tienen una vida secreta ni que la vida es puro teatro. Ignoran que las figuritas de porcelana bailan cuando me ausento, que los libros derraman sus palabras por los rincones y que las flores eligen las más bonitas para escribir canciones de amor.

Tampoco saben que nada de eso sería posible si la radio no pusiera música a toda la función.

 ¿A esto se reduce una vida, abuelo?

El almacén viejo me recibe con su soledad y mis recuerdos. En la penumbra, tus botas, aún manchadas de cochinilla, están cubiertas de polvo y telarañas; la navaja con la que tallabas cachimbas y pelabas, para mí, los higos chumbos, tan oxidada como las agujas con las que remendabas mis zapatos; el calendario de pared, que marca tu último día con una equis temblorosa, manchado por los excrementos de las cucarachas; y tu querida radio, inservible por la carcoma, tan silenciosa como tu voz.

 La caja mágica

Esas voces le deleitaban. Sus conversaciones alimentaban su curiosidad. Cualquier ruido que saliera a relucir avivaba su interés. Oír la música, no había mayo placer. ¿Acaso no era su único pasatiempo, su única diversión? Y toda esa magia aparecía con tan solo apretar un botón.

El otro lado

Érase una vez una isla donde llegaban señales de radio de todas partes del mundo, sus

habitantes pasaban los días escuchando las que más le gustaban y también descifrando el lugar de donde procedían según el idioma y lo que decían del otro lado. Los isleños conocían el otro lado, en cambio ellos, no sabían dónde estaba San Borondón.

Padrino Adolfo y la radio

Se ha restaurado y quedará funcionando como en sus mejores tiempos -dijo con alegría-, al tiempo que se dispuso a encenderla para demostrar lo que decía. Tía Ángela sonrió orgullosa, Blanquita se sentó en el piso a los pies de la anciana, las ventanas se abrieron de par en par para permitir a los curiosos asomar la cabeza. En breve la pequeña sala se llenó de todos los asiduos oyentes que cada viernes por la tarde acudían a disfrutar del asombroso aparato, que en medio de aquellos tiempos convulsos era protagonista en el acontecer diario.

Las ondas de nuestro amor

Me besaste en el coche mientras en la radio sonaba "I will always love you". Dijiste que significaba “Te querré siempre”. De eso hace ya diez años, pero te creí aunque no hablara inglés.

Hoy conduces en silencio mientras la radio llena los vacíos de nuestra conversación. Me gustaría preguntarte dónde la conociste, cómo se llama, si la miras como antes me mirabas a mí…, pero callo otra vez.

De repente suena “Ne me quitte pas”. Tarareo. Te digo que significa “No me dejes”, pero se ve que ya no me escuchas ni hablas francés.

La explosión

 

El día en que el abuelo dejó su casa del pueblo y se vino a vivir con nosotros, tuvo la mala suerte de que encendió la radio de papá (muy antigua, de válvulas) justo en el momento en que explotaba una botella de gas propano en la casa de al lado. Además de graves desperfectos en el piso, el hijo pequeño de los vecinos sufrió quemaduras de tercer grado en una mano.

–¿Creéis que algún día sabrá perdonarme este chiquillo? –solía preguntarnos el abuelo, sollozando, cuando coincidíamos con el niño en el ascensor.

Rutina hereditaria

Llave en el contacto, cinturón en la hebilla y música en los altavoces. Son los sonidos diarios de un hombre, su coche y su casete. Las carreteras de Lanzarote han desgastado la piel, las ruedas y la cinta. Al son de una rutina hereditaria, a fuerza de escuchar en bucle el mismo disco, su hija pregunta, ¿cuántas personas de mi edad escucharán la radio? Emisoras en las que suenan voces sin instrumentos, la melodía florece de la información. Manos en el teclado, dedo en el ratón y Lanzarote en directo. ¿Será el nacimiento de una nueva rutina hereditaria?

Sin Título,

 

Tu vida es mi vida. También tengo 50 años. Tú eres la voz de muchos, yo soy mi propia voz. A ti te escuchan aquellos que sintonizan el dial 90.7, a mí...quienes se cruzan por mi vida de tanto en tanto. A veces nos sorprendemos hablando de lo mismo: actualidad, medio ambiente, cultura, salud, deporte, turismo, alguna que otra tertulia y, a veces, somos diametralmente opuestas. Como debemos ser. Porque ambas: tú y yo, nacimos para ser libres con 8500 kilómetros de diferencia y contar la verdad, siempre la verdad, aunque duela o moleste. ¡Brindemos por nosotras!

¡Salud!

 

Soñé…

 

Anoche tuve un maravilloso sueño, de esos que cuando despiertas se encoge el corazón al ver la realidad; estábamos todos juntos de nuevo en casa, cómo si nunca os hubieseis marchado, todavía erais niños, corríais de un lado a otro, gritando, riendo y volviéndome loca con vuestro alboroto y desorden, os regañaba sin saber en ese momento cuanto daría ahora por volver a vivir uno de esos días, viendo como os tomabais el chocolate calentito mientras escuchabais vuestro programa de cuentos de los sábados en la radio Que feliz era y no me daba cuenta.

Ahora solo puedo soñarlo.

Tortuga

 

El agua cristalina acaricia mi piel. Una dulce tibieza en un soleado día veraniego. Contemplo embelesada el horizonte azulado y mimado por los rayos del Sol.

Un torbellino de espuma me devuelve a la realidad despertando mi curiosidad. Me quedo inmóvil. Era ella, la hermosa tortuga de diferentes tonos verdosos cuya visita tantas veces nos recordaba la emisora de radio local. La misma que bañistas y marineros habían contemplado sus tiernos ojos llenos de lágrimas por la excesiva ingesta de agua de mar.

Me miró con la intención de quedar para siempre en mi memoria y sigilosamente se fue.

 

Radio

Tardes de invierno. Cocina sofocante. Buena compañía. Mis abuelos preparan la cena. Nos acompaña la radio y en señor Anaya nos advierte de las condiciones meteorológicas para la siembra y la pesca. El silencio se adueña de la cocina para darle su merecido protagonismo a las noticias.

Compañera fiel e infatigable en la cocina, en el campo, en el mar y en el bolsillo. De día y de noche, hasta el último parte de noticias de aquella tarde fría de invierno en la que, con su murmullo, acompañó a mi abuelo en el último momento de su vida.

 

Otras posibilidades

Cuando me asaltan los presentimientos, cuando navego en mi mundo espiritual a través de los sueños, y necesito respuestas, entonces a las ondas sonoras que fluctúan en el aire y que se dejan oír trayendo un mensaje le otorgo otras posibilidades, mientras la escucho, la radio, también me envía señales.

Sin Título,

 

Sostuve aquella extraña caja mientras enderezaba cuidadosamente la antena. Entonces pulsé una pequeña bobina metálica y, sin previo aviso, la voz de una mujer resonó en la habitación.

Cantaba.

Su voz, dulce y sosegada, iluminó todo a su paso. Amaestró el silencio. Ahuyentó las

sombras. Diluyó la realidad. Susurraba, afable.

–Hacía tiempo que no escuchaba esa canción.

Me giré, sorprendida. Allí estaba el abuelo.

–¿Quién es la mujer? −Pregunté.

–Es tu madre.

La emoción me embargó.

–¿Y a quién le canta?

–A ti, pequeña.

Y las lágrimas recorrieron mi rostro, pues era la primera vez que escuchaba su voz.

 

 Sin Título

–Encontramos esto entre los restos del barco –dijo el marinero.

El capitán la observó detenidamente. Tan solo era una vieja radio VHF, similar a la que tenía en su camarote para documentar los rescates. No había nada excepcional en ella.

–¿Qué quiere que haga con esa radio? –preguntó, desconcertado.

El marinero, nervioso, accionó el botón de encendido. Entonces el capitán lo oyó.

Era su propia voz. Sollozaba.

“Llegó sin previo aviso. Sigiloso. Amenazante. Sólo quedo yo con vida, atrapado en mi camarote, esperando impaciente mi fatal destino. No huyas. Es demasiado tarde. El bucle debe continuar. Ya viene”.

 

Sin Título

 

Hace tiempo que partiste, pero dejaste tus recuerdos. Recuerdos que, de forma inesperada, aparecen en los momentos más aciagos, en los momentos más amargos.

Guiado por la belleza de Famara, conduje bajo un manto rojizo. El aroma a salitre penetraba mis pulmones mientras los últimos rayos de sol acariciaban mi piel. Decías que era un lugar para recordar, y entonces recordé.

El viejo cassette aún descansaba en la radio. Presioné el botón y mi corazón se paralizó, pues tu voz resonó con fuerza. Cantabas.

Fue como si estuvieses de nuevo a mi lado, como si tu recuerdo se hubiese congelado.

Con ella

Recorrí kilómetros de vegetación austera, caminos angostos a pie o en coche, localizaciones de profundo desasosiego, parajes de infinita paz, techos de altura subliminal que abrían paso a cascadas de fuego verde y fresca agua y de un cielo blanco que quedaba debajo de mis insignificantes pies. Me sentía más grande y altiva que nunca, con fiereza inusitada e inapropiada hombría. Caminaba sin miedo, conducía con firmeza, directa a mi gloriosa cúspide interpretativa.

Y es que siempre escuchaba, triste o alegre, aquella voz que emanaba determinación y que me acompañaba por doquier. La radio, afortunadamente, mi fiel amiga.

 

Sin Título,

Mis ojos se abren.Lo primero que atisban es la vieja radio de mi abuelo...... sigo vivo.

Vuelvo a cerrarlos deseando sumirme en el sueño eterno del no retorno, reencontrarme con él.

Ellos me obligan a volver a mirar y entonces le recuerdo sentado en la misma mecedora que ahora sostiene una pierna biónica , a un palmo de la rueda del dial.

Le faltaban sus ojos.Y siempre sonreía.

Vienen a buscarme.Otro traslado,otra prueba.

Las "horarias" anuncian: "corredor de fondo,premio nacional, tendrá próximamente un espacio con nosotros como ejemplo de superación.

Suspiro .Otra vez cierro los ojos".

 

 

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