Soy de Tinajo

15 de octubre de 2024 (20:43 CET)

El 15 de octubre celebramos el Día Internacional de la Mujer Rural, una fecha que busca dar relevancia a la labor silenciosa pero indispensable que las mujeres del campo han desempeñado a lo largo de la historia. En territorios como Lanzarote, esta fecha cobra un significado especial, no solo por el peso que la agricultura ha tenido en la supervivencia de la isla, sino por el esfuerzo que las mujeres rurales han dedicado y dedican, aún hoy, a mantener vivas las tradiciones que son legado y caudal de sabiduría imperecedera. 

Sin embargo, la figura de la mujer rural ha permanecido en gran parte invisible, tanto en las investigaciones y los relatos históricos como en los espacios de decisión. Lanzarote, al igual que otras economías que fueron netamente agrarias, aún arrastra el peso de una estructura machista que ha relegado a las mujeres a un segundo plano, haciendo que su trabajo se perciba apenas como una extensión de las responsabilidades domésticas y poco más.

Los desafíos de progreso en el campo pasan, por tanto, por seguir visibilizando estas problemáticas y apostando por políticas que promuevan la igualdad real de oportunidades. 

Es fundamental fomentar el acceso de las mujeres rurales a la educación superior, la capacitación tecnológica y los recursos financieros, así como garantizar que su voz sea escuchada en los espacios donde se toman decisiones sobre el devenir de la agricultura y el desarrollo del sector primario.

Hablar de mujeres rurales es pensar en nuestras madres, tías, abuelas; es traer a la memoria a aquellas que nos precedieron e imaginar a quienes caminan ya hacia el futuro. Porque ser mujer rural hoy en día no es una condición de la que se quiera huir, sino un título que llevar a gala, con orgullo y sentido de pertenencia al territorio.

Soy de Tinajo y lo digo con la boca llena. Tuve la fortuna de pasar mi infancia y juventud entre las siluetas de sus volcanes y los campos de cultivo, en ocasiones generosos en sus ofrendas, otras cicateros, avarientos. Y, aunque una nueva prosperidad permitió a mi familia darme estudios fuera de la isla y labrarme un porvenir con las herramientas del libro y la pizarra, en lugar del escardillo y el sacho, volví a mi pueblo y allí aporté mi granito de arena por muchos años para contribuir a que el alumnado de mi municipio tenga idénticas oportunidades.

Pero esta historia no es solo la de Lanzarote; es la historia compartida por millones de mujeres rurales en el mundo. Desde las montañas de Lsos Andes hasta las llanuras de África, ellas sostienen las economías locales, alimentan comunidades y protegen el medio ambiente. Su lucha por la igualdad de oportunidades, por un acceso justo a la tierra y por  ser escuchadas en los espacios de poder, es la lucha global por una justicia que aún debemos alcanzar.

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