Replicando errores

Casi veinte años después de la anterior gran crisis en Lanzarote, la conclusión principal que podemos extraer es que poco hemos aprendido desde entonces. Y mucho nos tememos que la actual, aún más profunda que aquella por haber ...

30 de octubre de 2009 (15:26 CET)

Casi veinte años después de la anterior gran crisis en Lanzarote, la conclusión principal que podemos extraer es que poco hemos aprendido desde entonces. Y mucho nos tememos que la actual, aún más profunda que aquella por haber ...

Casi veinte años después de la anterior gran crisis en Lanzarote, la conclusión principal que podemos extraer es que poco hemos aprendido desde entonces. Y mucho nos tememos que la actual, aún más profunda que aquella por haber calado en un espectro más amplio de la sociedad y del tejido productivo, tampoco servirá para aprender de nuestros errores.

Que la crisis de los noventa nos deparara un derrumbe de los precios inmobiliarios y la paralización de innumerables promociones inmobiliarias y complejos hoteleros, que sembraron la orografía insular de esqueletos de hormigón como estandartes del exceso de oferta, sólo sirvió para una transitoria conciencia de que habíamos sobreexplotado a la gallina de los huevos de oro.

Tan pronto como llegaron los aires de recuperación pronto se obvió este concepto económico tan simple como que cuando la oferta excede a la demanda la corrección es inexorable. Pero es que además, cuando hablamos del territorio, los hechos consumados no dejan margen de maniobra alguno.

Al margen de la subjetiva definición de la calidad de la oferta turística, de si la planta alojativa actual es más completa que la que había antes o de cuáles son las variables que realmente valora un turista, sí podemos analizar con una amplia perspectiva las consecuencias económicas del reciente boom de la oferta turística insular, que en apenas diez años nos deja con un 50% más de camas turísticas. Un modelo que, una vez estallada la burbuja, nos muestra en toda su desnudez el monocultivo del turismo, el enriquecimiento súbito de una minoría y una tasa de desempleo que supera en diez puntos al ya más que dramático dato de paro español.

Porque lo que algunos querían dibujar como un círculo virtuoso se ha tornado en realidad dramática. La secuencia producida de más oferta hotelera, más construcción, más inmigración, crecimiento salvaje y mayor riqueza aparente deviene ahora en menor ocupación hotelera,precios por los suelos, menor cualificación, menor calidad percibida, más desempleo y, en consecuencia, menor renta disponible para los residentes de la isla.

Inmersos en este desolador panorama, resulta cuando menos chocante que un término tan elemental como la limitada capacidad de carga del territorio se siga atribuyendo a la más abstracta intelectualidad, cuando se trata de un aspecto imprescindible para comprender por dónde tenemos que evolucionar si no queremos seguir labrando nuestra degradación futura.

Porque circunscribir el progreso de la isla a la construcción en masa es la gran falacia de los últimos años. Establecer barreras al crecimiento urbanístico no implica que no puedan desarrollarse nuevas actividades productivas o de servicios generadoras de empleo o que no puedan planearse nuevas alternativas de ocio. Muy al contrario, si fomentamos las nuevas actividades estaremos sentando las bases quizá no para un crecimiento tan especulativo, pero sí para un crecimiento más sostenible en el tiempo.

Aunque siempre habrá alguien dispuesto a ponerse a Lanzarote por montera con el fin de lucrarse, bueno será que la mayoría aprendamos de errores pasados y apostemos por un modelo compartido de crecimiento sostenible.

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