Del petróleo al sol: ¿y si el turismo pagara el futuro de Lanzarote?

21 de julio de 2025 (10:17 WEST)
Actualizado el 21 de julio de 2025 (10:22 WEST)
Energía fotovoltáica
Energía fotovoltáica

Noruega lo hizo con petróleo. Lanzarote puede hacerlo con sol.

A principios de los años 90, mientras muchos países exportadores de petróleo se enredaban en ciclos de gasto, deuda y dependencia, Noruega tomó una decisión que cambiaría su destino: guardar. Creó el Government Pension Fund Global, hoy el fondo soberano más grande del mundo, con más de 1,6 billones de euros bajo gestión, lo que equivale a más de 300.000 euros por cada ciudadano noruego. ¿La clave? No gastar los beneficios del petróleo inmediatamente, sino invertirlos (de forma transparente, ética y a largo plazo) en los mercados globales. Empresas como Apple, Microsoft, Nestlé o Samsung forman parte del portafolio. A través de este fondo, el Estado noruego garantiza pensiones dignas, estabilidad macroeconómica y capacidad de inversión estratégica. Aunque el fondo no entrega automáticamente ese dinero en mano a cada ciudadano, sus beneficios se canalizan a través del sistema público de pensiones y servicios, asegurando una renta sostenible para todos, especialmente al llegar a la jubilación. Así, Noruega transforma un recurso finito en riqueza sostenible y colectiva, con impacto directo en la vida de su población.

Ese modelo, que algunos creyeron imposible fuera del norte de Europa, tiene más sentido que nunca en un lugar como Lanzarote. Porque si Noruega tuvo petróleo, nosotros tenemos sol. Abundante, silencioso, no contaminante y, a diferencia del crudo, inagotable.

Y tenemos además otra ventaja: los Centros de Arte, Cultura y Turismo (CACT) del Cabildo, una herramienta que genera ingresos públicos recurrentes a través del turismo. En 2023, los CACT facturaron más de 30 millones de euros, con beneficios netos superiores a los 5 millones. Son una de las pocas empresas públicas de España que no solo se autofinancian, sino que contribuyen activamente al desarrollo insular. ¿Y si ese dinero no solo sirviera para mantener lo que ya tenemos, sino para financiar un salto generacional?

Pongamos que proponemos lanzar un Plan Marshall Solar para Lanzarote, cofinanciado inicialmente por los beneficios de los CACT, pero con el objetivo de generar un sistema autónomo basado en la producción energética renovable. Este plan convertiría a la isla en una economía solar vibrante y especializada. Transformaría cada tejado, cada vivienda, cada finca, cada infraestructura pública en una planta energética descentralizada.

Los beneficios de la venta de esa energía alimentarían un Fondo Soberano Solar, que serviría para invertir a largo plazo en el bienestar común: becas, salud, emprendimiento, vivienda digna, y creación de puestos de trabajo y un largo etc. vinculada al rendimiento energético. Así, los CACT actúan como palanca de arranque, no como sustento estructural del modelo financiero.

Este modelo no es una utopía. Existen ya casos en España que lo demuestran. La cooperativa Som Energia, con sede en Girona, produce energía limpia para más de 80.000 socios en todo el país, fomentando un modelo energético participativo y descentralizado. Ayuntamientos como Rubí y Viladecans, en la provincia de Barcelona, han implementado ambiciosos planes de eficiencia y generación renovable: Rubí ha desarrollado el programa Rubí Brilla, y Viladecans impulsa proyectos ciudadanos de autoconsumo colectivo. Ambos municipios ya generan más del 50% de su consumo eléctrico localmente.

Y no solo en España. En Dinamarca, la isla de Samsø se convirtió en un referente global al alcanzar la autosuficiencia energética en apenas una década, gracias a un modelo de gobernanza ciudadana, inversión local y combinación de tecnologías renovables. En Alemania, más de 1.000 comunidades energéticas operan bajo el modelo "Bürgerenergie", donde ciudadanos son copropietarios de instalaciones solares, eólicas y de biomasa. En Francia, el programa Territoires à énergie positive ha movilizado a decenas de municipios rurales para convertirse en productores netos de energía limpia. Y en Portugal, ciudades como Évora están impulsando redes de autoconsumo colectivo y almacenamiento descentralizado con apoyo europeo.

La legislación europea actual, incluyendo las directivas de energía limpia y el reglamento de comunidades energéticas, favorece explícitamente estos modelos. España permite desde 2023 que ciudadanos agrupados produzcan, compartan y vendan su energía renovable bajo esquemas legales estables y con incentivos fiscales claros.

Lanzarote consume actualmente alrededor de 550 GWh al año. Con una inversión ambiciosa pero viable en instalaciones solares distribuidas, podríamos cubrir entre el 80% y el 100% de nuestra demanda energética con recursos propios. El primer impulso para lograrlo podría financiarse de forma combinada con los beneficios de los CACT, financiación verde del Banco Europeo de Inversiones (BEI) y fondos del programa NextGeneration EU, permitiendo desplegar una cobertura solar masiva en toda la isla en menos de 12 meses. Esta expansión agresiva permitiría que los ciudadanos vieran resultados inmediatos en la reducción de sus facturas de luz, acelerando la aceptación social del modelo. La venta del excedente al mercado (a precios entre 0,10 y 0,18 €/kWh, dependiendo de la hora y la regulación) generaría un flujo de ingresos continuo. Parte de esos ingresos podrían alimentar el Fondo Soberano Solar.

¿Cómo funcionaría ese fondo? Con gobernanza profesional e independiente, bajo criterios éticos. Invertiría parte de sus activos en mercados globales seguros (como el S&P 500, donde Noruega ha logrado una rentabilidad media superior al 7% anual) y parte en proyectos de desarrollo local.

Por ejemplo, imaginemos que cada niño o niña nacidos en Lanzarote recibieran una cuenta individual con 3.000 euros invertidos (provenientes del nuevo Fondo Soberano Solar de Lanzarote). Si esos fondos se gestionaran con una rentabilidad media del 7% anual (similar al rendimiento histórico del S&P 500), al jubilarse a los 67 años podrían contar con cerca de 1 millón de euros acumulados. Es decir, un capital generado exclusivamente por el poder del interés compuesto y el aprovechamiento de nuestra fuente más abundante: el sol. Sin haber tenido que aportar más, solo beneficiándose de una estrategia colectiva, pública y bien gobernada, cada ciudadano tendría una base económica sólida para su vejez. Ejemplo absoluto del poder palanca que una administración puede tener en la vida de sus ciudadanos.

La energía solar, además, generaría empleo de forma significativa. Según estimaciones de la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), por cada megavatio instalado de energía solar se crean entre 6 y 8 empleos directos e indirectos. Si Lanzarote desplegara una capacidad instalada equivalente al 80% de su demanda energética anual (aproximadamente 450 GWh al año) estaríamos hablando de una infraestructura de alrededor de 250 a 300 MW de potencia solar instalada. Esto podría generar entre 1500 y 2400 empleos verdes solo en la fase de instalación, más cientos adicionales en operación, mantenimiento, gestión energética, servicios digitales y formación técnica.

Lanzarote podría especializarse en soluciones solares para territorios insulares, con centros de formación profesional, clústeres empresariales y programas de exportación de conocimiento hacia otros archipiélagos. Desde aquí, podríamos exportar conocimiento, software, formación y tecnología. Desarrollar una economía de escala solar, donde el sol no solo ilumina, sino que sostiene, y donde cada puesto de trabajo no solo es empleo, sino parte de una transformación estructural y duradera.

Esto solo es posible si se construye un verdadero entorno habilitador (el famoso enabling environment del que hablan siempre los americanos): un marco normativo, institucional y económico que incentive la inversión, reduzca barreras administrativas, garantice certidumbre jurídica y facilite la colaboración público-privada. La creación de un entorno así no ocurre de manera espontánea: depende en gran parte del liderazgo de la administración pública. Los gobiernos no solo regulan mercados: también los crean. A través de políticas fiscales, marcos regulatorios claros y programas de incentivos estratégicos, las instituciones públicas pueden moldear la dirección de la economía, catalizar nuevas industrias y generar empleo de calidad. En el caso de Lanzarote, el Cabildo tiene la capacidad de diseñar ese entorno propicio para que florezca una economía solar competitiva y sostenible. Así, se pasa de una economía pasiva y dependiente, a una economía activa que genera riqueza, exporta conocimiento y mejora la calidad de vida de sus ciudadanos.

Todo esto sería posible gracias al turismo. Cada entrada a los Jameos del Agua, a Timanfaya, o la Cueva de los Verdes puede ser un microcrédito para la transición energética. Pero el verdadero cambio está en la forma en que concebimos el turismo: no como una meta final, sino como una palanca. Además, empoderaríamos a cada turista, haciéndoles saber que cada euro que gastan va directamente al futuro energéticamente limpio de la isla. Durante décadas hemos dependido casi exclusivamente del turismo como pilar económico. ¿Pero nos hemos atrevido alguna vez a imaginar qué sería Lanzarote si no lo necesitáramos? ¿Qué economía construiríamos si tuviésemos otras fuentes de ingresos sostenibles, distribuidas y de alto valor añadido?

El turismo puede ser mucho más que ingresos inmediatos. Puede convertirse en el motor que financie nuestro salto generacional, en el mecanismo que canalice inversión hacia un futuro energético y social más justo. Los visitantes, al pagar por nuestra belleza, estarían también invirtiendo en la autonomía energética de cada hogar de la isla. Lanzarote podría ser el primer destino turístico del mundo donde cada entrada financia placas solares para las familias locales. Un turismo regenerativo que no solo deja dinero, sino legado. Que no solo mira al visitante, sino que transforma la vida de los residentes.

Este modelo tendría efectos estructurales en todos los sistemas interconectados de la isla. La energía solar podría abaratar la producción de agua desalada, clave para la agricultura local. Se podrían electrificar flotas de transporte público. Los hoteles podrían operar con energía limpia, certificada y local. Lanzarote se convertiría en el primer destino 100% solar de Europa, atrayendo no solo visitantes, sino también inversión verde e innovación.

Hoy, no hay barreras legales para hacerlo. La tecnología existe. El dinero está disponible: desde los CACT, desde Bruselas (a través de fondos FEDER, REPowerEU, LIFE, Horizonte Europa) o mediante financiación verde del Banco Europeo de Inversiones. Y, lo más importante, el marco competencial para actuar ya existe. El Estatuto de Autonomía de Canarias otorga a la Comunidad Autónoma y a los Cabildos insulares competencias clave en materia de energía, ordenación del territorio, medio ambiente, vivienda y desarrollo económico. El Cabildo de Lanzarote, en particular, tiene capacidad legal para crear empresas públicas, fondos de inversión, comunidades energéticas locales y planes estratégicos propios que impulsen la transición energética. España, por su parte, reconoce en su legislación la figura de las comunidades energéticas y promueve la descentralización energética en su Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC). Por tanto, no hay limitaciones estructurales. Lo que falta es decisión.

Si no actuamos, seguiremos pagando electricidad cara, dependiendo de combustibles importados y dejando pasar una oportunidad histórica. Si actuamos, podemos construir un nuevo contrato social. Un pacto intergeneracional. No basado en sacrificios, sino en inteligencia. No basado en petróleo, sino en el sol. Y todo ello, profundamente alineado con la visión que nos dejó César: una isla integrada con su entorno, coherente, autosuficiente.

Una visión que, siendo sinceros, hoy no es compatible con el actual modelo energético, ni con ninguno de los sistemas económicos dominantes en Lanzarote. Este es el momento de ser coherentes, dejar de llamarnos sostenibles (sabiendo los sistemas energéticos, de movilidad y de residuos que tenemos en la isla) y conciliar la ética del paisaje con la economía del futuro que si nos lleve hacia modelos de sostenibilidad real.

Para empezar de forma inmediata, el Cabildo podría lanzar en 2025 un programa piloto liderado por los CACT (dado la excelente salud financiera que muestran sus balances), comenzando con la instalación de paneles solares en todos sus centros turísticos: los Jameos del Agua, Montañas del Fuego, el Monumento al Campesino. Esto permitiría no solo reducir los costes operativos de estas instalaciones, sino generar excedentes energéticos que puedan ser vendidos a la red. Los ingresos generados podrían reinvertirse en un fondo de transición energética ciudadana. Paralelamente, podría impulsarse una expansión masiva para dotar con sistemas fotovoltaicos a las primeras 5.000 viviendas de la isla, priorizando hogares vulnerables y barrios estratégicos. De este modo, miles de familias verían reducida su factura eléctrica en cuestión de meses, y se activaría de inmediato una cadena de empleo verde, formación técnica y confianza social. Este paso tangible, visible y replicable sería la prueba inicial de que el modelo funciona, y demostraría a la ciudadanía que el cambio es posible, rápido y beneficioso. Un primer paso solar, concreto y simbólico, hacia un nuevo modelo insular (financiado por el mismísimo turista, viendo impacto directo del turista al bolsillo de los nuestros).

Lanzarote tiene hoy una oportunidad que conecta con el debate más urgente de nuestro tiempo: la necesidad de dejar atrás modelos agotados que nos hacen dependientes y vulnerables. Podemos ser el primer territorio de Europa con un fondo soberano vinculado a una energía renovable, pero no como un gesto simbólico, sino como una transformación estructural del modelo insular. No se trata solo de producir energía solar: se trata de canalizarla hacia una nueva prosperidad compartida. Una prosperidad que no dependa de lo que venga de fuera, sino de lo que ya tenemos dentro.

Este modelo permitiría a Lanzarote convertirse en un ejemplo real de transición justa y de salto generacional. No solo demostrando que las islas pequeñas pueden dar saltos de etapa, sino inspirando a otras regiones a imaginar lo posible. Porque cuando el turismo f inancia paneles solares en casas humildes, cuando cada rayo de sol reduce una factura familiar, y cuando la economía se pone al servicio de la dignidad, entonces estamos cambiando las reglas del juego. Lanzarote puede ser un faro, no de promesas, sino de hechos, resultados visibles, inmediatos y replicables. Pero para encenderlo, tenemos que atrevernos a girar el interruptor.

Noruega lo hizo con petróleo.

Lanzarote puede hacerlo con sol.

Y el sol, a diferencia del petróleo, nunca se acaba.

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