Hace 25 años San Ginés, era de interés turístico nacional

El recuerdo de una fiesta "de polvillo de trigo y salitre"

Al son del tambor de Pepito Cañadulce y su cuerno de hojalata, salían corriendo todos los chinijos contentos porque empezaban las fiestas del pueblo, acompañados de los cabezudos y los papahuevos. Quedaban ...

16 de agosto de 2010 (01:55 CET)
El recuerdo de una fiesta de polvillo de trigo y salitre
El recuerdo de una fiesta de polvillo de trigo y salitre

Al son del tambor de Pepito Cañadulce y su cuerno de hojalata, salían corriendo todos los chinijos contentos porque empezaban las fiestas del pueblo, acompañados de los cabezudos y los papahuevos. Quedaban pregonadas las fiestas de San Ginés.

La "Perra Chica" o la "Perrera", guaguas de la época, se abarrotaban después de barrer todos los pueblos recogiendo "a todo quisque" que quería venir a Arrecife. Los más tardíos, llegaban en burro o caminando.

En los sesenta, el antiguo parque Ramírez Cerdá, el viejo, era tan sólo "el parque", donde se concentraba desde mediodía todo el pueblo. Lo típico era ir desde las cuatro de la tarde a tirarse del puente de las bolas. Nadie iba a la playa para empezar la fiesta desde pronto, para aprovechar el día completo.

Un desfile de muchachas y muchachos recorría la Marina para ver al pretendiente o presumir de novio, los banquitos se llenaban de las madres sentadas, con los ojos en vilo. Todos con sus mejores galas, llevando ternos de tela de paño, aguantando el calor y las "borrachas" (las llagas que salían en los pies), pero contentos.

En la feria no faltaban las atracciones como "La Ola marina", "La Casa de la risa", "La Casa del Terror" o las ruletas de carburo, donde la mayoría buscaba conseguir una muñeca a la novia. Se trataba de una oportunidad para hacer dinero y la disputa por ganar clientes tomaba un punto humorístico. Paco y Acuña, los heladeros más punteros del momento, salían con una trompeta, no para publicitar su producto, sino para desprestigiar al otro: "No le compres helados a Paco que tienen gusto a tabaco" o "No le compres a Acuña que tienen gusto a pezuña" eran los eslóganes.

Chopito y Chaporro eran la sensación entre el público infantil. "Nosotros íbamos muy entusiasmados porque regalaban golosinas o bebidas, a mi me regalaron una vez una botella de Royal Crown, la bebida de moda, y me acuerdo que sólo le di a mi mejor amigo y vigilando para que no empinara la botella", explica Francisco José, locutor de Radio Lanzarote.

Los tradicionales ventorrillos

Para comer se iba a los ventorrillos. La carta de entonces no ha variado y en los "Sangineles" de hoy se puede seguir disfrutando de los garbanzos, la carne de cochino, el pescaito frito, tollos y los pejines de entonces. Como golosinas: los turrones de maya, las piñas garrapiñadas y los pirulíes.

Ahora todos los núcleos de la fiesta están concentrados en el recinto ferial. Antes, se desplegaba en varios enclaves. En el parador se montaban una serie de casetas como La Caseta de Andalucía, también llamada "la caseta de los peninsulares", que era una de las más famosas. "Nosotros mirábamos a aquella gente con asombro, cuando los veíamos comer gambas, nosotros pasmados".

Félix de Granada actuaba La Caseta de Andalucía, un personaje con fama de desbocado, que utilizaba un humor picante atípico en el momento de dictadura. "Usaba un sarcasmo que escandalizaba a las pulías", explica Domingo, un vecino de Arrecife que no se perdía la época festiva.

El "Teide", al lado del kiosko de la música, era una caseta que ofrecía espectáculos, entraba quien podía pagar la entrada, y quien no, hacía la fiesta fuera. Pino Sosa, Las hermanas Ravelo o los Guaracheros eran las actuaciones estelares.

Las carrozas

Tras la noche de fiesta para atajar la resaca, de vuelta al ventorrillo a buscar "una tacita de caldo de gallina o de caldo de millo clarito que te curaba todo", comenta Domingo.

El día de San Ginés se hacía un desfile de carrozas hechas por Juan Brito, un hombre que lleva dedicándose más de cuarenta años a cuidar las tradiciones canarias en las fiestas de todos los municipios de la isla. Juan explica que este desfile empezó con la intención de realizar un "encuentro del hombre de la tierra y el hombre de mar".

En 1964 empezaron con 10 camellos y por el 66 llegaron a desfilar 112. "La gente de Arrecife lo acogió con ilusión, porque para ellos representaba una cosa nueva. Se hacían actividades rurales, se trillaba, se araba y se llevaban los frutos a los marineros. En la boca del muelle se hacía un trueque, los campesinos les daban los frutos y los marineros el pescado que sacaban allí mismo con un güinche. Era un intercambio de costumbres", comenta Juan Brito.

Brito explica que podrían considerarse como dos culturas distintas. A pesar de conocerse, el campesino y el marinero no sabían de los entresijos de sus labores. "Se llegó a arar en la Calle Real o a trillar con una cobra de ocho camellos en la boca del muelle. Se llevaba la pureza total", indica.

Una fiesta con nombre

Por esta época, San Ginés llegó a ser fiesta de interés turístico. Gran afluencia de "extranjeros" no perdían momento reteniendo toda imagen con su "tomavistas", lo que hoy sería una videocámara, deteniéndose sobre todo en la exposición autóctona que se mostraba ante sus ojos. La luchada, celebrada en la fábrica del hielo, y las agrupaciones folclóricas eran los momentos que principalmente acaparaban su atención.

Fue en 1965 cuando las fiestas adquirieron el rango de interés turístico. Por aquel entonces, Manuel Fraga era el ministro de Información y Turismo, y desde su ministerio se pidió que el Ayuntamiento de Arrecife enviara fotografías de las fiestas de San Ginés. Al siguiente año, se declararon fiestas de interés turístico nacional. Ese mismo año también se otorgó ese reconocimiento a la romería del Rocío y a las Fallas de Valencia.

"Nosotros tendríamos todavía unas fiestas tan grandes y contaríamos con un presupuesto grande si no hubiésemos dejado de hacer el desfile. Yo me fui en el 85 y no se hizo más". Y es que, según señala Brito, la única condición para otorgar la subvención era enviar un reportaje fotográfico del desfile de carrozas. Al no cumplir este requisito, se retiraron las ayudas a las fiestas.

Juan Brito considera que no es tarde para retomar esta tradición. "Es recuperable. No es una cosa que tengan que inventar, sino recuperarlo. Sólo tienen que avisar a la gente de los campos para que colabore y que nos vea la gente de fuera, que les interesaría", explica. De esta manera, las actuales fiestas tendrían también un sabor a antaño.

El cambio de emplazamiento, un antes y un después en las fiestas

La verdadera transformación de las fiestas de San Ginés surgió tras el cambio de emplazamiento. Hasta entonces, muchos de los actos seguían siendo tradicionales pero, tras la nueva ubicación, de la marina al Recinto Ferial, las fiestas dieron un vuelco que no agradó a todo el mundo.

El jolgorio que se hacía en las calles o la "estrechura, los malos olores y los problemas de tráfico" desencadenaron la decisión, según explica Ángel Ascensión, organizador de las fiestas de entonces. "Fue brusco pero tuvo que hacerse porque se quedó corto. La gente no lo acogió bien pero se atajaron los problemas de tráfico", explica.

Los que miraban desde los ojos de un niño a las fiestas de San Ginés de la época suelen coincidir que lo que más ha cambiado es precisamente eso, la forma de mirar las fiestas. "La tranquilidad y la intensidad con la que se vivían, pero sobre todo la ilusión. Hoy ni el bocadillo te sabe", explica Francisco José. Por su parte, José Domingo extraña lo rural de la fiesta. "No era tan artificial, era una mezcla del campo y del mar, del polvillo del trigo y del salitre", explica.

Con los tiempos cambian las fórmulas, modelos o patrones. Las nuevas generaciones de arrecifeños no añoran a Pepito Cañadulce, pero quizás a partir de hoy comiencen a extrañar las verbenas.

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