Más del 55% de las personas con derecho a voto en la capital se quedaron en su casa estas últimas elecciones. En algunas zonas, como en Argana Alta, la abstención rondó el 65%. Una barbaridad.
Si la ciudadanía de Arrecife ha dejado un mensaje alto y claro es el de que no confía en los políticos. El mismo mensaje que lleva gritando elección tras elección, cada vez con más fuerza y determinación: "Nos da igual lo que hagan, déjennos en paz. No queremos saber nada de ustedes".
Pero parece que ninguno nos damos por aludido. Cuando algún periodista nos pregunta, nos limitamos a decir que sí, que hay que reflexionar al respecto, pero luego no hay ninguna reflexión en absoluto.
Ahora vienen los pactos. Y, como siempre, lo que va a primar no es el interés de la ciudadanía, sino el de los partidos. Arrecife es una pieza más de tantas en una partida que se juega a tres niveles: autonómico, insular y municipal. A ti te hago alcalde aquí, si tú me haces presidente allí. A ti te doy una consejería de esto, si tú me prestas tus concelajes en lo otro.
Tal vez acabe siendo alcaldesa de Arrecife una persona a la que han votado apenas 3.000 personas de 40.000 posibles. Menos del 10 por ciento de la población. A cambio de una moción de censura para desbancar a la persona más votada del Cabildo o a cambio de apuntalar a esa misma persona. El poder por el poder, sin que importe nada más.
Y ante semejante espectáculo, el abstencionista nos mirará a los ojos y nos dirá, con toda la razón del mundo: ¿Ven? Por eso no les voto. Porque no les importo. Solo les importa el poder.
Arrecife ha tocado fondo en todos los aspectos posibles. En cuanto a desapego ciudadano, en cuanto a malestar de la ciudadanía, en cuanto a suciedad y abandono de las calles, en cuanto a calidad de los servicios y de las infraestructuras... ¿No creen que ya va siendo hora de que los políticos estemos a la altura?
¿No creen que Arrecife merece un gran pacto entre todas las fuerzas para que quede al margen de intercambios e intereses políticos?
La gente nos está mirando. La que todavía se molesta en votar y la gran mayoría que renunció a ejercer un derecho que considera inútil. Podemos hacer que, por una vez, se sientan orgullosos de su clase política. O podemos hacer lo de siempre, mirarnos el ombligo y pensar exclusivamente en lo que más conviene a nuestras estrategias personales o a nuestras formaciones políticas. Está en nuestra mano.
José Luis Martín