Nuestra Isla tiene una extensión de 845,94 kilómetros cuadrados, estando protegido casi la mitad de su territorio (41,5%). Cuenta con aproximadamente 155.812 habitantes de derecho y una densidad de población de 184,191 Hab/Km2, siendo la media española de 94. En el año 2019, ultimo de normalidad antes de la pandemia, recibió más de tres millones de turistas. Se trata de una isla no muy grande, densamente poblada y, vistos los habitantes de derecho y la población turística flotante, tiene un grado de urbanización bastante alto. Aún así, sigue conservando una cierta calidad de vida.
En 1993 fue declarada por la UNESCO Reserva de la Biosfera, aunque poco se ha hecho para conservar ese título y nada por ahondar en su esencia. Desde entonces la calidad de turismo ha disminuido, las pernoctaciones se sitúan por debajo de la media de canarias, 8,75 noches de media por turista en Lanzarote, frente a 9,09 en Canarias y el gasto en destino no aumenta. Tenemos un modelo turístico lowcost, de masas y baja calidad, muy alejado de las ideas que preconizó César Manrique.
Un modelo que, considerando las dimensiones de la Isla y su población actual, simplemente no es sostenible. Sin embargo, se continúa en la misma línea, en Playa Blanca se esta construyendo, además de más villas, un nuevo hotel resort de 720 habitaciones, el más grande de Lanzarote. Es urgente definir nuestra capacidad de carga poblacional y turística, pues ya roza la masificación y el territorio no se puede estirar. Un globo demasiado inflado, corre riego de explotar.
Tenemos que abordar el siglo XXI con las perspectivas propias de este nuevo tiempo, la mentalidad ecologista es cada vez más fuerte en toda Europa, específicamente en los países más desarrollados, que son nuestros principales mercados emisores. Tenemos que adecuar nuestra gestión a nuevas pautas. Basta con un ejemplo: el parque nacional de Timanfaya, buque insignia de los atractivos de Lanzarote, es atravesado por una carretera que une Mancha Blanca y Yaiza que tiene alternativa por Tinguaton, esta vía debería ser de tráfico restringido, disminuyendo así la presión sobre el parque. Habría que definir un cupo de visitantes diarios, con reserva y venta anticipada de entradas por internet. Hay que cambiar las actuales guaguas que realizan el recorrido interior, por otras de visión panorámica y que utilicen energías limpias, solar o eléctrica. El restaurante El Diablo, debería ser gourmet, de degustación, basado en productos de la tierra y con el reclamo de cocinar con el calor del volcán.……..En fin, evolucionar con los tiempos.
Hemos perdido una oportunidad de oro. El parón registrado por la pandemia era el momento idóneo para debatir y reflexionar sobre el futuro de nuestra única industria. Plantear alternativas de mejora, planificar experiencias piloto o realizar cambios necesarios. Nada se ha hecho. El fallo es estrepitoso por parte de las instituciones, patronales y sindicatos, además de asociaciones o fundaciones próximas a este sector. Se han limitado a esperar, sin propiciar siquiera la reflexión y el debate, como si nuestro modelo no necesitase cambios y nada más lejos de la realidad.
Tengo amigos que trabajan en hostelería y turismo (¡Quien no en esta Isla!) Doro, Sarapio, Jóse…que sin ser técnicos, tienen la sabiduría que les confiere los muchos años trabajados y el estar cada día en relación con nuestros visitantes. Me comentan que en el gremio existe la impresión que algo hay que hacer, para fomentar la calidad sin disparar la afluencia. Este parece ser el sentir general.
Citando El Quijote diríamos ¡Cosas verdes Sancho! Yo añado…. a quienes, viendo los problemas, no tratan de arreglarlos.
Eduardo Núñez González.
Fuentes:
Centro de datos Cabildo Insular de Lanzarote.
ISTAC (Instituto canario de estadística)