Consiguieron mover masas. Hicieron tantos amigos como enemigos y, sobre todo, abrieron un debate y contribuyeron a crear una conciencia social en Lanzarote en torno al medio ambiente y la protección del territorio. Sin embargo, desde ...
Consiguieron mover masas. Hicieron tantos amigos como enemigos y, sobre todo, abrieron un debate y contribuyeron a crear una conciencia social en Lanzarote en torno al medio ambiente y la protección del territorio. Sin embargo, desde hace años han ido desapareciendo de la vida pública y dejando atrás la época dorada de los colectivos ciudadanos y las asociaciones ecologistas.
El Guincho, Foro Lanzarote, Achitacande? Son sólo algunos de los nombres que antes sonaban con fuerza y que, poco a poco, se han ido apagando. Ellos dicen que no han muerto y que en cualquier momento volverán a la cresta de la ola, pero lo cierto es que muchos de los que hasta hace poco eran integrantes activos de estas asociaciones hablan de cansancio e incluso de dejar paso a un relevo generacional que no ha llegado a producirse.
Paradójicamente, fue precisamente su mayor éxito lo que supuso un punto de inflexión. Y es que tras lograr organizar una manifestación multitudinaria un lejano 27 de septiembre, empezaron los verdaderos problemas para esos grupos de ciudadanos que habían decidido movilizarse en defensa de su isla.
¿Era legítimo que aquella protesta histórica diera paso a la creación de un partido político? ¿Podía apropiarse Alternativa Ciudadana del espíritu del 27-S? Éstas fueron algunas de las preguntas del debate que se originó entonces, hace ya cinco años, y sin duda la distancia y la evolución de los acontecimientos permiten hacer hoy un análisis más profundo que en aquel momento.
Porque aunque en principio podía parecer adecuado que las reivindicaciones de determinados colectivos se canalizaran desde la política, accediendo a las instituciones a través de las urnas, que son las que verdaderamente otorgan representatividad y respaldo social a cada propuesta política, lo cierto es que se han terminado cumpliendo los peores presagios. Los de los que aseguraban que eso supondría la muerte de esos colectivos.
Ahí empezaron las divisiones internas, primero dentro de las asociaciones y luego en el propio partido, que después de obtener unos espectaculares resultados en las elecciones de mayo de 2003, comenzó a tener sonados enfrentamientos internos. Problemas para ordenar el funcionamiento de un movimiento asambleario, posturas irreconciliables ante determinados temas, personas que se aferraban a sus cargos públicos pese a que una de las bazas de AC estaba en que eran "ciudadanos sin rostro" y que lo importante no eran las personas sino el proyecto?
En definitiva, una crisis que terminó con varias bajas en el partido, con la creación de una nueva fuerza política por parte de algunos de los "escindidos" y, sobre todo, con un castigo electoral en los últimos comicios, que al final hizo que perdieran su representación en todas las instituciones a excepción de Arrecife.
Pero lo peor de todo es que con esto, se ha apagado un movimiento que surgía desde abajo y que, con sus virtudes y con sus defectos, servía como un toque de atención a los políticos, pero también a la sociedad. Una sociedad que ahora, al menos en muchos casos, ha perdido la confianza. Y es que incluso en asociaciones que acaban de surgir con otros fines, también han visto cómo surgían las peleas y se dividían en dos nada más nacer.
Un ciudadano que pertenezca a un colectivo puede dejarlo para meterse en política, pero lo que no debe hacer es poner a ese colectivo al servicio de un partido ni de sus propios intereses. Porque ahí se desvirtúa su esencia. Y tanto hace diez años como dentro de otros diez, es necesario que la sociedad esté activa y vigilante, porque no basta con ir a votar cada cuatro años.