Las dos preguntas de mi madre

29 de abril de 2020 (19:05 CET)

Mi madre, al igual que otras mujeres de su edad, desde hace tiempo, quizás por el hecho de vivir en una isla y porque conoció la miseria que se padeció en Lanzarote en los años cuarenta del siglo pasado, se ha venido haciendo con algo de preocupación dos preguntas. 

¿Y, si un día el turismo dejara de venir que sería de la isla? 

Ante esta cuestión: unas veces hemos reaccionado negando esta eventualidad para no imaginarnos las funestas consecuencias que podría arrojar unas Islas Canarias sin turistas; y otras, se ha optado por ignorarla porque estábamos ilusamente convencidos de que nunca se iba a producir. La realidad es que dicha situación se ha presentado, pero no al estilo que nos tiene acostumbrados Hollywood con la proyección en sus películas de imágenes sobre catástrofes naturales (terremotos, tormentas o cualquier otro cataclismo); sino que simplemente los aviones no aterrizan al haberse decretado el cierre del aeropuerto para vuelos nacionales e internacionales por la presencia de un virus. 

Ahora, no habiéndose superado los efectos que este virus está provocando sobre la salud de la población y sin ser capaces de poder vislumbrar las consecuencias económicas y sociales que dejará, solamente nos queda confiar y esperar. Confiar en la rápida solución a la enfermedad a través de un novedoso tratamiento o una vacuna eficaz; y esperar a que los aviones regresen de nuevo y cuanto antes mejor, pues necesitamos el turismo, aunque quizás por el bien de todos sea el momento oportuno para definir qué turismo queremos para la isla. 

En la búsqueda de este objetivo, lo cierto es que cada vez que se ha proyectado la aprobación de un instrumento de ordenación urbanístico surge el debate de siempre, nunca convenientemente resuelto, sobre cuestiones que muchos se han formulado en alguna ocasión: 

¿Podemos seguir creciendo en camas turísticas?; ¿dónde está el límite de la capacidad de carga?; o ¿hemos superado ya el techo poblacional?; y, si fuera así: ¿cómo debemos actuar de cara al futuro?. 

En esta dinámica otra pregunta cobra especial protagonismo: ¿tenemos margen para aumentar, si fuera posible, la capacidad de carga sin menoscabar unos servicios públicos ya de por sí deficientes y deficitarios?, tal y como sucede en educación, dónde venimos contemplando unos burdos barracones repartidos por toda la geografía insular convertidos en aulas escolares curso tras curso; o como ocurre en el Servicio Canario de Salud con unas saturadas listas de espera en muchas de sus especialidades.

  Habría que reconocer que lo deseable y razonable sería paralizar sobre la marcha este crecimiento hasta que no se terminen por mejorar los actuales servicios públicos con la construcción de los centros de enseñanzas demandados por la comunidad escolar, se aumente con más personal y se dote con nuevos equipos técnicos las instalaciones sanitarias, máxime cuando hoy se está haciendo frente a una pandemia que ha saturado el sistema hospitalario en muchos lugares del país.  

Entonces, qué camino elegir: seguimos creciendo, o por el contrario paramos. Evidentemente, lo más sensato sería detener este crecimiento desmesurado, pero desgraciadamente sabemos que algunos de nuestros políticos gobiernan en el reino de la insensatez.        

La otra pregunta de mi madre: ¿Y si los barcos tardan en llegar, qué será de nosotros?. 

 Mi madre no habla de soberanía alimentaria o de cuál deba ser el porcentaje ideal de autoabastecimiento para la isla (algunos lo fijan en el cuarenta por ciento para los territorios insulares). Ella solamente señala, cada vez que sube por la carretera de Arrecife a San Bartolomé, cómo se han ido abandonando todas las tierras de cultivo que vio plantadas en su niñez. Lo que a su entender traerá una dependencia peligrosa y cada vez mayor hacia el exterior al tenerse que importar casi todos los alimentos.  

No debemos, ni podemos obviar que el abandono de tierras está provocando que nuestro grado de seguridad alimentaria (capacidad de producir los alimentos que se requiere por la población) sea cada vez menor. Esta senda en la que se ha entrado no es nada segura por el sometimiento a factores ajenos que se escapan a nuestra capacidad de decisión. 

En agosto del año pasado por el Gobierno de Canarias se declaró para el archipiélago la situación de emergencia climática que entre sus prioridades establecía: incrementar nuestro grado de soberanía alimentaria (facultad de cada pueblo para definir sus propias políticas agrarias y alimentarias), e impulsar una agricultura y ganadería ecológicas. Estamos esperando por las medidas concretas que se deberán materializar en la futura Ley Canaria de Cambio Climático actualmente en fase de redacción. 

Una vez transcurran los difíciles días que está tocando vivir será el momento de prestar atención al sector primario, al que no se le ha dado en la Isla la importancia debida en los últimos años, a pesar de que ha sido considerado como esencial en la declaración del estado de alarma decretado por el Gobierno de la Nación. 

En este nuevo escenario tampoco se pretende sostener, como se afirma por algunos, que el campo de Lanzarote vaya a tener capacidad para proporcionar alimentos a toda la población; sino lo que se persigue es aumentar la seguridad alimentaria de la isla en la medida que los recursos de suelo y agua lo permitan. Todo ello en consonancia con los objetivos del desarrollo sostenible contenidos en la agenda 2030 de las Naciones Unidas. 

Esto solamente se consigue con políticas decididas que apoyen a los agricultores y ganaderos, atiendan sus reivindicaciones, faciliten el desarrollo de sus explotaciones agrícola-ganaderas, y a su vez promocionen entre la población el consumo del producto local. 

       ¡Muchísimas felicidades a todas las madres! 

 

 

Firmado por la S.A.T. EL JABLE: Cultivamos el paisaje de Lanzarote, una isla posible. 

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