Las consecuencias de la gran juerga

Por Sigfrid Soria ¡Cómo lamento haber aceptado lo que me propuso uno que decía ser mi amigo!: irnos ¡¡8 años de juerga!!¿En qué estaba yo pensando para aceptar lo que finalmente me ha arruinado la vida? ¿Cómo no me ...

4 de mayo de 2012 (13:34 CET)
Por Sigfrid Soria
¡Cómo lamento haber aceptado lo que me propuso uno que decía ser mi amigo!: irnos ¡¡8 años de juerga!!¿En qué estaba yo pensando para aceptar lo que finalmente me ha arruinado la vida? ¿Cómo no me ...

¡Cómo lamento haber aceptado lo que me propuso uno que decía ser mi amigo!: irnos

¡¡8 años de juerga!!

¿En qué estaba yo pensando para aceptar lo que finalmente me ha arruinado la vida?

¿Cómo no me di cuenta de que aquel camino me conduciría a la perdición?

Yo estaba sano, no fumaba ni bebía, tenía trabajo, no tenía deudas y gozaba de un

gran prestigio entre los que me rodeaban. Lo tenía todo.

Un maldito día, conocí a un tipo simpático que tenía un talante cautivador. Era una

especie de encantador de serpientes que me hipnotizó. Ambos nos divertíamos, nos

reíamos y comencé a cambiar mi conducta. Sin darme cuenta banalicé mi día a día,

modifiqué las normas que hasta ese momento me habían servido para mi exitosa

trayectoria y perdí valores. Mi única referencia pasó a ser lo que me decía aquel fulano

que se hacía pasar por amigo.

Me vi inmerso en el "todo vale" y en el "no pasa nada". Comencé a fumar, a beber, a

comer en exceso y a trasnochar. Todo aquello me hacía sentir invulnerable, ilimitado,

¡invencible!

Fueron 8 años en los que me fumé miles de "champion league", en los que me bebí

barricas enteras de "tenemos el sistema financiero más sólido del mundo" y en los que

me comí toneladas de "brotes verdes". Las desenfrenadas bacanales provocaron que

perdiera la concordia con mi familia y con mis amigos. La confianza de la que siempre

había disfrutado con mis vecinos se tornó en crispación y recelo.

Mi comportamiento pasó a ser compulsivo e irreflexivo y, como no podía ser de otra

manera, llegaron las inevitables consecuencias: Enfermé.

Me diagnosticaron cáncer, desaparecieron mis ahorros, me endeudé y perdí mi

trabajo. La imagen de ganador que proyectaba poco antes, se había desvanecido.

Ahora estoy sumido en una profunda tristeza y lo único que me anima es la compañía

de alguien que se preocupa sinceramente de mi presente y de mi futuro. Estoy seguro

de que éste sí que es un verdadero amigo pues se ha acercado a mí en el peor

momento de mi existencia, ofreciéndome ayuda y tratando de solucionar los graves

problemas que padezco. Me habla de conseguir trabajo, de no gastar más de lo poco

que tengo, de recuperar mi imagen y prestigio y de tratarme el cáncer que he

desarrollado.

Precisamente respecto a esto último, al cáncer, insiste mi amigo en que urgentemente

comience unos tratamientos durísimos: quimioterapia y radioterapia. Parece ser que

los efectos secundarios son devastadores pero que es la única manera de evitar mi

muerte. Le voy a hacer caso y lo voy a intentar. Seguro que voy a sufrir pero lo asumo

pues quiero vivir.

Por cierto, nunca acaba uno de perder la capacidad de sorpresa. Resulta que el tipo

cuya influencia me llevó al borde de la muerte, el tipo que tendría que estar

pidiéndome perdón el resto de mi vida, y de la suya, por permitir mi ruina económica y

por hundir mi moral, ese tipo ¡trata con toda su influencia de evitar que me someta al

tratamiento que me recomienda mi gran amigo!

¡¡Menos mal que no le vamos a hacer ni caso!!

Por Sigfrid Soria del Castillo-Olivares

JUNTA DIRECTIVA NACIONAL

PARTIDO POPULAR

LO MAS LEÍDO