La feria y yo

Por Myriam Ybot Corría abril de 1994 cuando llegué a Lanzarote procedente de Madrid, con una propuesta de trabajo en el periódico local bajo el brazo y unas ganas enormes de ganar el Pulitzer.No pudo ser. El jefe de redacción me ...

5 de mayo de 2011 (11:58 CET)
Por Myriam Ybot
Corría abril de 1994 cuando llegué a Lanzarote procedente de Madrid, con una propuesta de trabajo en el periódico local bajo el brazo y unas ganas enormes de ganar el Pulitzer.No pudo ser. El jefe de redacción me ...

Corría abril de 1994 cuando llegué a Lanzarote procedente de Madrid, con una propuesta de trabajo en el periódico local bajo el brazo y unas ganas enormes de ganar el Pulitzer.

No pudo ser. El jefe de redacción me responsabilizó de la sección de Educación y Cultura, que casi siempre ampliaba sus intereses a las fiestas patronales, en extensísimos reportajes sobre certámenes de misses, romerías, funciones religiosas y campeonatos de bola, convenientemente sufragados por cada Ayuntamiento en concepto de publicidad institucional.

Diecisiete años después, recuerdo perfectamente en medio de la agitación, los nervios y la sorpresa de los primeros días, la celebración de la Feria del Libro de Arrecife. La recorrí de punta a punta, armada con una de aquellas grabadoras enormes. Entrevisté a vecinos y a comerciantes y encontré, como en todas partes, gente con quien compartir la pasión por la lectura.

Al lado de otras ferias a las que había acudido en años previos, aquella era sencilla, casi humilde. Pero a modo de compensación, descubrí el placer de charlar con unos libreros relajados y sonrientes que celebraban la iniciativa del Ayuntamiento. La posibilidad de comentar con ellos los últimos títulos o de pasar al día siguiente para recoger el volumen solicitado, me parecieron privilegios incomparables.

Desde aquella primera edición hasta el día de hoy he sido fiel cliente y ardiente defensora de la Feria del Libro de Arrecife. Hemos crecido juntas, ella en actividades, yo en familia. Cada año he paseado por sus puestos y he comprado libros, no tanto por el descuento como por el placer de hacerlo, de oler sus páginas nuevas, recorrer su lomo brillante y atacar con avidez el primer capítulo, antes incluso de pasar por caja.

¿Quién se resiste a la oferta de fresas frescas y brillantes en un mercadillo callejero o de un cucurucho de aromáticas castañas asadas, una tarde de invierno? A muchos aficionados a la lectura, topar con tenderetes de libros, ya sean nuevos o de segunda mano, nos hace sentir algo parecido; sabemos que ineludiblemente caeremos en la tentación.

Quiero poder caer en la tentación ante los anaqueles, quiero recuperar los paseos por el parque tratando de interesar a mis hijos por las letras y soñar con la posibilidad de localizar una joya de páginas amarillas y gastadas.

Quiero que me devuelvan la Feria del Libro.

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