El libro De la incomodidad (Mercurio Editorial, 2025), del poeta lanzaroteño Antonio Martín Medina, es una propuesta radical y sugerente que me ha conmovido a través de su discurso, donde explora el malestar contemporáneo desde una perspectiva crítica y materialista. A través de una escritura fragmentaria, el poemario construye un universo en el que la memoria, el cuerpo, la ciudad de Arrecife y la historia cultural se entrelazan bajo el signo del deterioro. En este paisaje poético, el residuo, la herida y la sustitución de lo natural por lo artificial se convierten en ejes centrales de una poética marcada por la descomposición y la resistencia.
Desde su mismo título, De la incomodidad se presenta como una declaración estética y política. El poemario de Antonio Martín Medina trabaja con materiales difíciles, incómodos: desechos, restos, manchas, efectos sonoros y memorias afectivas no resueltas. La incomodidad se convierte en una estrategia de lectura y escritura que interpela al lector, pero también al paisaje. Y, por si todo esto fuera poco, el autor tensiona los límites del lenguaje poético mediante una imaginería corporal y una sintaxis que fractura la linealidad.
A través de la fragmentación, la superposición de planos temporales y espaciales, y un imaginario que alterna entre lo mitológico, lo tecnológico y lo escatológico, el autor plantea una relectura radical del paisaje de Lanzarote, articulando una visión incómoda de Arrecife y, por extensión, del mundo contemporáneo. El paisaje, en De la incomodidad, no es fondo ni contexto, sino protagonista del conflicto. Desde el Charco de San Ginés hasta los muelles de Bergen (¿las antípodas?), el poemario construye una geografía marcada por el duelo, el deterioro y la pérdida. Los territorios que se mencionan son lugares donde se inscriben las tensiones entre naturaleza y memoria. Esta geografía no se basa en la nostalgia, sino en una mirada crítica que denuncia tanto la contaminación ambiental como la colonización cultural.
El deterioro del entorno es también deterioro de los vínculos y de la verdad en Antonio Martín Medina. El entorno natural aparece invadido por residuos urbanos, por infraestructuras que no encajan, por restos de la modernidad. Lanzarote, lo local, se presenta no como paraíso o refugio, sino como espacio tensionado entre lo premoderno y el turismo.
A partir de estas coordenadas, De la incomodidad irrumpe como una apuesta por una escritura opaca. Lejos de modelos líricos tradicionales basados en la confesión, la experiencia personal o la fluidez expresiva, el poemario de Antonio Martín Medina apuesta por una poética del resto: paisajes contaminados, cuerpos enfermos, vínculos fallidos y lenguaje descompuesto. Su propuesta es tanto estética como política: incomodar, obligar al lector a enfrentarse con lo ilegible, con lo que no encaja. Frente a una mirada simbólica o metafísica del paisaje, De la incomodidad ofrece un trazado de la ruina íntima y del cuerpo.
Uno de los ejes más potentes del libro es, precisamente, la representación del cuerpo. El autor muestra un cuerpo arqueológico, instrumental, incluso patológico. La enfermedad, el deterioro físico y la radiografía no son solo referentes clínicos. Funcionan como metáforas de una subjetividad fragmentada, de una memoria encarnada en ruinas óseas.
Otro núcleo temático central es la crisis de la filiación. La figura del padre se presenta como fantasma, como humo: “se volatiliza / a la velocidad / de un denso polvillo de fotones”. La paternidad no funda identidad ni continuidad, señala una ausencia constitutiva. Así, el vínculo filial se resuelve en el fracaso de toda genealogía: ni herencia ni refugio. La casa tampoco ofrece consuelo. La metáfora de la “sartén edípica” convierte lo doméstico en escenario del trauma. La madre, cuando aparece, tampoco comunica, sino que retorna como enigma, dejando la filiación, por tanto, sin un sentido de pertenencia.
Pero uno de los aciertos más notables del poemario, sin duda, es su reflexión sobre el lenguaje. El lenguaje como tecnología fallida. Martín Medina no concibe la escritura como revelación o testimonio, De la incomodidad insiste en la insuficiencia del lenguaje. El poema no dice, sino que oculta, borra, sustituye mal. Así lo expresa en los siguientes versos: “Con facilidad, el típex/ empuerca Amberes por… Antwerp.”: corrección que encubre la violencia simbólica del borrado cultural.
La escritura se acerca a la arqueología en este poemario: sobreimpresión, montaje, collage de fragmentos. El uso de marcas en el primer poema como “(CORTEN)” o “(FUNDIDO)” imita el lenguaje cinematográfico, subrayando la discontinuidad del discurso y la imposibilidad de una narración unificada. El poema no es un testimonio lineal. La metáfora de la “runa ilegible” resume perfectamente esta visión: el poema no comunica lo vivido, sino su imposibilidad de traducir la realidad, la experiencia. El libro ya no puede coincidir con la obra que uno intentaba escribir.
De la incomodidad es más que un poemario. Es una declaración de principios sobre qué puede hacer la poesía hoy. Frente al imperativo de lo accesible, lo emotivo o lo transparente, Antonio Martín Medina propone una lírica del residuo, del error, del signo roto. El lenguaje poético, en su obra, no revela la experiencia sino la imposibilidad. La incomodidad no es solo una cualidad o un estado afectivo en el que uno se encuentra. Es una forma de resistencia frente a los discursos de la linealidad o el progreso. Leer De la incomodidad es aceptar que el sentido no siempre llega, que la memoria duele, que la filiación falla, que el lenguaje corrige mal y, en la mayoría de las ocasiones, no alcanza a expresar lo que se quiere decir. La incomodidad está en la experiencia de leer estos poemas: textos densos, fragmentarios, sin consuelo ni orden aparente. Pero también está en la relación del sujeto con su entorno, con una cultura globalizante que nos borra.
Al final, aunque sea contradictorio, una sensación de bienestar me deja la lectura del libro con el esfuerzo realizado en comprender, en descifrar. Creo que tiene que ver con que me gusta pasear por Arrecife y encontrar a Antonio leyendo o escribiendo en alguna cafetería; su presencia me transmite una sensación reconfortante, como si la ciudad se volviera más cálida y humana con su bondadosa presencia. Me gusta encontrarlo hojeando libros en La Madriguera o en El Puente y tener la posibilidad de intercambiar con él una conversación sobre literatura, lo cual es siempre un regalo, pues es, sin duda, una de las personas que más sabe de libros en la isla. Leo su libro y lo releo y acepto, como no puede ser de otro modo, la incomodidad que me propone como su forma particular de honestidad poética.








