Fiestas de Transición

Comienzan los Sangineles con sabor a transición. Transición por múltiples vertientes. Transición desde las fiestas de un pueblo hacia las fiestas de una incipiente ciudad. Las de un lugar en el que todos se conocían ...

17 de agosto de 2007 (06:10 CET)

Comienzan los Sangineles con sabor a transición. Transición por múltiples vertientes. Transición desde las fiestas de un pueblo hacia las fiestas de una incipiente ciudad. Las de un lugar en el que todos se conocían ...

Comienzan los Sangineles con sabor a transición. Transición por múltiples vertientes.

Transición desde las fiestas de un pueblo hacia las fiestas de una incipiente ciudad. Las de un lugar en el que todos se conocían convertida hoy en una ciudad multicultural, más populosa, donde confluyen los ciudadanos de nacimiento con aquellos de adopción, procedan de donde procedan. Las de un cambio de gobierno que, cautivo por un corto presupuesto, se resigna a meter la tijera a eventos puntuales como antesala de un nuevo giro a los festejos capitalinos. La transición de una fiesta de dos semanas a una de once días.

Los cambios, siempre traumáticos, no por ello son menos necesarios. Todo cambio profundo levanta críticas agrias. Y aún siendo todos estos eventos respetables, no deben constituir el eje central de una fiesta. Ni tan siquiera los fuegos artificiales o la feria, tan importantes como complementos imprescindibles, deberían ser lo más representativo de los Sangineles.

Antaño los ventorrillos eran la zona más bulliciosa y viva de la fiesta. Una fiesta localizada cerca del centro capitalino. Acaso por el traslado a un más despersonalizado recinto ferial o quizá como simple paralelismo de un sordo declive, hoy en día quedan tan solo tres ventorrillos regentados por los Gorfines, los Deshauciados y Alternativa Ciudadana, monumentos solitarios a un pasado más reciente.

Parece innegable que los Sangineles necesitan un nuevo rumbo. Un nuevo rumbo que defina el vínculo emocional que debe presidir toda fiesta. Aquel evento o costumbre reconocida por todos como el eje central de una fiesta alrededor del cual graviten las restantes celebraciones. Un conjunto de actos canalizadores de ese ambiente especial que se palpe en distintas zonas de la ciudad. Ya sean los jolateros, los papahuevos, los actos folclóricos o cualquier otra excusa, falta ese factor emocional que presida la fiesta. Falta que la ciudad se crea que está en fiestas, que se respire alegría y jolgorio por todos los barrios de nuestra ciudad y por supuesto por el casco histórico de la capital.

Las limitaciones de presupuesto y la más aplastante lógica apuntan a la conveniencia de migrar a un modelo de fiestas más corto y más intenso. Mejor once días que catorce y quizá siete que once, si con ello se logra más intensidad y atractivo de la fiesta. Esto no tiene que implicar acabar con todos los festivales sino todo lo contrario, se pueden aglutinar varios eventos en esos días y en lugares diferentes. Por qué no podemos disfrutar de uno de nuestros magníficos festivales folclóricos en el parque Ramírez Cerdá mientras los más jóvenes disfrutan de otras actividades en el Charco.

La misión no es sencilla pero sí esencial. Qué mejor causa que la búsqueda del jolgorio colectivo, aunque sea por unos pocos días, de unos nuevos Sangineles que nos hagan disfrutar recordando lo que fuimos, para poder entender mejor lo que somos.

Como primer e imprescindible paso, pongamos lo mejor de nosotros para que los Sangineles vuelvan a ser lo que eran y, por qué no, mucho más de lo que han sido nunca.

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