La derrota del relato político de la izquierda.

Eugenio M. Ríos
30 de marzo de 2020 (12:27 CET)

Seguramente muchos de ustedes han escuchado por la radio o en televisión el concepto "relato político" y la importancia que adquiere en estos momentos en la lucha por la verdad. Por supuesto, una de estas "verdades" es la del Gobierno de la nación. La otra, la otra es la de los que consideramos que estamos ante la mayor irresponsabilidad política de toda nuestra democracia y que ya carga con más de 5.000 muertos sobre la mesa. Esto no se trata de rentabilizar políticamente el dolor sino de exigir que, llegado el momento, alguien pida perdón y ponga su cargo o sus cargos a disposición de los votantes (nadie lo ha hecho aún). Porque ante una tragedia y una crisis como esta nadie puede agarrarse a unas elecciones pasadas para evitar el filtro de la democracia. Ningún Gobierno, ningún partido, puede sostener la legitimidad de su cargo con tantos errores y tantos fallos en la gestión de una crisis a pesar de ser una "novedad" excusable. Pero si usted es uno de los que cree que el Gobierno de la nación tiene todo el apoyo de los ciudadanos en estos momentos, déjeme decirle que está bastante aislado de la realidad. 

El relato político es una estrategia de comunicación política enfocada a la construcción de hechos, de una historia, con la intención de agrupar al mayor número de individuos posible y ganar así su apoyo. También se conoce como "narrativa", pero en este caso usaremos el término "relato". Este relato suele estar fundamentado en verdades, o por lo menos en alguna fracción de ellas. No debe necesariamente ser así, puede estar también compuesto de mentiras, medias verdades o de invenciones. En este momento estamos ante una batalla entre dos relatos. Una batalla intelectual y política que busca destapar la verdad u ocultarla. Una batalla donde la ideología ha resultado ser ineficaz allí donde antaño siempre ha triunfado y donde las excusas se han convertido en el mecanismo principal de supervivencia de una historia que no refleja la realidad de los hechos. Porque los hechos son tan veraces que ni una cohorte de hombres titulados y con experiencia técnica han sido capaces de ocultarla día tras día. Tal ha sido su carencia en el arte de la ocultación que las filtraciones han sido abundantes y las ambigüedades en las respuestas a los medios muy recurrentes. Y es así como la batalla sigue su curso, con derrota tras derrota para ese bando que busca desesperadamente influir en la opinión pública y ganar la verdad que les permita sobrevivir a su responsabilidad, más allá del final de esta crisis. Porque sí, tendremos un final, pero un final que cambiará todo para siempre.

Pero lo relevante del relato es que la asunción de responsabilidades dependerá de la victoria de uno u otro bando. Y es tan importante el relato que llevamos días, semanas, aguantando embates auto justificativos por parte de aquellos que ignoraron no solo a los que con la buena voluntad avisaron de la situación que podría darse en nuestro país, sino a las mismas instituciones nacionales, europeas e internacionales que lanzaban señales de alarma para que se tomasen medidas necesarias. Los mismos que, incapaces de asumir la responsabilidad, se han inventado excusas para distraer al ciudadano o redireccionar su atención hacia los elementos sociales que hasta ahora han funcionado como un comodín y salvoconducto real para capear cualquier temporal político. Y es que hay que reconocer que hasta ahora el relato político era un dominio de la izquierda, que era capaz de convertir cualquier debate público en una lucha ideológica por el bien social o moral, aunque fuera mentira. Pero ese dominio se ha visto truncado con la caída de esa vil hegemonía cultural y periodística que tan bien habían edificado, y que tantos apoyos ha brindado a sus benefactores.  Han quedado en evidencia al destaparse una y otra vez una serie de verdades incapaces de sostener su relato ficticio. Hechos de una innumerable lista de acontecimientos que, como ya he dicho antes, han hecho imposible ignorar su veracidad y ser ocultados a la opinión pública. Y sucede porque el relato del Gobierno no acompaña a la realidad a la que está sometida la ciudadanía.

Estamos ante un colapso total de lo que hasta ahora ha sido el músculo de la izquierda, el dominio del relato político. Y es tal el colapso que miembros del Gobierno acuden desesperadamente a programas de televisión históricamente calificados como la sede del votante de derechas ignorante y sumiso. Hablo, evidentemente, de Irene Montero y de Sálvame Deluxe. Asistir a un programa así supone aceptar que el relato hay que lucharlo también en el terreno del enemigo porque éste te está ganando en el tuyo. Otros han decidido mantener un perfil bajo desapareciendo de la vida pública, como Pablo Iglesias, y otros se van de permiso paternal con el sueldo integro mientras el país se desangra emocionalmente, los ciudadanos andan confinados en sus casas y los autónomos ven morir sus sueños. Ejemplo de grandes miembros del Gobierno que desaparecen con hospitales saturados y miles de personas muertas o a punto de fallecer mientras agonizan entubados o son sedados debido al triaje.

La última carta que ha jugado el Gobierno en esta batalla es que ha tomado las medidas más restrictivas de toda Europa y con mayor antelación. Como ejemplos expone a Italia, Francia, Reino Unido o Alemania. No dicen nada de Polonia, ni de Bélgica, que tomaron medidas mucho antes y con menor número de infectados y de muertes, y han controlado la expansión del virus tan bien como Corea del Sur o Indonesia. Porque sí, en la batalla por el relato el Gobierno ha ido soltando globos sonda hasta localizar el que más le convenía en esta guerra. Y piensan exprimirlo al máximo haciendo uso de la desinformación y la opacidad más característica de los países autoritarios, aunque esta vez no les va a funcionar.

La derrota del relato político de la izquierda solo tiene un culpable, la propia izquierda. Si desde un mismo inicio hubiera aceptado la responsabilidad por haber apostado la vida de los ciudadanos ante una situación tan compleja, quizá el esfuerzo por salir de esta situación no se viera tan enfangado por la basura moral e intelectual que habita en ambos bandos de lo político, de las mentiras y bulos que circulan por las redes, o de las falacias acusativas sobre la financiación del sistema sanitario. Quizá, hubiéramos visto a políticos responsables asumiendo un principio básico de la democracia, que todo Gobierno es siempre responsable de todo lo que sucede bajo su mandato.

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